España persigue a los inmigrantes africanos

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La llegada de dos mil jóvenes desde Africa subsahariana a las islas Canarias (España) puso nerviosos a los gobiernos de la Unión Europea y precipitó una crisis.
Rodríguez Zapatero exige sin suerte que los países de la UE refuercen el patrullaje de sus fronteras marítimas, una colaboración cuyo espíritu bélico fue explicitado por el encargado de asuntos migratorios de la UE, Franco Frattini, que pidió a los comunitarios “que sean tan solidarios con España como con El Líbano” (El País, 1/9).
Pero Frattini también acusó a España de “estimular la inmigración” por haber legalizado medio millón de ilegales en 2005. Francia, Holanda y Alemania dejaron claro que “cada país tiene que ser responsable de la repatriación inmediata de los ilegales a los países de origen. Es un requisito sin el cual no contemplan ayuda europea posible” (El País, 23/9).
Rodríguez Zapatero se defendió anunciando que reforzará la militarización de su política migratoria, que consiste en impedir que los ilegales entren al país, devolver a quienes lo logren —este año el socialista le ganó limpiamente al conservador Sarkozy: ya repatrió 53.000 indocumentados— y, fundamentalmente, pactar con los países de origen o de paso que les impidan embarcarse y los acepten de regreso.
Hasta 2005, los africanos salían por Marruecos, distante sólo 20 kilómetros de Cádiz. Pero Marruecos acordó con España que el ejército blinde las costas y los migrantes de otros países —capturados antes de embarcar— son abandonados a su suerte en el desierto. Zapatero ahora pretende que Marruecos acepte no sólo a los marroquíes sino a todos los africanos expulsados. Un acuerdo que Europa ya firmó con Rusia —que recibe todo migrante de Europa del Este— y con Libia (El País, 1/9).
Los migrantes sirven también para legalizar la ingerencia militar europea contra las masas del devastado continente africano: España entregó helicópteros y lanchas a Mauritania y Senegal, y la Guardia Civil y el Ejército español patrullan sus aguas. No es todo: como las leyes españolas impiden expulsar a inmigrantes no identificados, los gobiernos de Senegal y Guinea enviaron su policía para que los interrogue. La mitad de los 26.000 que llegaron este año fueron expulsados con ayuda de sus propios gobiernos y el resto aguarda en campos de refugiados donde ya hubo motines por falta de comida (La Nación, 21 y 24/9).
La Vieja Europa
Los europeos cada vez tienen menos hijos y, en consecuencia, su población envejece. En 2030 tendrán un déficit de 20 millones de trabajadores. Hoy la relación es de cuatro trabajadores activos por cada jubilado, pero se calcula que en 45 años será de 2 a 1. Esto significa la quiebra de la seguridad social, porque mientras el aumento de la esperanza de vida hace que los jubilados cobren por más años, disminuyen los activos, que son los que sostienen el sistema (El País, 19/9; La Nación, 24/9).
Los inmigrantes podrían resolver el problema pero la burguesía europea baraja otra solución, que es explotar a sus trabajadores por más años: “Bastaría con que en los próximos 45 años se pudiera aumentar la edad de jubilación de los 65 a los 71 años, una medida que hoy parece muy exagerada pero que puede ser necesaria (…) bajo este fuerte supuesto, se necesitarían muy pocos inmigrantes para mantener constante la población en edad de trabajar” (El País, 19/9).
Europa quiere elegir cuidadosamente a sus “muy pocos inmigrantes”. Aunque el “aluvión” africano no llega al 10% de los ilegales —latinoamericanos o europeos del Este—, “los españoles tratan desesperadamente de bloquearles la entrada”. Europa los quiere blancos, educados y sumisos, “que se asimilen naturalmente con la lengua, la cultura y la religión” (La Nación, 24/9). Pero la asimilación depende de las condiciones de existencia. Y, a diferencia de los millones de europeos que entre 1870 y 1913 emigraron a todos los continentes para escapar de la hambruna y encontraron un mercado de trabajo que podía absorberlos, los hambrientos encuentran hoy un capitalismo agotado, que sólo les reserva la explotación más extrema. Los primeros fueron asimilados, los segundos viven en ghettos pauperizados. Un factor explosivo que la burguesía europea teme, fresca en la memoria la rebelión de los barrios periféricos de París. “Aunque la inmigración ilegal es un lubricante esencial para nuestras sociedades, desde las empresas hasta los políticos de izquierda piden ahora restricciones temporarias al libre movimiento de mano de obra”, dice el presidente del Instituto de Política Migratoria, en Washington (El Cronista, 11/9).
Europa especula además con que “la oferta efectiva de mano de obra se multiplicó por tres en los últimos 20 años”, con la incorporación de los trabajadores de los ex estados obreros y de los países semicoloniales (El País, 19/9). En las granjas del sur de Italia trabajan miles de polacos —ciudadanos de pleno derecho de la UE— en la más brutal esclavitud. Duermen hacinados en galpones por los que pagan 5 euros; si se enferman son multados con 20 euros diarios; los golpean cotidianamente y se está investigando si unos 14 fueron asesinados (Clarín, 24/9). ¿Para qué quieren senegaleses o paquistaníes?
España, por ejemplo, tiene un millón de inmigrantes ilegales y 2,3 millones “legalizados”. Trabajan en la construcción, los viñedos, el turismo, con salarios y condiciones de trabajo impensables para un español. Duermen a la intemperie, al pie de los viñedos, intoxicados por los agroquímicos. Zapatero quiere una “inmigración vinculada al mercado de trabajo y las necesidades laborales”, lo que significa entregar el control de las visas a las empresas, para que importen mano de obra temporaria, y después la devuelvan. El modelo es el Acuerdo sobre Flujos Migratorios con Ecuador, firmado en 2001. Así es el “contrato” que utilizan las empresas que “reconstruyen” Nueva Orleáns con los obreros mexicanos. El civilizado Occidente ha construido un mundo de esclavos.
Las estrategias capitalistas y el estancamiento de la economía, sin embargo, no disuaden a los africanos, que recorren 1.800 kilómetros a mar abierto en barquitos de madera con la ilusión de encontrar un salario europeo en negro que les permitirá ayudar a la aldea que pagó colectivamente su pasaje. Todos los expertos prevén grandes movimientos migratorios desde los países más pobres del planeta hacia los más ricos. Las lanchas patrulleras y la policía migratoria no parecen suficientes para detenerlos.