Partido
3/8/2020
Elsa Rodríguez, mujer militante
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Daniel Peluffo, Ojo Obrero Fotografía.
Elsa Rodríguez “nació” a la vida política con el Argentinazo, en 2001/2002. Había llegado en 1984 desde Uruguay, con sus siete hijos y su marido, que al poco tiempo abandonó la familia.
No tuvo estaciones políticas previas. Ingresó en ese período en el Polo Obrero –y más tarde en el Partido Obrero-, luego de una profunda reflexión sobre la red de punteros peronistas que asfixiaban la vida interior de su barrio, Bustillo, en el distrito bonaerense de Berazategui, y establecían la “contraprestación” obligada por cualquier servicio.
Una compañera recuerda el ingreso de Elsa al Polo en plena crisis económica, impiadosa, en un país camino al cataclismo. Eran los finales de 2001. El calor agobiaba en el comedor “Caritas Felices”, cuando Elsa ingresó y dijo “Quiero un plato de comida para mis hijos. Dígame en qué puedo ayudar. Hago lo que sea”.
Fue, como Mariano, hija del Argentinazo. Se erigió en dirigente del Polo Obrero y del movimiento piquetero, como parte de una acción de masas para combatir el hambre y la pobreza. Rápidamente entendió que eso era lo que había que hacer.
Su hija Vanesa (pilar de la recuperación de Elsa), en un reportaje, cuando aún se encontraba su madre esperando el alta en el Hospital Argerich, decía, al ser consultada por la relación que tenía su madre con el Partido Obrero, “Nunca le pidió nada al Partido Obrero. Luchaba más por los otros que por ella misma. Cuando se enteraron de que mi mamá estaba en el Partido, todos se le acercaron para ofrecerle chapas. Su casa siempre fue muy precaria. Cuando mi hermana mayor le preguntó por qué no se iba con ellos, mi mamá no le habló por un mes. Llegó hasta el 20 de octubre. Ahora hay que luchar. Le agradezco a la persona que la llevó al hospital y a todo el Argerich porque hoy tengo a mi mamá”.
Su militancia creció de las tareas asistenciales a las banderas políticas. Su preocupación por los ferroviarios tercerizados, con los que tomó contacto como parte de las tareas de apoyo del Partido, la llevó a poner su empeño en desenvolver ese movimiento. Quizás el recuerdo no sea fiel en este punto en cuanto a la expresión precisa de Elsa, pero el 20 de octubre ella optó por ir a la movilización en la que caería Mariano Ferreyra, dejando de lado su participación en una acción en el municipio, porque allí, en las vías, se jugaba “una causa importante”.
Elsa, militante, no se fue de su barrio Bustillo ante el cerco de los punteros. Fundó el comedor del Polo Obrero y le dio vida en un doble sentido: resolviendo las carencias más elementales de quienes se organizaban en él y dotándolo de una vida política que la tuvo como protagonista fundamental. Por alguna razón no hay testimonio referido a Elsa que no ponga el acento en su disciplina para “leer el periódico” y tratar de explicarlo al círculo de allegados más comprometidos con la actividad.
Una reseña de Elsa no es fácil de sintetizar: mamá; empleada doméstica; ama de casa; responsable de sus hijos, en soledad, tras el abandono de su padre; en un país que no es natal pero que supo adoptar; en medio de carencias y marginaciones; organizadora barrial de un comedor comunitario; piquetera; militante; cuadro político; descubriendo la lucha de género y más cerca de los sesenta años que de los veinte, en los que cualquiera imagina en una figura así. En 2010 y hoy en día, Elsa Rodríguez es una imagen que queremos y debemos reivindicar.
Elsa sobrevivió, y la vida que arriesgó la arriesgó, directa o indirectamente, también por todos los que seguimos en pie, por todos los explotados y por cada compañero de Mariano.
Todo nuestro respeto. Todo nuestro homenaje. Para Elsa Rodríguez, nuestra compañera.
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