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24/6/1987|187

Resolución política: «La Campaña Electoral del Partido Obrero»

"Por un bloque electoral de izquierda con los activistas y militantes combativos"

1. La orientación del Partido Obrero en las elecciones está determinada por su apreciación de conjunto de la presente etapa histórica y de las tareas que ésta plantea. La campaña electoral no reclama ninguna clase de improvisación respecto al programa del P.O., improvisación que solo podría entenderse como una «adaptación” o “adecuación” de este programa a los límites históricos del parlamentarismo. Al revés, es necesario aplicar en forma práctica las conclusiones y consignas del programa revolucionario en el trabajo concreto de la campaña electoral. La crisis política en cuyo marco se desenvuelve la campaña electoral demuestra la vigencia de este programa y la actualidad de las posiciones revolucionarlas. Inversamente, esa enorme crisis política refuta completamente todos los pronósticos democratizantes en el sentido de que el régimen actual ha mandado al basurero de la historia la posibilidad de las crisis revolucionarias, asegurando un desarrollo “pacífico” Indefinido al régimen capitalista.

Estos cuatro años de régimen semi-constitucional (¡que gobierna con una legislación que en un 80% tiene su origen en las dictaduras militares!) han permitido verificar otra vez más la incapacidad de estos regímenes democratizantes para poner en ejecución y llevar hasta el fin las tareas democráticas y nacionales. Esta incapacidad es la base de las sistemáticas crisis políticas y de la inevitabilidad de las crisis revolucionarias. El estrangulamiento creciente de las fuerzas productivas nacionales como consecuencia de la expoliación imperialista plantea la tendencia a una crisis revolucionaria sobre la base de los problemas nacionales y democráticos no resueltos.

El régimen instaurado en 1983 no ha modificado ni mucho menos eliminado esta perspectiva. La historia de estos cuatro años es, precisamente, la historia de crisis políticas crecientes y agudas, las cuales rebasan en todos los casos los marcos parlamentarios, se convierten en crisis extra-parlamentarias” y se resuelven mediante acuerdos excepcionales y transitorios, al margen de las instituciones representativas, e incluso envolviendo directamente a los estados extranjeros imperialistas. Se deduce de esto que solo un charlatán puede intervenir en la campaña electoral propugnando un desarrollo político parlamentario de las grandes aspiraciones nacionales, y no utilizándola como tribuna para explicar el verdadero carácter de la crisis política, señalar la perspectiva revolucionaria de ésta y agitar las consignas que movilicen a las masas en esta dirección.

La breve trayectoria del presente régimen es la más clara prueba de su inviabilidad. Tempranamente se vio obligado a abandonar su limitada demagogia nacionalista y provocar un cambio de gabinete por exigencia del FMI y de la banca internacional; la caída de Grinspun fue literalmente impuesta por el imperialismo y cerró una etapa de crisis en que los partidos del régimen llegaron a convocar a la calle a la juventud (mojupo), para mejor ocultar la capitulación ante el FMI (que el candidato a exministro ya había puesto en marcha). También tempranamente el régimen se vio sometido a sucesivas crisis militares y a una verdadera campaña de atentados, que culminó con la declaración del Estado de sitio en vísperas de las elecciones del 85 y con la bomba sin detonante colocada contra Alfonsín en el III° cuerpo de ejército. El gobierno fue incapaz de descubrir al autor de un solo atentado; se acomodó a todas las exigencias militares; premió a los acusados de genocidio con el ascenso y concluyó ac-cuando como el taparrabos de la crisis político-militar que estalló en semana santa. Pero al lado de este proceso de descomposición del régimen político, se produjo también la movilización popular como el otro gran factor que puso al desnudo el rápido agotamiento del régimen. Desde la ola de huelgas que respondió al plan austral (y que fue reprimida con las tanquetas de la policía de la dictadura) se puso en marcha todo un movimiento de lucha, que culminó en las huelgas y movilizaciones de enero-marzo de 1986. Se planteó aquí un principio de crisis de poder con relación al movimiento de masas, que llevó a la burocracia sindical a echarse atrás de su planteo de convocar a un congreso de “unidad nacional” de oposición al gobierno.

La crisis de semana santa fue el punto más alto de toda la crisis, la cual de ningún modo se ha cerrado. El aparato militar alcanzó su máximo estado deliberativo y la movilización popular tomó en forma creciente la dirección de los cuarteles. Los políticos democratizantes y las instituciones que éstos reivindican, fueron completamente impotentes frente a la crisis, la cual solo encontró un principio de solución por la acción del clero y de la embajada (agregados militares) norteamericana. Los hilos de la estabilidad política estuvieron en las manos exclusivas del imperialismo, lo cual es natural en un Estado que se ha convertido en su rehén financiero. Tanto en oportunidad del primer acuerdo con el FMI, como cuando se dictó el plan austral y por tercera vez recientemente, la Tesorería norteamericana se ha convertido en el garante último de toda la deuda nacional. La crisis de semana santa sirvió como radiografía pública del régimen democratizante, lo despojó por completo de sus pretensiones y de sus poses, y lo mostró como un instrumento político directo de los explotadores, de los militares, del imperialismo y del clero. Ahora con la “capitalización de la deuda”, las “leyes laborales” y la elevación de las tasas de interés internacionales, se añaden nuevos factores de exigencias y de crisis, que se resuelven todas en la línea de la capitulación abierta. Se ha agravado como consecuencia de esto la carestía y la situación de las masas, y el régimen es llevado de las narices al entreguismo más completo, como ya se perfila en la cuestión de Malvinas. Conjugada con la crisis política, la cuestión de Malvinas llevará al país a otra gran crisis Internacional, porque Malvinas resume la vasta presión imperialista que se ejerce sobre Argentina y América Latina y la exigencia de su sometimiento “estratégico”, es decir en todos los órdenes y a largo plazo.

La tendencia a la crisis revolucionaria no resulta de ninguna clase de “futurología” —esa tendencia se ha manifestado directamente en todo el proceso político. Su causa última reside, indudablemente, en la colosal impasse del capitalismo mundial, producto del nivel sin precedentes que ha alcanzado la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y la lucha revolucionaria de las masas, de un lado, y el régimen capitalista, la descomposición de economías y sistemas políticos enteros y aún las importantes derrotas mundiales del imperialismo, del otro.

2. Al entrar a una lucha electoral y parlamentaria, es necesario poner de relieve el antagonismo irreconciliable que existe entre el parlamentarismo y la lucha de clases. El parlamentarismo se base en, la ficción de que corporizaría el “interés general”, disimulando bajo esta fachada la dominación de la burguesía. Incluso en la democracia más perfeccionada no pasa de ser una de las tantas ramas del Estado, y en la mayor parte de los casos no la más importante. Por amplios que sean sus poderes, tiene como límite natural la dependencia financiera del Estado respecto al capital, y en los Estados sometidos la dependencia del capital imperialista —lo que explica que esos Estados puedan “independizarse” de su burguesía y convertirse en vasallos de los monopolios extranjeros. El sistema “representativo” actual de Argentina resulta de un acuerdo general entre los políticos democratizantes, el imperialismo, el clero y el militarismo, por el cual los primeros se comprometen a garantizar el pago de la deuda externa y la defensa del Estado, y los segundos a apoyar al sistema semiconstitucional durante la vigencia del acuerdo. Por eso es profundamente antinacional y por eso el planteo democratizante conduce a Ja capitulación ante el propio imperialismo.

En oposición al parlamentarismo el Partido Obrero plantea la acción directa de las masas, como la vía principal para resolver los problemas de éstas y transformar el régimen social. Al enchalecamiento de las clases en un parlamentarismo ocioso e impotente, se opone la liberación de las energías de los explotados en la lucha por sus reivindicaciones. El principio representativo ha nacido históricamente de la revolución burguesa, no es una creación académica; rápidamente entró en contradicción con la tendencia a la, revolución proletaria, la que negó su validez general, porque ningún ámbito representativo puede resolver contradicciones de clase irreconciliables.

El Partido Obrero no le concede a la campana electoral ni a su intervención en el parlamento un significado independiente ni siquiera primordial. Este lugar lo ocupa la preparación y organización de la lucha de clase de los explotados, que debe culminar con la conquista del poder político. Si hay que conceder toda la importancia que tiene el parlamentarismo como un medio de lucha para desenmascarar a la politiquería democratizante y desnudar su impotencia. El PO no alimenta ilusiones en la reforma parlamentaria, sino que las desvirtúa, señalando la dependencia del parlamento respecto al gran capital y al imperialismo. La tarea fundamental es fortalecer la conciencia de clase del proletariado y la lucha por su organización independiente. La subordinación al parlamentarismo actual conduce a atar a la clase obrera a un régimen que tiene por perspectiva la bancarrota. En relación directa con la tarea primordial de utilizar la campaña electoral para elevar la conciencia de los trabajadores y reforzar su tendencia a organizarse en forma independiente, el Partido Obrero subraya la necesidad por parte de la clase obrera de estudiar sus grandes experiencias de lucha, en particular las luchas revolucionarias de los años 70 —como el “cordobazo” y la huelga general de junio-julio de 1975, esto porque esas luchas no han dejado de “ser actuales” como pretenden los democratizantes (que ejercen el terrorismo ideológico parlamentario mientras capitulan ante el terrorismo militar) y porque se inscriben en la perspectiva de las próximas luchas de la clase obrera.

 3. El alineamiento de las distintas fuerzas políticas en la presente campaña electoral debe ser precisado con la mayor exactitud.

El bloque de los partidos de la derecha no ha conseguido conformar una coalición electoral, lo cual se debe a que tropiezan con la cuadratura del círculo: cómo convertirse en partidos “populares”. Tienen la limitación de que el gran capital no quiere pulverizar al “centro” político y pone todas sus energías en apoyar al gobierno y en conquistar al PJ para un frente común con el radicalismo. Los ensayos “populistas” (Adelina) son vistos por la derecha como una maniobra inspirada por el gobierno. Este bloque es una agencia directa del capital financiero y de algunos sectores de la oligarquía nacional.

Aunque la campaña electoral se presente superficialmente como un enfrentamiento entre la UCR y el PJ, ambos constituyen definitivamente un bloque, con sus alas de derecha, centro e izquierda; Representan en grueso a la burguesía nacional que sigue una clara línea de compromiso y asociación con el imperialismo. A través de sus crisis y realineamientos internos han ido reflejando las distintas fracciones de la burguesía y las distintas variantes que va planteando la crisis económica y política. Con el ingreso primero de Robledo, Lavagna, Frenkel, etc., quedó claramente planteada la formación del bloque alfonsino-justicialista, ahora rematada por el ingreso de Alderete, quien cuenta con el apoyo incluso del cafierismo. Las aspiraciones de este bloque fueron formuladas por Alfonsín cuando pidió un gobierno del 80% —con la posibilidad de que el presidente sea de un partido y el eventual primer ministro del otro. Este bloque se fue dividiendo cuando la cuestión de la deuda externa había entrado en una impasse, pero luego se produjo una convergencia en torno a la capitalización de la deuda y la integración con Brasil. En semana santa sancionaron el acuerdo político de la amnistía, con las “actas democráticas”. A medida que se profundiza la presión del imperialismo y se agrava la crisis económica, hacen suya la política y el programa de la derecha en todos los campos, en especial en el económico y el militar. En varias provincias el PJ y la UCR participan de alianzas con la derecha. En la UCR los círculos de la “izquierdista” Coordinadora han concluido siendo la punta de lanza del imperialismo, con ventaja sobre los “históricos” de la vieja burguesía. La Coordinadora ha probado que la pequeña burguesía dependiente se puede transformar en totalmente proimperialista. La escisión de esta Coordinadora es inevitable a medida que se vaya acentuando el fracaso gubernamental. Algo similar ha ocurrido en el cafierismo, donde se encuentra integrada la otrora izquierda peronista. El cafierismo ha incorporado audazmente a extrapartidarios como Cavallo, procurando representar a los “capitanes de la industria” de tipo desarrollista, los que con el cambio de eje de la cuestión de la deuda externa hacia la «capitalización”, quieren un acuerdo directo con la banca internacional sin la intermediación de la patria financiera. Bajo el presente régimen se ponen a prueba las posibilidades de la burguesía nacional, su fracaso va abriendo paso a una nueva etapa política. El bloque alfonsino-justicialista ha abandonado toda pretensión de demagogia social, orientando su campaña a dar seguridad al imperialismo. El fracaso de este bloque para hacer frente a la dominación imperialista deberá servir para emancipar a los trabajadores de la tutela política de la burguesía nacional.

El bloque de fuerzas constituido por la izquierda se presenta, en apariencia, completamente fragmentado. De un lado el PI ha agotado todas sus tentativas para marchar a la rastra del cafierismo, integrándose al bloque de los grandes explotadores nativos. Entre la burguesía y la pequeña burguesía no hay una muralla china que esta última no procure saltar en la primera ocasión. La tesis de la liberación nacional, convertida en fin exclusivo, ha llevado naturalmente a la capitulación ante la burguesía nacional. El PI suscribió el acuerdo programático con Cafiero y luego las “actas democráticas”. El fracaso con Cafiero lo ha derechizado aún más y lo ha llevado a la completa desintegración. Los que nos acusaban de falta de “realismo”, han demostrado ser unos completos improvisadores. La experiencia del PI no duró un par de años; la pretensión de algunos “revolucionarios”, de transformarlo en canal de masa esgrimiendo el nacionalismo y el democratismo, ha concluido en la catástrofe.

El “centro” de la izquierda estuvo ocupado por el Frepu, con una marcada tendencia derechista puesto que procuraba el acuerdo sin principios con el PI y con los carreristas que integran o integraban a este partido. Los programas del PI y del Frepu se asemejan como dos gotas de agua, en la declarada finalidad de propugnar reformas “estructurales” dentro de los marcos capitalistas. La unión entre uno y otro grupo fracasó porque la dirección del Frepu no logró conciliar, en especial en el caso del PC, la tendencia del PI a la alianza con Cafiero y a la integración completa en el Estado, de un lado, con la tendencia radicalizada y aún revolucionaria de la base del Frepu, del otro. Mediante la ruptura del Frepu, la dirección stalinista pretende resolver esa contradicción, lo cual requiere desmoralizar a la base combativa del PC. El Fral es un frente super-derechista por sus componentes y su programa, donde se acentúa más la tendencia al compromiso con las posiciones nacionalistas y demagógicas de la burguesía nacional y de sus partidos. Es un frente del PC con la burguesía a través de la alianza con políticos carreristas y partidos completamente extraños al movimiento obrero y a la historia de luchas nacionales. El Mas se puso al servicio de esta política miserable, y por momentos llegó a rivalizar en derechismo con el partido comunista. El solo hecho de que siga planteando reconstruir el Frepu, luego de la firma de las “actas democráticas”, revela que es un furgón de cola del stalinismo y de las tendencias contrarrevolucionarias dentro de la izquierda. La firma del “acta democrática” es una declaración de principios en apoyo del Estado burgués y de todos sus excesos.

Estos tres bloques expresan el agolpamiento fundamental de fuerzas en el país, desde el punto de vista de las tareas que tiene planteada la nación y en relación al régimen que emergió en diciembre de 1983. El pasaje creciente del bloque burgués nacional a la entrega al imperialismo, y la tendencia de la pequeña burguesía izquierdista a ir a la rastra de la burguesía nacional, característica de los procesos en las naciones oprimidas, también se confirma esta vez. La perspectiva de victoria depende de la dirección de la revolución y de las masas por parte de la clase obrera. Reforzar la tendencia independiente de ésta y luchar por su hegemonía política son las tareas fundamentales de un partido obrero revolucionario.

El Partido obrero ha sabido A aplicar en la experiencia de estos últimos años el principio dialéctico de que la victoria de la unidad requiere primero la completa separación. El PO atacó la unidad de izquierdas de 1985 como antirrevolucionaria, señalando sus limitaciones políticas insalvables. Caracterizó con todo cuidado el proceso de crisis dentro del PC, advirtiendo que no se había producido una ruptura con el stalinismo, es decir, con la burocracia de Moscú y con sus intereses. Mostró las limitaciones del nuevo programa del PC, que sustituía la vieja fórmula del frente democrático por una serie de frases populistas, las cuales igualmente oscurecían, y hasta combatían la hegemonía del proletariado, en nombre de un frente del “pueblo” que proclamaba la disolución política de la clase obrera. En nuestra feroz critica señalamos que la unidad con otros sectores populares tiene que tener un carácter principista y políticamente delimitado, y nunca puede ser una carrera de premios para políticos sueltos. La escisión estudiantil protagonizada

por la Franja Liberación quedará rápidamente reducida a cenizas por su dependencia del stalinismo y por haber servido de instrumento de enjuagues y no como factor de reagrupamiento político combativo.

La firma de las “actas”, la disputa electorera y sin principios y la aparición del Fral en calidad de frente postizo que permite al PC reanudar su política antirrevolucionaria, tienen una raíz de clase perfectamente clara: la burocracia stalinista contrarrevolucionaria y el centrismo de los morenistas. Esta debacle, sin embargo, ha servido para potenciar la evolución de los elementos revolucionarios de la izquierda, evolución en la cual el PO ha tenido una gran responsabilidad, esto al haber denunciado desde su concepción al frente democratizante y liquidador de la unidad revolucionaria de la izquierda.

En estas condiciones, las elecciones deben ser la oportunidad, no solamente de una campaña socialista y obrera del PO, sino también de unidad revolucionaria con los activistas de los partidos de izquierda o sindicales sin partido. La posibilidad de este bloque o frente está directamente dada por la completa impasse en que se encuentran esos activistas y militantes dentro de sus actuales partidos. El carácter “orgánico” de un frente revolucionario de este tipo está determinado por el hecho de que todos esos activistas son constructores de la clase obrera y representan organizaciones y agrupamientos de base de los partidos y de los sindicatos. El frente “inorgánico” es el frente democratizante que postula como candidatos a políticos de carrera que esperan una nueva oportunidad para hacer su «rentrée” en la gran política burguesa.

El Partido Obrero llama abiertamente a los activistas y militantes de los partidos de izquierda y del peronismo combativo a hacer un frente con el PO mediante una lista común para las elecciones del 6 de septiembre, sobre la base de la siguiente plataforma; Confiscación del imperialismo, unidad socialista de América Latina, gobierno de los trabajadores.

La función del Frente de Trabajadores así constituido será la de servir como factor de reagrupamiento de las grandes masas y la de poner en marcha el frente revolucionario que deberá unir a la clase obrera con la mayoría explotada nacional. El FT surge de la lucha contra el frentismo antirrevolucionario (que es como termina el frente democratizante) y proseguirá este combate hasta la derrota completa de la política reformista y conciliadora en el seno de la izquierda y del activismo de este país.