Opinión

14/10/2022

Marcelo Gallardo, el tipo que creyó

Las historias de gloria terminan cuando empiezan a durar para siempre.

Marcelo Daniel Gallardo

El saco gris se combina con el pelo largo, la juventud y la inocencia de quien no sabe pero confía que está por hacer historia. Entre abrazos, presentaciones, preguntas, respuestas, Marcelo Daniel Gallardo, que todavía no sabe que se está por convertir en uno de los mejores técnicos de la historia de River, lanza una frase al viento.

-Hay un lindo camino por recorrer

Aquella conferencia de prensa de junio del 2014, cuando lo presentaron como el DT del club de sus amores, pasó ligeramente desapercibida por dos cuestiones. La primera es que la enorme mayoría del periodismo deportivo tenía sus focos en el Mundial de Brasil. La segunda es que la llegada de Gallardo no generaba, en la mayoría del “mainstream”, demasiada expectativa: el DT llegaba solo con una experiencia en Uruguay y luego de que Ramón Díaz, eminencia del fútbol riverplatense, dejara su cargo sorpresiva y desafortunadamente. Incluso la dirigencia de River declaró, en ese momento, que pensaba en otro rumbo. “El plan A es (Gerardo “Tata”) Martino”.

Silbando bajito, entonces, se construyó una de las historias futbolísticas más importantes de los últimos tiempos. Alguna vez el escritor mexicano Juan Villoro dijo, en referencia a Lionel Messi, que la salida del astro del Barcelona era la separación más grande después de la de Los Beatles. La de Gallardo con River tiene indudablemente menor repercusión mundial, pero su impacto en el mundo riverplatense y en un sector grande del fútbol argentino permite, con exageración, el paralelismo.

Los números avalan una carrera formidable de ocho abriles. Catorce títulos, dos copas Libertadores, siete títulos internacionales. Su presencia sistemática en los partidos importantes muestra la invocación de un carácter incuestionable. Le ganó cinco “mata-mata” a Boca (perdió dos), dos a Racing, uno a Independiente y uno a San Lorenzo (no perdió ninguno). Pero más allá del historial positivo, la estadística cruda resume una voracidad incomparable: el River de Gallardo ganó 63 de los 82 duelos a eliminación directa que disputó.

También lo siguen en su carrera muchos otros partidos memorables. La victoria del 2015 en el Estadio Mineirao, 3 a 0 contra Cruzeiro, luego de perder en el Monumental; la hazaña del Arena Do Gremio, para eliminar al conjunto brasilero de Porto Alegre cuando a nueve minutos del final estaba dos goles abajo; la final de Madrid, contra su máximo rival y sin jugar de local; el día que ganó un partido de Copa Libertadores sin arquero y sin suplentes; y tantos otros. Incluso hasta alguna derrota lo marcó, como la de Palmeiras en el Allianz Parque en 2021.

El fútbol lo convirtió en uno de los “equipos de época” del fútbol argentino. Combinó un juego directo, de pie fino y articulación colectiva, con una firmeza voraz en la defensa que resultó ejemplar para ubicarse, a principios del 2019, como el equipo n°1 del mundo según el ranking del Football World Rankings. Gallardo se consagró como el mejor técnico del planeta según la Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol, en 2018.

¿Gallardo creía en ese “camino”? No lo sabemos, pero hay elementos para pensar en que sí. Porque más allá de los números, las historias y las opiniones, lo que marcó el andar de un DT imborrable fue la capacidad de irse a dormir sabiendo que había una ilusión en el próximo partido. Gallardo, más que cualquier cosa, es eso: el arquitecto de hacer que lo imposible se coloque entre las posibilidades y se alcance, que todo se puede lograr, que había otro objetivo, y otro, y otro. Uno de los que más ganó mostró (y demostró) que el amor por el deporte exceden a la victoria.

Es octubre del 2018. River acaba de perder 1 a 0 con Gremio de local y nada lo marca como favorito para llegar a la final de la Copa Libertadores. El pesimismo se vuelve normalidad hasta que un hombre, contra todos los pronósticos, responde lo que nadie más podría.

-Que la gente crea, porque tiene con qué creer.

Lo demás es historia.