No votamos a Chávez

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Nuestro partido ha defendido sistemáticamente al gobierno de Hugo Chávez frente a todos los ataques del imperialismo. Las movilizaciones que protagonizamos en enero de 2003, junto a numerosas organizaciones piqueteras, fueron de las más masivas en el mundo entero. Lo apoyamos también en el referendo revocatorio de su mandato, que convocó por la presión de la oligarquía y del imperialismo. Fuimos el único partido que apoyó el levantamiento popular de febrero de 1992 encabezado por el entonces coronel Hugo Chávez. Pero incluso en esos momentos fundamentales distinguimos nuestra estrategia socialista del nacionalismo fiscal del movimiento bolivariano. Esta distinción significa señalar que Venezuela no protagoniza ninguna transformación de régimen social y que la dirección nacionalista burguesa, como ha ocurrido a lo largo de toda la historia, es incapaz de realizar la independencia nacional y la unidad latinoamericana. Ningún super-precio del petróleo podrá superar la definitiva debilidad histórica del nacionalismo de contenido burgués.
En las elecciones del próximo domingo, Chávez vuelve a enfrentar, electoralmente, a un representante de la oligarquía de Venezuela y de la camarilla de Bush. Nadie cuestiona que obtendrá una nueva victoria. Por eso el propio Hugo Chávez fijó como el cometido para estas elecciones, no su descontada victoria contra la derecha sino la obtención de diez millones de votos. Es decir la uniformización y regimentación de las masas bajo el mando nacionalista. Estamos en completa oposición a este propósito; ninguna lucha contra la derecha puede servir de pretexto para renunciar a la defensa de la independencia obrera, esto especialmente cuando ella es extraordinariamente débil. La defensa de la independencia obrera, incluso si no se presenta como realidad inmediata sino como perspectiva, es más importante que nunca cuando pretende ser sepultada por una oleada de nacionalismo. Esto vale incluso en la acción práctica común con éste en una lucha nacional; vale más aún cuando se trata de no sucumbir a sus planteos en un torneo electoral.
En Venezuela, la izquierda socialista reunía las condiciones para presentar una opción electoral independiente. No lo hizo porque se considera parte del proceso bolivariano y porque apoya a Hugo Chávez como representante de un proceso revolucionario. Es una tendencia al interior del chavismo. Una reciente declaración de apoyo a las listas bolivarianas en las próximas elecciones, firmada por personas como Alain Krivine o Daniel Bensaid, del secretariado unificado de la IV Internacional; por Heloísa Helena, del PSOL de Brasil; por el ex diputado Babá, de la corriente del MST de Argentina; así como varios otros; retrata en una sola frase el callejón sin salida de la política de seguidismo al nacionalismo burgués. Dice: “A pesar del mantenimiento de una estructura estatal surgida de la democracia burguesa, Hugo Chávez sigue representando un factor decisivo para el triunfo de este proceso revolucionario”.
El planteo rebosa de contradicciones: uno, un régimen que protege o mantiene una estructura estatal burguesa es identificado con un proceso revolucionario. Dos, el factor decisivo para el triunfo de un ‘proceso revolucionario’ que mantiene un régimen burgués no es la clase obrera ni siquiera alguna clase social sino un militar nacionalista. Tres, el método político de la declaración es el mismo del nacionalismo —definir la dirección revolucionaria en términos de caudillismo. Todas las corrientes marxistas que apoyan a Chávez tienen en común este endiosamiento de Chávez como caudillo, o sea, la confesión de una irremediable debilidad del proceso nacional venezolano.
Pero el mantenimiento de la estructura estatal burguesa, por parte del movimiento bolivariano, es algo más que una frase: ni siquiera los golpistas y conspiradores han sufrido represalias, incluso de orden judicial. El propio candidato opositor, Rosales, fue protagonista del golpe de la embajada norteamericana de abril de 2002. En cuanto a que la impunidad de Rosales y su legión de compinches prueba la habilidad de Chávez, que prefería derrotarlo en el terreno político, digamos que los mismos argumentos (dados por los mismos partidos y las mismas personas) los escuchamos cuando Daniel Ortega le daba una visa electoral al ala civil de los ‘contras’.
Otro ejemplo de mantenimiento de la ‘estructura estatal’: el negociado con la deuda externa argentina, que los bancos compran en el mercado oficial y venden en el negro, es apenas una muestra, porque toda la política financiera del chavismo consiste en sustituir la emisión y negociación de deuda en dólares por deuda en bolívares, con la única finalidad de hacer posible este negociado. Los bancos en Venezuela, en su mayoría extranjeros, engordan sus beneficios por medio de estos procedimientos. La Bolsa de Caracas ha subido un ciento por ciento en un año, precisamente por estas razones. Semejante fenómeno debería pasar al libro Guiness de los ‘procesos revolucionarios’.
Los partidarios marxistas de Chávez saludan su apoyo a Hezbollah e Irán, pero no dicen que ellos (al menos los del SU) no dieron ese apoyo ni a Hezbollah ni a Irán en la reciente guerra del Líbano, con el argumento (en este caso un pretexto) de que son regímenes que violan los derechos de la mujer. Pero, precisamente, Chávez apoya a Hezbollah e Irán —también en su carácter de regímenes políticos. Del mismo modo, el gobierno venezolano ha pasado a integrar el Mercosur, que es un régimen internacional al servicio de los grandes capitalistas, y sostiene a fondo a Kirchner y Lula, los mismos que están convirtiendo a Haití en un Irak, mientras Chávez critica (cada vez menos) la ocupación extranjera de Haití. Kirchner acaba de echar al embajador de Venezuela en Argentina, nada menos que por la presión de la embajada norteamericana y del lobby sionista de Washington.
El sentido de nuestra oposición a votar a Chávez el domingo próximo es subrayar la necesidad de construir un partido obrero y socialista en Venezuela en forma real, o sea que se presente en forma activa en el escenario político para sustraer a las masas de la influencia del chavismo, no para actuar de consejeros marxistas del nacionalismo, diciéndole al chavismo lo que mejor conviene a sus propios intereses pretendidamente revolucionarios.
Las elecciones del 3 de diciembre tienen lugar cuando ya hace mucho que el proceso bolivariano se encuentra marcando el paso en el mismo lugar: el manejo de las misiones, el control burocrático de las fábricas recuperadas, la oposición a cualquier central sindical independiente, la hostilidad de los punteros del gobierno al desarrollo de la Unión Nacional de Trabajadores, la represión al movimiento campesino Ezequiel Zamora. Asistimos a un poderoso síntoma de agotamiento, en momentos en que se acentúan las presiones internacionales que parten del ‘propio palo’, o sea de Kirchner y de Lula. No es para nada casual la neutralidad con la que el gobierno de Hugo Chávez ha encarado el enfrentamiento entre Bolivia y Petrobrás o Repsol, o sea confinando a la revolución boliviana a un patio trasero del gran capital invertido en Argentina y Brasil. Es decir que la izquierda socialista en Venezuela y en el resto del mundo llama a votar a Chávez como guardián de la revolución, precisamente en el momento en que urge poner todos los esfuerzos en hacer fructificar el embrión de una alternativa obrera y socialista.