Alberto Bonifacio Martínez, un peón rural

Antes de que le quitara la vida a su patrón, Alberto Bonifacio Martínez, de 72 años, había entregado la suya a su trabajo. Sin vacaciones, sin francos ni feriados, diariamente debía recorrer las 800 hectáreas que su patrón, Jorge Pizarro Costa Paz, arrendaba desde hacía tres años, en la localidad de San Cayetano. Bonifacio y su mujer sólo salían del campo una vez al mes para cobrar la mínima -ambos eran jubilados.


Por su trabajo, cuidar unas 400 vacas, Bonifacio recibía míseros 2.500 pesos mensuales que cobraba con grandes retrasos. Al momento de lo sucedido, y al día de hoy, Pizarro Costa Paz, proveniente de una tradicional familia de la oligarquía criolla, descendiente de Julio A. Roca, le adeudaba unos 12 mil pesos en concepto de salarios atrasados. Treinta años fueron los que Bonifacio trabajó como peón rural en el mismo campo; en ese tiempo habían pasado varios patrones. Los anteriores, como se acostumbra, dejaban que Bonifacio tuviera su propia vaca para contar con un ternero al año o le daban algunos terneros para vender a fin de año. Es una forma de "compensación" en especias que busca atenuar el grado de superexplotación que deben tolerar los peones rurales hoy día.


Pizarro Costa Paz no le permitía a Bonifacio tener su vaca y no sabía de compensaciones. Las condiciones laborales eran de una gran precariedad: el campo no contaba con un alambrado perimetral ni corrales adecuados, lo que hacía más difícil la tarea de Bonifacio; la vivienda no contaba con gas, agua corriente ni luz eléctrica, los techos tenían goteras, los vidrios estaban rotos. Pizarro Costa Paz hizo caso omiso a todos los reclamos en ese sentido del peón.


El escopetazo con que Bonifacio ultimó a su patrón, fue algo más que una respuesta violenta al maltrato verbal que recibía por parte de Pizarro Costa Paz. El escopetazo de Bonifacio no fue sólo a su patrón, fue a la clase social que lo explota. Es la respuesta individual del peón rural que, por el propio aislamiento en el que desarrolla su tarea, no avizora la perspectiva de una salida colectiva frente a los atropellos patronales.


El escopetazo es también el de un jubilado de 72 años que tenía que seguir empleándose como asalariado para poder subsistir. Es la respuesta individual desesperada de un explotado frente al régimen social que perpetúa su condición de asalariado hasta donde no le alcanza la vida.


La suerte de Bonifacio es la de unos 600 mil peones rurales que a lo largo del país sufren las mismas condiciones laborales precarias, en negro, de superexplotación, que fueron la base del enriquecimiento de la oligarquía sojera, de los capitalistas del campo, y del "crecimiento" que durante diez años fue motivo de orgullo del "modelo" kirchenrista.


Bonifacio Martínez aguarda en un calabozo a ser juzgado por el mismo régimen social que le negó de manera sistemática, durante treinta años, todos sus derechos en beneficio de los Pizarro Costa Paz.


Libertad a Alberto Bonifacio Martínez.