Saúl Ubaldini

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El domingo 19 de noviembre murió Saúl Ubaldini, por años secretario general de la CGT. A juzgar por las coincidentes necrológicas periodísticas, la clase obrera debería estar llorando a uno de sus símbolos de lucha. Nada explica, entonces, por qué en sus funerales no estuvieron presentes ninguna de las expresiones de lucha del movimiento obrero y sí, en cambio, lo más descompuesto de la burocracia sindical peronista y el aparato del PJ.
Ubaldini nació a la militancia sindical como obrero de la carne, en el Frigorífico Lisandro de la Torre, lo que le costó la cesantía. Para 1978, dirigía la Federación de Obreros Cerveceros, ya perfectamente disciplinado bajo la Patria Sindical y las 62 Organizaciones Peronistas. El 27 de abril de 1979, como parte del Grupo de los 25, convoca la primera huelga general contra la dictadura, que se hizo sentir fuerte en las zonas industriales. De allí lo sacaron, a fines de 1980, Lorenzo Miguel y el petrolero Diego Ibáñez —los cargos sindicales habían sido prorrogados por la dictadura— para presidir la CGT Brasil. La CGT Azopardo (de Triaca y Cavalieri), era la más furiosamente “dialoguista”.
Ni Miguel, ni Ibáñez, ni ninguno de los dirigentes “históricos”, asociados hasta los tuétanos en la eliminación física de delegados obreros ejecutada primero por las Tres A y luego por los militares, estaba en condiciones de ocupar un lugar desde donde debía alternar demagogia reivindicativa con una política de contención a un movimiento obrero que, a pesar de la masacre, la destrucción de las organizaciones fabriles y su atomización, no cesaba de desafiar a la dictadura.
Para entonces, el plan de Martínez de Hoz había hecho agua, el frente militar estaba fracturado y Viola había desplazado a Videla. La devaluación del peso en 10%, en enero de 1981, recibió como respuesta del gran capital “un gigantesco voto de desconfianza, sacando del país en pocos días 1.500 millones de dólares”. La dictadura enfrentaba un arco patronal que pretendía una recomposición de la coalición que la sostenía, y que ofreciera a la burguesía nacional una mayor utilización del aparato del Estado. Su expresión política era la Multipartidaria, convocada por la UCR, que pugnaba por una institucionalización cívico-militar.
Ubaldini fue el hombre de la burocracia en ese período. Mientras que la CNT-20 bombea directamente los conflictos, la CGT de Ubaldini “trata de aprovechar la situación para recomponer su aparato y el del peronismo en los sindicatos, para atenuar el desprestigio de cinco años de entregadas y traiciones. Esta operación puede requerir alguna medida de lucha aislada, que aparece como un costo menor e inevitable”. Atada a la burguesía “multipartidaria”, la “gesta antidictatorial” de Ubaldini se expresa en un puñado de paros y movilizaciones que sólo los trabajadores garantizan, y el abandono a su suerte de los conflictos parciales.
A la convocatoria de carácter religioso del 7 de noviembre de 1981 a San Cayetano, por pan y por trabajo, concurren más de 10.000 personas que la transforman en una marcha antidictatorial. En el marco de un renovado plan de ajuste, después del golpe de Galtieri, Ubaldini explica que “el enemigo no es cierto sector del capital o del empresariado sino pura y simplemente una situación confusa y grave en la que todo el país se encuentra sumergido” (La Prensa, 4/2/82).0
La máxima condecoración de Ubaldini es, presuntamente, la enorme movilización antidictatorial del 30 de marzo de 1982. Pero la CGT venía de cancelar la prevista para el 24 de marzo, ni siquiera convocó a un paro activo para garantizarla e intentó suspenderla escudado en la crisis de Malvinas. Los 50.000 trabajadores y vecinos que desafiaron durante varias horas la represión en el centro porteño y en muchas ciudades del interior —con un saldo de un millar de detenidos sólo en Buenos Aires— son los únicos dueños de esa condecoración.
La guerra de Malvinas encontraría a Ubaldini —como a la Multipartidaria— apoyando la ocupación de las islas en el principio y rezando por la rendición con el Papa sobre el final. La salida de la dictadura, en un contexto de catástrofe económica, con una inflación del 20% mensual, un reguero de luchas en todo el país, muestra una CGT “jugada a esterilizar las poderosas tendencias a la huelga general que anima a las masas” (PO, 11/9/82).
13 paros... domingueros
Alfonsín llegó al poder denunciando el “pacto sindical-militar”. Pero después del fracaso por imponer la Ley Mucci —que intentaba recortar el poder de la burocracia peronista en los sindicatos— terminó integrando al gabinete primero a Alderete y después a Tonelli. Ambos ministros de Trabajo contaron con el apoyo de la CGT, que periódicamente los exhortó a “mantenerse independientes” del Ministerio de Economía.
A mediados del ’86, la CGT elaboró un programa de 26 puntos, que llamó de “reparación histórica del movimiento obrero” y fue apoyado por toda la izquierda con excepción del Partido Obrero. Entre ellos no estaba incluido un salario mínimo igual a la canasta familiar.
Como bien ha señalado un compañero, la convocatoria a 13 paros aislados es la prueba más evidente de la nula voluntad por la victoria. Todos los paros contra el gobierno de Alfonsín (mentira: “tres fueron en defensa de la democracia”) tuvieron un denominador común: la falta de cualquier perspectiva y continuidad. Desde el primero por aumentos de salarios el 3/9/84 hasta el último, el 12/9/88, arrancado por una rebelión generalizada después de la provocación montada por la policía contra el paro trucho de la CGT de tres días antes.
El debilitamiento de la figura de Ubaldini no vino de la mano de “la política antisindical” de Alfonsín sino de su empeño sistemático “en agotar los canales de diálogo con el gobierno”... y tirar un paro aislado cuando la presión de los trabajadores no le dejaba otro remedio.
Sus declaraciones beligerantes y demagógicas no le alcanzaron para sacar un paro en apoyo a la heroica ocupación de la Ford, ni para frenar uno sólo de los planes de ajuste. Es más, Ubaldini participó de los conciliábulos previos al Austral II, que acabaría en una hiperinflación dos años después.
El apoyo a la candidatura de Menem no impidió que se distanciara rápidamente del riojano. “Las distintas posturas frente al gobierno menemista motivaron una nueva fractura cegetista. La CGT San Martín se encuadró con el gobierno y Ubaldini quedó a la cabeza de la CGT Azopardo (La Nación, 20/11).
La disolución de este agrupamiento, meses después, puede considerarse “la luz verde para la ofensiva menemista contra el movimiento obrero”.
Así sobrevino el retiro de la vida sindical, el intento fracasado de una candidatura semi independiente a gobernador en 1991, la vuelta al redil con Duhalde, una década como legislador obediente sumada, en el último período, a la asesoría a Julio De Vido.
El derrotero de Ubaldini replantea una discusión de absoluta vigencia dentro del activismo clasista. No hay alternativa para los trabajadores detrás de ninguna de las vertientes de la burocracia sindical. Ni siquiera de aquellas que en alguna oportunidad fueron apaleadas por la policía.