Políticas

23/7/2009|1092

A 30 años de la revolución nicaragüense

El 19 de julio se cumplieron treinta años del levantamiento popular que en 1979 derrocó a la cruenta dinastía de los Somoza. Los festejos por este nuevo aniversario de la revolución se llevan a cabo en medio de una profunda crisis política del gobierno de Daniel Ortega, que ha abandonado toda pretensión transformadora.

La revolución sandinista

Antes de la revolución, en la vida política nicaragüense sólo estaban permitidos dos partidos; el Liberal (comandado por la familia Somoza) y el Conservador, que contaba con Pedro Chamorro (director del periódico La Prensa y líder de la coalición opositora Udel) como principal dirigente. Confiado en la impunidad de su propio aparato, Anastasio Somoza Debayle mandó a asesinar a Chamorro, encendiendo la mecha de una impresionante rebelión popular. La huelga general de protesta contra esta acción duró varias semanas y fue acompañada por manifestaciones de decenas de millares de personas en Managua y Matagalpa. La política más activa la tuvo el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que lideró la insurrección nicaragüense y acompañó la ocupación de ciudades a lo largo de 1978. La Guardia Nacional (especie de ejército privado sostenido por la Embajada norteamericana) intentó mediante la represión indiscriminada poner un límite a la insurrección, pero sólo logró posponer por unos meses la caída del dictador.

La crisis de las posiciones foquistas esgrimidas por el FSLN desde su origen lo había llevado casi a su desaparición luego del fracaso del ‘foco’ en la ciudad de Pacasan en 1967 y de la ‘guerra popular prolongada’ de la década del ’70, que escindieron al Frente en tres fracciones. “Era el comienzo de 1977 y nunca habían sido tan exiguas las posibilidades de que el FSLN pudiese continuar con su actividad”.(1)

La revolución nicaragüense no es consecuencia de la estrategia foquista, todo lo contrario: es el producto de la exacerbación de la crisis social, que se transformó en una crisis del régimen político por la división de la burguesía y la intervención de las masas. El inmovilismo de la burguesía opositora a Somoza permitió al FSLN convertirse en el centro del proceso revolucionario, luego de producir un violento golpe de timón en su estrategia política. El viraje lo impulsó una de sus fracciones, la ‘tercerista’, que llamó a un levantamiento popular en forma simultánea al planteo de un de frente amplio con la burguesía anti-somocista, lo que le permitió hacerse del control de la dirección.

Tras 17 meses de guerra civil, que provocó unos 50 mil muertos, 40 mil niños menores de 12 años huérfanos y millares de familias sin techo por causa de los bombardeos de la Guardia Nacional, el 17 de julio Somoza huye a Miami dejando el gobierno. El 19, las tropas sandinistas entran en Managua donde la dirección nacional del FSLN instala a partir del 20 el nuevo gobierno revolucionario.

Los límites de la revolución

En contra de las caracterizaciones de las izquierdas democrático-foquistas, tres días antes del triunfo sandinista señalábamos que “el FSLN representa, desde el punto de vista de clase, un movimiento de todas las formaciones precapitalistas del país -desde la pequeña burguesía acomodada, ligada a la gran burguesía y el imperialismo (que tiene un papel preponderante en la dirección del FSLN) hasta el proletariado atomizado, pasando por los campesinos y los diversos estratos de capas pobres de las ciudades” (declaración de la Tendencia Cuartainternacionalista (TCI), propuesta por J. Altamira (16/7). Al no contar con organizaciones independientes, los trabajadores no intervinieron como clase, y mucho menos como dirección de la lucha. De manera que no se trataba de una revolución obrera socialista, sino del levantamiento de las masas oprimidas dirigidas por la pequeña burguesía, que actuaba por cuenta de la burguesía nacional y sus fracciones democratizantes.(2)

Las tres fracciones del FSLN se declararon desde un comienzo contrarias a la dictadura del proletariado, defendían el antiimperialismo como un fin en sí mismo y a la revolución siempre dentro de los límites nacionales. Los sandinistas sostuvieron la necesidad de armar un frente con la burguesía “anti-somocista” para darle un carácter ‘democrático y patriótico’ a la revolución.

Sobre esas bases, ¿podía triunfar la revolución, dándole una solución radical al atraso del país y a la opresión nacional de las masas nicaragüenses? “Es indudable que no. La más elemental reivindicación de las masas -la extirpación de raíz de la dictadura somocista, la satisfacción de la aspiración a la tierra de las masas campesinas, y la completa y cabal independencia del país- exige, mínimamente, la confiscación de la gran propiedad agraria y del somocismo, la recuperación para la nación del control de sus recursos estratégicos y el armamento de los obreros y campesinos. La realización de este programa democrático revolucionario choca de inmediato con la propia burguesía democratizante, ligada al gran latifundio, al capital extranjero y durante 40 años defendida por la Guardia Nacional. La estrategia burguesa democratizante formulada por el FSLN y sus aliados de la Junta de Reconstrucción Nacional(3) no es otra cosa que una soga atada al cuello de la revolución y de las masas insurgentes. Sólo la conquista del poder por el proletariado, apoyado en los campesinos y los oprimidos de la ciudad, puede asegurar la victoria de la revolución…”(4)

Con la llegada del gobierno de Ronald Reagan a la presidencia de los Estados Unidos se buscó terminar con la insurrección nicaragüense. En 1981 se le impuso un bloqueo económico que desgastó la débil economía del país centroamericano, y se empezó a financiar a grupos armados antisandinistas conocidos como “la contra”. El gobierno nicaragüense intentó vincularse con la URSS, pero la descomposición de la burocracia soviética, próxima a su ‘perestroika’, fue un salvavidas de plomo. Cercado por la crisis, el gobierno revolucionario pactó con la oposición poner en juego el poder (conseguido por medio de la insurrección de las masas) en un proceso eleccionario.(5) Las masas reconfirmaron en 1984 al FSLN, y su candidato Daniel Ortega, se conviertió en presidente del país. Una nueva ofensiva de “la contra” dirigida por la gestión Reagan entre 1985 y 1986 fue financiada con dinero de la venta ilegal de armas a Irán.

La imposibilidad del FSLN de dar una salida proletaria a la revolución y el constante ataque del imperialismo terminó desgastando el gobierno de Daniel Ortega, quien finalmente perdió el poder en las elecciones de 1990 ante el frente opositor UNO, encabezado por Violeta Chamorro.

El sandinismo hoy

En 2007, las masas nicaragüenses le dieron otra vez la victoria al candidato presidencial del FSLN, Daniel Ortega. Sin embargo, esta vez las cosas serían diferentes.

Aunque el otrora revolucionario se presentase como amigo de Chávez y Evo Morales, su segundo ascenso al poder fue logrado sobre la base de un acuerdo con el ex presidente derechista Arnoldo Alemán, y representó una reconciliación con la derecha y “la contra”. Su vicepresidente, Jaime Morales Carazo, banquero alguna vez expropiado por el FSLN, fue uno de los organizadores de la “contra” somocista-imperialista que combatió al gobierno revolucionario en los ochenta. La conversión estruendosa de Ortega al catolicismo y la ilegalización total del aborto sellaron el acuerdo con otro gran enemigo de la revolución sandinista: el cardenal Obando y Candia. No fue el único giro de Ortega: antes había avalado la firma del Alca. Ortega se envuelve en un manto chavista bolivariano como un sucedáneo, para encubrir sus fechorías.

Hoy, Nicaragua cuenta con los niveles de pobreza y desempleo más altos de América Latina. Los números oficiales reconocen que el 45% del ingreso total del país es acaparado por el 10% más rico, mientras la mitad de la población está sumergida en la pobreza y la economía nacional se encuentra sometida al FMI.

Los logros obtenidos en salud y educación en la década del ’80 quedaron atrás. Aunque Daniel Ortega intente mostrar este mandato como una “segunda etapa de la revolución”, Nicaragua, más que una revolución, sufre “un gran retroceso económico, político, social y de relaciones humanas” (EFE, 16/7).

A treinta años de la revolución, Nicaragua demuestra, una vez más, la inviabilidad de las alianzas de colaboración de clases con la burguesía. El pueblo de las barriadas de Managua, que aún levanta las viejas banderas del FSLN, tendrá la última palabra, si se vale de la experiencia acumulada.

Daniel Duarte