Partido
28/3/2020
Rubén, un militante con los pies bien plantados en la tierra y en el gremio de prensa
A un año de su fallecimiento
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La Naranja de Prensa
El impacto que su muerte, hace exactamente un año, produjo en el gremio de prensa habla por sí misma de quién fue Rubén Schofrin. El reconocimiento y respeto por su tarea militante resultó unánime entre los trabajadores y el activismo, claro, pero también entre quienes durante sus largos años de militancia en el gremio se ubicaron entre sus adversarios y hasta sus enemigos de clase.
Es que Schofrin jugó un papel crucial en la reorganización del gremio desde 1998 cuando puso en pie la comisión interna de la Editorial Perfil y dio lugar a un sistemático proceso de reconstrucción del tejido gremial casi disuelto por la política liquidadora de la dirección burocratizada de la Utpba, y que había sido revitalizado luego de los años duros de la dictadura.
En su eterno rol de organizador, junto con otros compañeros de La Naranja de Prensa como Nelson Marinelli y Eduardo de la Fuente pero también con dirigentes de otras corrientes como Tato Dondero se abocó a la tarea de promover la construcción de nuevas comisiones internas y poner en pie la oposición en la Utpba que había abandonado a su suerte a los trabajadores de prensa.
Fue Rubén quien, tempranamente, empujó para dar lugar a la reunificación del gremio de prensa desde los delegados de base de cada redacción alrededor del reclamo de la recuperación de las paritarias únicas lo que dio lugar a la primer huelga general del gremio el 7 de junio de 2013 luego de más de tres décadas de luchas aisladas y descoordinadas.
Ese fue el puntapié inicial para lo que luego sería la fundación del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA) a partir de los delegados de base de redacciones, radios y canales que recuperaron esas paritarias en 2013. Fue Rubén quien defendió, también tempranamente, la idea de que existía una maduración suficiente para avanzar con un nuevo sindicato pero, consciente de que para que esa política se hiciera carne era necesario ratificarla con un apoyo masivo de los trabajadores, propuso respaldarla mediante un plebiscito que, por su masiva participación, terminó de hundir a la Utpba y ofició de trampolín para lo que es hoy el SiPreBA.
Su incansable militancia y su claridad lo ubicaron como Secretario Adjunto del naciente sindicato. Rubén estuvo presente, literalmente, en cada lucha del gremio, hasta su muerte.
Desde las heroicas luchas y ocupaciones de su Editorial Perfil que lo llevaron a enfrentar estoicamente un juicio contra el derecho a huelga, pasando por las ocupaciones de Radio América y Tiempo Argentino, las luchas de Clarín y, claro, la inmensa lucha de Télam cuyas novedades siguió obsesivamente desde su cama de internación.
Su tenacidad, claridad y su temple guardaban coherencia con su voz firme y ronca. Rubén era un inmenso orador. Un verdadero cuadro político de la clase obrera.
Es que Rubén, hay que decirlo, no era un trabajador de prensa. Era mucho más que eso. Si los avatares de su vida política no lo hubieran puesto en la tarea de diseñar el periódico Prensa Obrera durante la dictadura, posiblemente hubiera sido hoy recordado como un inmenso dirigente de cualquier otro gremio en el que le hubiera tocado militar. Porque Rubén, desde chico, abrazó la causa de la clase obrera. Era un militante revolucionario y, como tal, no se guardó nada en la tarea de colaborar en la organización y construcción del PO en todos los gremios en los que podía. Telefónicos, bancarios, comercio, estatales y allí donde se lo necesitara para dar una orientación y una opinión. Rubén estaba, siempre estaba.
Por eso, desde la comisión sindical del Partido Obrero jugó un papel inmenso en la construcción de la Coordinadora Sindical Clasista desde donde abrazó, fervientemente, la lucha por poner en pie, a través del frente único, el Plenario del Sindicalismo Combativo del cual fue uno de sus grandes animadores.
Su único ‘límite’ a la hora de militar eran sus hijas Mora y Abril y su compañera Judith a quienes amaba y cuidaba celosamente. Se levantaba de las reuniones sigilosamente si tenía que ir a buscar a alguna de ellas a alguna fiesta o si, por caso, tenía alguna reunión familiar pautada. Su entrega era tal que nadie osaba recriminarle nada. Todos sabíamos que, si había que estar a las 5 de la mañana en un piquete de fábrica al día siguiente, allí estaría Rubén y, encima, con una sonrisa y alguna broma preparada.
Es que Rubén, a la vez que era un gran constructor y organizador, defendía en forma militante su vida social y sus afectos, incluyendo a su querido Bohemio. Y eso, que muchas veces en el fragor militante resulta difícil y hasta contradictorio, en el caso de Rubén emergía como una inmensa virtud. Porque si algo destacaba a Rubén como militante, además de su tenacidad y capacidad de organización, era su sensibilidad política a la hora de percibir las tendencias que avanzaban silenciosamente en la conciencia popular. Las de la clase obrera y también las de la clase media porteña a la que pertenecía en su amada Villa Crespo.
Rubén era capaz de demoler cualquier tesis política con un simple comentario de lo que, suponía, opinaría sobre tal o cual consigna algún familiar, algún laburante de Perfil, del Hospital Ameghino donde trabajaba Judith o, simplemente, un vecino de su cuadra. Tenía ese sexto sentido que permite a un cuadro escuchar y comprender a los trabajadores y, desde ahí, elaborar la política más adecuada. Rubén era canchero, divertido y leal.
Esa virtud también la desplegaba a la hora de orientar a sus compañeros y compañeras del Partido. Empujaba para adelante, siempre, pero no era obtuso. Entendía cuando una posición correcta no podía avanzar por límites que, a veces, no entran en los esquemas preestablecidos en los manuales de la política revolucionaria. Ahí era cuando aflojaba, no tiraba de la cuerda, sabía que una posición política impecable pero que no permite avanzar resulta papel mojado, y buscaba un camino alternativo. Era muy difícil que Schofrin se desmoralizara. Incluso en las situaciones más adversas, para él, siempre había un nuevo comienzo.
Su entusiasmo, infantil y tierno, contagiaba.
Rubén luchaba tenazamente y soñaba por transformarlo todo pero jamás dejaba de tener los pies bien plantados en la tierra.
Hasta siempre, amigo. Te extrañamos y necesitamos cada día.