Partido

14/3/2013|1259

Un recuerdo de Eduardo Luquet

La noticia del fallecimiento de Eduardo me conmocionó. Lo conocía desde "antes del PO", cuando ambos estudiábamos Física -él en la Plata y yo en la UBA- y hacíamos nuestras primeras armas en la lucha política (aunque en otra organización). Poco después y por caminos diferentes, nos encontramos en el Partido Obrero; de esto hace casi tres décadas.


Hay, en la larga trayectoria militante de Eduardo, un capítulo menos conocido que su papel como constructor de Tribuna Docente, que quiero rescatar a modo de homenaje.


A mediados de los '90, cuando arreciaba el menemismo, compartimos en San Martín la experiencia de poner en pie uno de los primeros intentos de "organizar a los desorganizados": la Comisión de Jóvenes y Trabajadores de Desocupados de Villa Lanzone, una avanzada de lo que años después sería el Polo Obrero.


Junto a otros valiosos compañeros, entre los cuales se destacó también nuestro querido Lisandro (muerto en un trágico accidente a los 26 años), formamos esta comisión que llegó a encabezar un vasto movimiento barrial: con delegados por manzana, con un boletín que desarrolló campañas por el subsidio al desocupado o la libertad de Panario, que organizó recitales multitudinarios, que convocaba asambleas de centenares de vecinos y que dirigió una dura lucha contra los cortes del servicio de luz.


Esta "rebelión" barrial fue una pesadilla para la intendencia, que tuvo que bajar en varias ocasiones para dar respuesta y nos declaró enemigos número uno. Recuerdo que para evitar la agresión de los punteros, un grupo de delegados nos recibía en la estación de José León Suárez y nos "metía" al barrio clandestinamente para hacer las reuniones en alguna casa…


Fue un movimiento enorme pero efímero; las patotas pejotistas y la cooptación lograron desactivarlo, pero su marca en los barrios marginados de San Martín perduró bastante tiempo.


Eduardo era el vocero y motor de la comisión. Recuerdo que con un megáfono, y jugándose el pellejo, recorría los oscuros pasillos de la villa para convocar a las asambleas.


En poco tiempo se convirtió en parte de lugar.


Siempre me impresionó su capacidad para relacionarse con los sectores más humildes. Eduardo, que tenía una sólida formación, hablaba el lenguaje simple y profundo de la clase obrera y lo que se imponía de entrada, apenas uno cruzaba con él unas palabras, era su dimensión humana.


Eduardo era un "buenazo", generoso, solidario, siempre sonriente… a eso le sumó su inquebrantable compromiso revolucionario. Y por eso es de los imprescindibles. Lo vamos a extrañar.