Opinión

9/4/2022

Elecciones en Francia: ¿crisis política y giro a la derecha?

El domingo 10 de abril se realiza la primera vuelta de las elecciones presidenciales.

Otro capítulo de la crisis capitalista europea y mundial.

El domingo 10 de abril comienza el ciclo electoral en Francia. Es la primera vuelta de las elecciones presidenciales; la segunda será el domingo 24. En junio serán las elecciones legislativas, salvo accidente. Se completa así el quinquenio de mandato de Emmanuel Macron, electo en 2017.

Hasta comienzos de año estas elecciones parecían un juego de niños para Macron y nadie se animaba a apostar contra el presidente, a pesar de que la extrema derecha ya había lanzado una campaña virulenta. La burguesía, el gran capital y el Medef (el órgano de la patronal) discutía tranquilamente el programa del nuevo quinquenato. La invasión de Ucrania el 24 de febrero confirmó aparentemente estas tendencias. Macron trató de izarse como líder europeo y eventual mediador. Su triunfo electoral estaba cantado.

Pocas semanas después el panorama es completamente distinto. Según los sondeos y los análisis de los comentaristas el triunfo de Macron ya no es seguro, pues las diferencias con Marine Le Pen, candidata tradicional de la extrema derecha, es apenas de un par de puntos en la primera y segunda vuelta. Se abre así un escenario en el cual: l) la abastención sería histórica, del orden del 30%; 2) Macron ganaría por un pelo; 3) las legislativas serían muy diputadas, y el presidente podría no tener mayoría propia; 4) su capacidad para imponer su programa reaccionario estaría cuestionada y se abriría un período de luchas sociales agudas y de desenvolvimiento de una crisis política mayor.

Estamos ante otro capítulo de la crisis capitalista europea y mundial, que acaba de manifestarse de la forma más bárbara con la guerra en Ucrania.

¿Curso hacia la derecha ?

Muchos análisis caracterizan prioritariamente el curso actual en Francia como una «elección marcada por una derechización del campo político», «una elección y una campaña anclada en la derecha, en la continuidad de la ofensiva del gobierno» (declaración del comité de redacción de Revolución Permanente, 6/4). La Izquierda Diario insiste a su vez en «el clima de apatía».

El error básico de análisis es que lo que domina en Francia en la población trabajadora, en la juventud, en los barrios y ahora también entre los jubilados, es el odio a Macron, el «degagismo» como dicen los franceses, el «que se vayan todos». Rara vez un gobierno y el presidente han encontrado un repudio tan generalizado, por su política, su arrogancia de clase como banquero y burgués, sus mentiras, su moralismo de explotador y carrerista.

Este repudio no está políticamente definido, delimitado. Es un odio de clase primario, profundo. La crisis más intensa que soportó el gobierno de Macron fue la de los «chalecos amarillos», que todavía no se apagó completamente. Cada sábado, decenas de miles de obreros, artesanos, mujeres, jóvenes, desfilaban por las calles de las ciudades de Francia para exigir la caída del presidente. Fue inédito. Macron tuvo que soportar tres grandes crisis: las movilizaciones contra el proyecto de reforma de las jubilaciones, que finalmente tuvo que retirar; los «chalecos amarillos», que lo obligaron a algunas concesiones y lo colocaron a la defensiva; la pandemia de Covid-19, que abordó distribuyendo miles de millones de euros a costa de un aumento explosivo de la deuda pública.

El fracaso de Macron

En 2017 el nuevo presidente armó un nuevo frente político burgués que enterraba a los partidos tradicionales y que trató de legitimar el poder político capitalista y la adhesión pequeño burguesa en base a la despolitización engañosa de altos funcionarios y tecnócratas, al enriquecimiento del gran capital y el «derrame» sobre una capa de profesionales y de cuadros, a la liquidación de conquistas históricas del movimiento obrero, al ensanchamiento de la brecha entre las minorías favorecidas y las mayorías laboriosas y perseguidas.

Logró ciertos éxitos -como la reforma ferroviaria, la disminución de las indemnizaciones para los desocupados- y las direcciones del movimiento obrero y de los partidos de izquierda quedaron anonadados ante su audacia. Rápidamente, sin embargo, quedó colgado de una rama y los «chalecos amarillos», primero, y su necedad ante la pandemia, luego, le quitaron toda legitimidad.

Lo que quedó como herencia fue una degradación impresionante de las condiciones de vida, la liquidación de la salud y la educación públicas, un aumento de la precariedad y los empleos temporarios, el debilitamiento de los sindicatos. Esto es, un retroceso histórico de la protección y el desenvolvimiento de la vida colectiva de la clase trabajadora, que busca ser atomizada y reducida a una suma de individualidades.

El intento macronista fracasó pero la soberbia del presidente, alimentada por la impotencia de las direcciones de la izquierda y el carrierismo de dirigentes políticos diversos plegados al nuevo poder bonapartista, le hizo pensar que bastaba con anunciar su candidatura lo más tarde posible, una corta campaña y un programa reaccionario, para imponerse fácilmente, más aún con la palanca de la guerra.

Anunció escuetamente que se proponía en su segundo mandato que las jubilaciones fueran a los 65 años y no a los 62, y que el Ingreso de Solidaridad Activa (RSA, en francés) para aquellos que no disponen de ningún ingreso dejara de ser «automático» y pasara a estar condicionado por un trabajo semigratuito. Calificó a los maestros y profesores de vagos, y propuso un cambio en el sistema educativo que podía llevar a que los jóvenes de los barrios y de la clase trabajadora fueran empujados a las fábricas a partir de los 12 años, en nombre de la formación y el empleo.

Quedó en evidencia de esta manera que todo el programa de Macron, en nombre de la modernidad y de las empresas start up, es el de un retroceso histórico de las condiciones de vida de los trabajadores. La guerra europea en Ucrania lo confirmó trágicamente.

Una reacción defensiva

La reacción a los anuncios tardíos de Macron fueron duros y descolocaron al presidente, que había anunciado a su vez que no iba a debatir con los otros candidatos. Entretanto, la campaña electoral se orientó hacia las condiciones de vida, los salarios bajos, la inflación, el poder de compra popular. Cambió de eje.

La campaña había comenzado en septiembre del año pasado con la aparición y un avance espectacular de un nuevo candidato de extrema derecha, Eric Zemmour, con un discurso abiertamente chauvinista y contra los extranjeros y musulmanes, culpables de todos los males, a los que había que perseguir y echar de Francia. Los observadores y periodistas, prontos a dejar atrás la lucha de clases, insistieron entonces que la campaña iba a estar dominada por los temas de la «identidad nacional» y que se iba a resumir a un enfrentamiento entre el liberal Macron y la extrema derecha. El curso fue diferente.

Las condiciones reales de la existencia de las masas terminaron por imponerse -el aumento de la nafta fue el detonante- y las cuestiones del costo de la vida terminaron por ser dominantes hasta hoy. Zemmour quedó desplazado y en la extrema derecha de impuso nuevamente el personaje de Marine le Pen, que tuvo la inteligencia de centrarse en los temas populares y dejar la «preferencia nacional» y la discriminación contra los extranjeros en un segundo plano.

La candidatura de Le Pen es hoy mayoritaria entre las capas populares, los trabajadores y los desocupados. Se ha convertido en el medio y el instrumento para acabar con Macron, más que en una expresión de derechización de los votantes y las masas. La gran burguesía y sus voceros periodísticos asistieron a este fenómeno con sorpresa y sin saber muy bien como reaccionar. ¿Un gobierno de Le Pen? ¿Con qué ministros? ¿Con que mayoría parlamentaria? Es el terreno de la aventura propio de una crisis política.

Le Pen ha tratado de dejar en la sombra los puntos más reaccionarios de su programa para concentrarse en la crítica a Macron, y lo ha hecho con buenos resultados. Es hoy el medio más inmediato para derrotar, o al menos arrinconar, al presidente-candidato. El «voto útil» para acabar con su política, aunque en realidad reproduce una orientación reaccionaria y chauvinista, concentrada en la defensa del «capital nacional» (como si existiera), menos europea que la actual.

La izquierda

La reducción de las elecciones a un enfrentamiento entre Macron y Le Pen fue impulsado por la debilidad y el raquitismo de la izquierda. El único personaje con peso es Jean-Luc Mélenchon, el tercero en discordia, pero con escasas posibilidades de pasar a la segunda vuelta. Las encuestas dan 26% a Macron, 24% Le Pen y 17% a Mélenchon. Bien que Le Pen y Mélenchon están creciendo, y no se puede descartar que logre escabullirse en la segunda vuelta, con el «voto útil» de los abstencionistas.

El fenómeno dominante es el derrumbe electoral del Partido Socialisa, con el 2 o el 3 % previsto de los votos; del Partido Comunista hacia el 3%; y los ecologistas, que habían obtenido triunfos importantes en las grandes ciudades en las elecciones municipales de 2020, suman ahora apenas el 5%. Las elecciones deberían marcar la desaparición del PS, luego de haber gobernado entre el 2012 y el 2017 con François Hollande.

NPA y Lutte Ouvrière presentan cada uno su candidato, Philippe Poutou y Nathalie Artaud respectivamente, con una previsión de un resultado mínimo. Por su parte, Revolution Permanente no pudo reunir las 500 firmas de alcaldes y diputados para presentar un candidato y llama a votar por el NPA o LO, afirmando que esos candidatos tienen un «programa y una perspectiva de independencia de clase». En estas condiciones, no se entiende por qué rompieron con el NPA debido al tema de la candidatura.

La candidatura de Melenchon es por sí sola una síntesis del callejón que encierra al movimiento obrero. El viejo admirador de Mitterrand -que enterró en su momento a la clase obrera y sus tendencias revolucionarias- se presenta ahora como candidato del «pueblo» para reformar sus instituciones y controlar el capitalismo, defendiendo al nacionalismo francés contra Europa.

Su movimiento, la France Insoumise, la Francia rebelde, no es un partido ni una organización, no tiene congreso ni órganos de dirección. Está manejado por Melenchon y su grupo de acólitos y diputados. A diferencia de las dos elecciones anteriores, se presenta ahora sin el PC. LFI no llama a ningún acuerdo unitario, simplemente pide que las demás organizaciones y partidos lo apoyen su candidatura. Los ecologistas y comunistas dijeron que no, bien que tendencias minoritarios sí apoyan a Melenchon, y el PS lo combate abiertamente.

Nos queda una caracterización más precisa del NPA y sus tendencias y de LO, que podremos abarcar en una próxima nota, con el análisis de los resultados de la primera vuelta y las perspectivas de la segunda.

https://prensaobrera.com/opinion/la-guerra-acelera-la-crisis-del-capitalismo-y-tambien-se-hunde-en-china

https://prensaobrera.com/internacionales/peru-levantamientos-populares-contra-el-ajuste-de-castillo

https://prensaobrera.com/politicas/5g-crisis-mundial-y-guerra-comercial