El orgullo de tener un padre revolucionario
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No es fácil despedir a un ser querido. En este caso, el dolor es doble: no se trata sólo de un padre, sino de un compañero de militancia. Mi viejo fue mi primer compañero. Fue quien me inculcó (junto con mi vieja) los valores revolucionarios. Pelear por los derechos propios, luchar por lo que es de uno, pero, sobre todo, pelear por los demás. Sentirse movilizado ante el atropello hacia otros. Mi viejo me enseñó a ser humano.
En honor a su autenticidad, debo decirlo: no fue el padre perfecto. Pero estoy seguro de que eligiría mil veces más como padre a Antonio, el que comenzó su militancia en la dictadura, el que contribuyó a conseguir la personería en Tucumán, el que jugó un papel importante en la construcción del PO de Catamarca, el que desde su puesto de director de escuela defendió siempre a sus colegas (y hasta se bancó que le armaran un sumario por eso), el que nunca necesitó hacer demagogia para ganarse el respeto y el cariño, el que dejó tantos recuerdos en docentes, en amigos y familiares.
Sí, elijo mil veces más el orgullo de haber tenido un padre revolucionario.
Gracias por eso, Antonio. Te vamos a extrañar, viejito.