¿Qué es el capital ficticio?
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"Una máquina es una máquina; sólo en ciertas condiciones sociales se transforma en capital" (Marx). Los medios de producción se convierten en capital sólo como propiedad privada de una clase (minoritaria) que los pone en funcionamiento mediante la intervención de otra clase (mayoritaria) que sólo puede vender su fuerza de trabajo para subsistir. Y es en tales "condiciones" que el dinero o inversión original de los propietarios de los medios de producción se valorizan en la producción, mediante la explotación del trabajo. Esto porque el valor de la fuerza de trabajo es inferior al valor creado por el trabajador cuando es conchabado por el capitalista. La diferencia, el "mayor valor" o plusvalía, queda como ganancia de los capitalistas. Una parte de esta plusvalía o ganancia el capitalista industrial la debe repartir con otros capitalistas: los banqueros que le otorgaron crédito o los comerciantes, que transforman sus mercancías en dinero para que pueda volver a producir.
El capital bancario o "a interés" parece la fórmula pura del capital porque se presenta como dinero que produce dinero, incluso sin mediar directamente una producción. Solamente yendo más allá de las apariencias es posible comprender al interés como una deducción de la ganancia industrial, y a esta última como una expropiación al obrero (a quien se le dice que el salario remunera la totalidad del valor que produce).
A la apariencia mágica de plata que genera plata corresponde una segunda ilusión: que el interés es siempre el resultado de un capital original, como el invertido en la producción. Un ejemplo clásico se da en caso de la deuda pública, cuyos intereses parecen emanar de un capital, pero que es, frecuentemente... "un capital ilusorio, ficticio... porque jamás (el préstamo) se destinó a gastarse, a invertirse como capital. Para el acreedor (del Estado) la parte de los impuestos que a él le corresponde representa el interés de su capital, lo mismo que para el usurero... aunque en ningún caso se invierta como capital la suma de dinero prestado" (la cita es del Tomo III de "El capital").
Pero no sólo los bonos o los títulos de la deuda son la expresión de un capital ficticio; también lo son las acciones, que son títulos que dan derecho a participar en la ganancia de una empresa cualquiera. Porque el capital no existe dos veces: una como capital realmente invertido (maquinarias, edificios, materias primas, salarios) y otra como valor-capital de esas acciones. Lo mismo vale para los pagarés, uno de los más viejos títulos de crédito comerciales, por medio del cual el comprador de una mercancía se compromete a pagarla en un plazo determinado. Pero los capitalistas productores de esa mercancía pueden vender ese pagaré con un descuento a un tercero, para recuperar rápidamente el dinero obtenido en la venta. El pagaré, entonces, toma la forma de un capital propio que puede circular, volver a venderse, garantizar otras operaciones, creando la situación ilusoria de que se trata de un nuevo circuito del capital.
Se puede decir entonces que de un modo general el capital que representan los pagarés, bonos, títulos y acciones expresan una existencia de capital ficticia, no real, como instrumentos secundarios del sistema de créditos. Al lado del capital real funciona el capital ficticio, del mismo modo que al lado de la mercancía circula, contradictoriamente, el dinero. Por eso, ese capital que se diferencia del capital realmente existente cumple también una función real, porque permite ensanchar el terreno de sus negocios, facilitando el consumo y extendiendo las posibilidades de producción durante un cierto tiempo. Este desarrollo hace más estrepitosas las crisis ulteriores, porque rompe una cadena de créditos y de deudas, y de desarrollos especulativos que tienen por base estos créditos y deudas. Es lo que pasa en circunstancias como las actuales.
En el último período, el capital ficticio acumulado en acciones, bonos y títulos de la más diversa especie supera en diez veces el valor real de la producción mundial, alcanzando una cifra superior a los 500 billones de dólares. Durante un corto tiempo pareció que era una suerte de remedio final para el capital y creó, entre 2002 y 2007, lo que los economistas burgueses calificaron de "el mayor crecimiento de la historia". Estiró las posibilidades de acumulación del capital a un extremo sin precedentes. Es lo que ahora se derrumba como un castillo de naipes. Como expresión de una contradicción insoluble del capital: se expande como si no tuviera límites cuando sus límites están dados por la explotación del trabajo, que es cada vez más necesaria para mantener su ganancia.