¿La Mona Giménez?

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A quienes hayan leído los diarios en los últimos días no se les habrán pasado por alto las siguientes noticias: “Joven pareja golpeó brutalmente a su beba provocándole la muerte”; “Batalla campal en actuación de la Mona Giménez”; “La policía halla cuatro adolescentes esclavas en un prostíbulo”; “Lo mordió un chihuahua y mató al dueño” (sic Clarín 21/9). Un patovica mató a una familia y se entregó a la policía. La lista sigue y provee de excelente pastura a los medios. De entre todas, una noticia cobró relieve. El accidente del micro de los estudiantes. Un cromañoncito, podría decirse, sin ánimo de ser sarcástico por supuesto. Hasta aquí los hechos, aislados, de una pasmosa cotidianeidad, tan rutinarios como las palizas que con esmero los patovicas les dan a los chicos cada fin de semana. Patovicas que hallaron otra salida laboral “poniendo el lomo” en los aprietes a los trabajadores que reclaman.
Por fin, si el paciente lector todavía no abandonó y le queda resto, no tendrá que esforzarse para encontrar el común denominador de estos hechos, que es bien simple. Sus protagonistas son jóvenes. Que viven sometidos a una realidad asfixiante, compleja y contradictoria. Víctimas y victimarios, violentos y violentados. Mal que les pese a los medios y a su prédica del linchamiento. Bien lo saben Junior o Romina Tejerina.
Lo que queda de manifiesto con absoluta claridad es la profunda descomposición económica y social en la que viven los jóvenes. Expuestos a una violencia social que se traduce en cifras inapelables. Según el Ministerio de Trabajo serían 718.000 los desocupados menores de 24 años, de los cuales 320.000 son menores de 19 años y constituyen “el núcleo duro de la exclusión” (sic Clarín, 22/9). Esto es lo que el triunfalismo barato del gobierno no consigue ocultar.
Pero este no es un fenómeno actual como algunos pretenden —la Iglesia-, sino antes una situación de carácter histórico. Porque la juventud argentina siempre fue hecha víctima. Desde la dictadura y la guerra de Malvinas. Desde la muerte de Walter Bulacio hasta la tragedia de Cromañon, porque ya sea bajo dictadura o en democracia siempre es la juventud la que paga. Como lo testimonian los nombres de Kosteki y Santillán y los de las decenas de muertos del Argentinazo.
Sangre joven que clama justicia, pero no la de los tribunales caretas, esa no sirve para dar satisfacción a tanto daño, sino una justicia más profunda; la que sólo puede proveer el viento de la historia y su incontenible soplo revolucionario.
Porque los jóvenes siempre resultan el fiambre del sándwich, las presas incautas de una incitación perversa. El mercado los manipula con mil imágenes seductoras al tiempo que los empuja a la marginalidad y a la pobreza, denigrándolos en escuelas que se derrumban, en empleos basura, en esquinas donde la droga es la única alternativa. Ese y no otro es el inmundo reverso de la medalla dorada del capitalismo, la pudrición misma de un sistema que no da para más. Pero nunca está dicha la última palabra y por eso la juventud tiene una salida.
Ante todo los jóvenes deben comprender la necesidad de organizarse, en serio, en un acto consciente y lúcido, empecinado. Todos deben reclamar su lugar, los que tienen laburo y los que hacen lo que pueden, los que estudian y los que sobreviven en la calle, los que son deportistas y los que “se dan” y que aunque quieren dejar no encuentran motivo para “rescatarse”.
Por ello y para derrotar tanta humillación y tanto dolor necesitamos una herramienta poderosa y eficaz, de los trabajadores, nuestra. Esa herramienta se llama Partido. Por eso debemos construir un gran Partido Obrero que nos permita alcanzar una alternativa obrera y socialista. Esa es la tarea y esta es la convocatoria.