Políticas

18/3/2004|842

A propósito del debate sobre la dictadura del proletariado

Primero, acuerdo con lo expuesto por el Partido en Prensa Obrera N° 826, artículo de Luis Oviedo, “La LCR repudia la dictadura del proletariado”.


Segundo, señalo como muy positivo la iniciativa partidaria de abrir un debate sobre el tema.


Tercero, añado algunas consideraciones sobre el artículo de Ollivier, Prensa Obrera N° 827.


Motivos distintos llevaron a la Segunda Internacional y al stalinismo a pervertir el marxismo, degradándolo a ideología. Es decir, utilizar las palabras y significados de una ciencia, pero distorsionándolos en beneficio de sus ligazones de todo tipo con el capitalismo o en beneficio de la burocracia.


La Internacional Socialista, a la cual su reformismo llevó a ser un agente del capitalismo en el seno mismo de la clase obrera, abandonó la consigna de “dictadura del proleriado” y junto con ella la idea de la abolición violenta del Estado capitalista, cambiándola por la muy inocua de las conquistas parciales; de otra manera no hubiera podido acordar con la burguesía.


En la lucha de clases se destacan ejemplos interesantes. Quiero recordar dos: uno de España y el otro de Chile. La validez del concepto “dictadura del proletariado” rechazada por los PS dio por resultado, por ejemplo en la España de 1934, una experiencia personal, la de Largo Caballero, “adversario decidido de la adhesión a la Tercera Internacional y violentamente hostil al comunismo, fue él quien determinó la adhesión del PS español a la Segunda Internacional. Consejero de Estado con Primo de Rivera, ministro del Trabajo en el gobierno republicano de Azaña, fue el campeón de la colaboración de los sindicalistas y los socialistas con el Estado, el cabo de fila del reformismo más franco y abierto. Sin embargo, en febrero de 1934, no vaciló en afirmar: “La única esperanza de las masas hoy en día es una revolución social”.


Y es que su experiencia ministerial lo había decepcionado profundamente. Fue el primero de los socialistas que chocó con Azaña. El personal del Ministerio, los altos funcionarios habían saboteado francamente sus directivas y habían ridiculizado francamente su proyectos de reforma. Sacó en conclusión que el reformismo conducía al movimiento obrero a un callejón sin salida. “Es imposible –dijo- realizar un pedazo de socialismo en el marco de la democracia burguesa”. Desde entonces, no le quedaba más que buscar otro camino. (…) Son conclusiones de un luchador proletario; fue “la misma que la de las grandes masas obreras y de campesinos, como él decepcionados por la República y al reformismo, como él, conquistados para la revolución. Encarcelado a los 67 años, “se puso a leer por primera vez”. Esto en Buré y Terminné “La guerra y la revolución en España”. Descubrió, pues, los “clásicos del marxismo”, sobre todo se entusiasmó con “El Estado y la revolución” de Lenin, y con la revolución rusa. Y bien que Lenin defiende la dictadura del proletariado. Se dio el caso de descubrir, a los 67 años, la teoría que explicaba su anterior praxis política y abría un camino para intentar una nueva.


“La revolución que queremos… sólo puede hacerse con la violencia… Para establecer el socialismo en España, hay que triunfar sobre la clase capitalista y establecer nuestro poder…”. Se declaró a favor de la dictadura del proletariado, que a su juicio, habría que ejercerse no por intermedio de los soviets –cualquiera sea el nombre que se les dé- sino por y a través del PS” (igual cita anterior). Por supuesto, lo último es discutible. La ayuda soviética condicionó la política de Largo Caballero e impuso límites regresivos a la revolución.


La política de Frente Popular y la existencia de la dictadura del proletariado explican, a mi ver, que la justicia estuviera en manos de un contrarrevolucionario como Irujo, líder del Partido Nacionalista Vasco o que sumas muy importantes de dinero permanecieran en bancos vascos, adentrado ya el curso de la guerra.


Chile: El PS y el PC educaron a sus partidarios en las ideas del reformismo y del Frente Popular (amplio, con pequeño-burgueses y burgueses, con toda la barba incluidos). Cuando el momento de la verdad llegó, las masas fueron por un lado y los dirigentes por otro. Al armamento obrero espontáneo opuso Allende el desarme y encargó de ello a Pinochet, militar y masón. Quiso Allende el socialismo, conservando el Estado burgués. No tuvo tiempo ni comprensión del caso, como lo tuvo Largo Caballero. No estaba en sus saberes la importancia de la destrucción del aparato estatal capitalista y la necesidad de la dictadura del proletariado. Y así les fue a los obreros y masas explotadas chilenas.


Pero Allende, que era masón, al decir de “Símbolo”, órgano oficial de la masonería, en su N° 79, “en algún momento grupos sectarios de su partido plantearon una presunta incompatibilidad entre su condición de masón y de socialista, Allende no vaciló en declarar que si era obligado a optar, no vacilaría en abandonar las filas de su colectividad política”. Bien, Allende no era revolucionario, ni anduvo por el mundo diciéndose troskista. La LCR, a lo que conozco, sin análisis serio por medio, reniega de un concepto clave del marxismo; abriendo así ancha puerta a un planteo que introduce todo el aire oportunista del Frente Popular.


Nuestro partido, en su tarea de exponer la índole reformista y contrarrevolucionaria del SU y de la Liga, contrarió con dos años de anticipación la novedad programática de los ex marxistas franceses, quienes al igual que la socialdemocracia y los estalinistas, manejando vocabulario marxista la cambian el contenido. Ver En Defensa del Marxismo N° 27, artículo de Coggiola, “Brasil, el PT y el Secretariado ‘de la Cuarta Internacional’ contra la clase obrera” y la transcripción del artículo de Lutte Ouvriere, “¿La LCR en vías de su ‘mutación’ y de su ‘refundación’?”.


Francoise Ollivier, en la explicación que da sobre el abandono estatutario de la Liga del concepto “dictadura del proletariado”, dice (PO N° 827): “El ejercicio de la dictadura del proletariado en Rusia, incluso entre 1918 y 1924, se tradujo en la fusión del Estado y del partido, a la pérdida de sustancia de los consejos y comités, al rechazo a convocar a una nueva Asamblea Constituyente, después de la prohibición de tendencias en el propio seno del partido, así como la supresión progresiva de todas las libertades democráticas. Esta dramática experiencia histórica ha vuelto caduca la utilización de tal concepto. La dictadura del proletariado está cargada hoy de tal significación histórica, por el rechazo de las formas de la democracia política, que es imposible de presentar nuestras concepciones de poder de los trabajadores de la democracia socialista como el régimen de la dictadura del proletariado”. Parece conveniente, pues, recordarles a los jefes de la Liga y a quienes, como ellos, se someten a las presiones de la ideología burguesa, el dicho popular guatemalteco: “La que afloja el beso, afloja el queso”. Acaso, con suerte, terminen masones.


Es sabido, la revolución “no es un té servido a las cinco de la tarde”. La contrarrevolución tampoco. La clase obrera, que hizo la Revolución de Octubre, prácticamente desapareció en las trincheras de la guerra civil o integró los cuadros del ejército, del PCUS o del gobierno.


Fue reemplazada por campesinos que no habían pasado por la dura escuela de la fábrica, ni tenían igual nivel político. La burocracia aprovechó, con la incorporación al partido, incorporación masiva llamado Lenin, para ampliar su base. En esa recluta de miembros entraron miles que habían estado en la vereda de enfrente y hostigado al bolchevismo. Súmese a esto, el desinterés en los asuntos públicos que se produjo en amplias capas de la población urbana, producto de la permanente amenaza del hambre, y la resistencia campesina a la colectización, colectivización ciega y feroz llevada adelante por Stalin con la consiguiente pérdida de producción con base en el campo y hambruna en las ciudades.


En este cuadro se produjo el reemplazo paulatino de la dictadura del proletariado por la dictadura de la burocracia; que mantuvo la planificación de la economía y de la terminología, pero en su interés, a la vez que expropiaba política y económicamente al proletariado. No es dato menor el aislamiento internacinoal del joven Estado Obrero, la revolución socialista no cuajó en los países más desarrollados. Que los bolcheviques cometieron errores, bien, apreciarlos 86 años después, puede ser más fácil que en los momentos de los sucesos. Los errores de aplicación no invalidan el método. Hay que aprender de la experiencia. No por haberse machucado un dedo, debe tirarse el martillo. El martillo resume una experiencia milenaria. El marxismo también.


Otro sí. En Argentina, de acuerdo con el decir de Aníbal Romero, en su artículo aparecido en “En Defensa del Marxismo” N° 13, julio de 1996, “’La dictadura revolucionaria del proletariado’, según Nahuel Moreno”: “Moreno toma un planteo del SU –‘el debilitamiento del Estado debe comenzar desde el comienzo de la dictadura del proletariado’–para abrir paso a una revisión del marxismo y a la apología del stalinismo. Esto, porque niega el principio esencial de la doctrina marxista, que dice que a partir de la liquidación del poder burgués y la instauración de la dictadura del proletariado, se inicia un proceso de extinción del Estado, aparato de represión de la clase dominante. La dictadura del proletariado significa, ya en sí misma, una reversión histórica en la tendencia del desarrollo del Estado, que consiste en el perfeccionamiento de la maquinaria de opresión. Engels analizó esta cuestión en su célebre introducción a ‘La lucha de clases en Francia’ y destacó que el fenómeno esencialmente novedoso de la dictadura del proletariado consiste en que se trata, por primera vez, de una dictadura de la mayoría sobre la minoría mientras que la constante en la historia del hombre y la lucha de clases eran estrictamente lo contrario. Por esta razón, la dictadura proletariado, desde su comienzo, tiende a disolver, a extinguir (el SU y Moreno usan la expresión ‘debilitar’ para deformar paulatinamente el planteo marxista), al aparato especial de represión que es esencia del Estado. Es que la ‘mayoría’ puede ejercer su coerción clasista contra las presiones contrarrevolucionarias recorriendo al camino inverso a todos los sistemas de dominación de clases que, siendo representación de minorías, necesitaban el fortalecimiento sistemático del aparato estatal.


“Moreno niega terminantemente todo esto, afirmando que ‘debido a la existencia del imperialismo, no bien que el proletariado toma el poder tendrá que fortalecer su dictadura revolucionaria extendiendo y profundizando la revolución y, para ello, tendrá que fortalecer su Estado (pág. 135) (destacado nuestro). Existe aquí una confusión total. Las tareas de aplastamiento de la contrarrevolución (cerco imperialista) no están en contradicción con el proceso de extinción objetiva del Estado, porque justamente la diferencia histórica entre la represión estatal proletaria contra sus enemigos y cualquier otra forma previa de represión estatal, consiste en que la primera responde a los intereses de la mayoría de la población. La represión ejercida por el Estado obrero corresponde no al perfeccionamiento de la maquinaria de opresión sino a su tendencia a la extinción, es parte del movimiento, de la transición a una situación de desaparecimiento completo del Estado. Habría que suponer que Lenin y Trotsky se comportaron como unos ingenuos fenomenales al plantear en el programa del Partido Bolchevique (en 1918) la tesis de la dictadura del proletariado y la extinción del Estado, en medio de una guerra mundial.”