Políticas

10/8/2006|958

Amia: El enKubrimiento de la masacre

Contribución al discurso de Laura Ginsberg

La claridad conceptual del discurso de la titular de Apemia, Laura Ginsberg, al cumplirse 12 años del atentado contra la Amia, no puede discutirse: el Estado argentino, en complicidad con el Estado sionista, deja en manos de los masacradores del pueblo palestino la “solución final” del crimen cometido contra la mutual judía.


Esos dichos de Laura tienen pruebas materiales, contantes y sonantes, que se desprenden incluso de la farsa de juicio oral contra un grupo de policías bonaerenses dedicados desde siempre a organizar el delito en diversas ramas —por tanto, fáciles de entregar— y contra Carlos Telleldín, nazi, delincuente polirrubro y conocido proxeneta. También surgen pruebas de la complicidad estatal de los pocos archivos de la Side que, a cuentagotas, Kirchner puso a disposición de los “investigadores”. Toda la mentira queda al descubierto apenas se da un vistazo al expediente de la causa.


La “historia oficial” del asunto tiene su punto de partida en la famosa camioneta Trafic que se habría usado a modo de coche bomba, conducida por un “suicida”. Esa presunta camioneta y su conductor permitieron formular acusaciones generales, retóricas y sin sustento alguno, contra Irán y la guerrilla de Hezbollah. He ahí lo “políticamente correcto” y conveniente para el Pentágono y el Estado sionista; éste, mediante el Consejo Judío Mundial —rector de negocios y negociados del sionismo en todo el mundo—, exige ahora la ruptura de relaciones diplomáticas con Teherán. Esa fue la línea secundada por el estafador Raúl Beraja y por Carlos Menem, con el respaldo del conjunto de las organizaciones sionistas.


De certezas y falsedades


Los testimonios que intentaron dar probanza a la “pista iraní” no son otros que las declaraciones del fantasmal “testigo C”, supuesto espía iraní desertor. Sólo sucede que, según admiten ellos mismos, el tal “C” desertó mucho antes del atentado. Sobre esa base, raquítica hasta el ridículo, se escribió la novela que Washington, Israel y el Estado argentino quisieron venderle al mundo. Sin embargo, apenas se escudriña un poco en el asunto, todo el esquema se cae a pedazos.


Diana Malamud, portavoz de Memoria Activa, declaró al programa radial El Tren, conducido por los periodistas Gerardo Yomal y Hugo Presman: “Tengo muy pocas certezas. Sólo sé que la Amia fue volada por una Trafic y que su conductor se inmoló”. En otra entrevista con Página/12, Malamud añadió que el atentado fue cometido por “fundamentalistas”. Se trata de una versión falsa de toda falsedad.


Por debajo de tales cuentos, las cosas hieden. Pobre, por ejemplo, de quien rememore la traición de Menem a Siria. Como se recordará, el ex Presidente había prometido a Damasco asistencia nuclear y, lejos de cumplir, festejó su victoria electoral de 1989 en Israel. Menem también se había comprometido a vender misiles Cóndor II a Irak, pero los desmanteló y entregó sus piezas más importantes a la inteligencia militar norteamericana. Demasiadas cuentas a pagar, y no puede menos que tenerse en cuenta el encubrimiento de Menem a los asesinos de su propio hijo.


Además, pueden contarse otras turbiedades: por ejemplo, los miles de millones de dólares “mejicaneados” por la CIA y el Mossad a Pablo Escobar, tras el asesinato del narcotraficante colombiano, víctima de una “cama” tendida por quienes hasta la víspera habían sido sus aliados. Con esas maniobras estuvieron vinculados Menem, su socio y contrabandista de armas Monzer al-Kassar, banqueros sionistas de Panamá y hasta el Banco Mayo de Beraja.


Una buena porción de ese dinero desapareció cuando se desbarató aquella triangulación de cocaína que viajaba en las recordadas valijas de Amira Yoma, apañada por su marido Ibrahim al Ibrahim, único funcionario en la historia del Estado argentino que no sabía hablar castellano. Ese negocio estaba manejado por una banda de cubanos agusanados de Miami y narcos panameños, de viejos vínculos con la CIA y expertos en lavado de narcodólares. Semejantes traiciones entre mafiosos se pagan, pero nadie investigó esas pistas porque podían ir presos hasta los investigadores.


Muertos que conducen camionetas


La “investigación” desechó pericias, algunas de Gendarmería, que negaban la presencia de camioneta alguna y aseguraban en cambio que la Amia “implotó”; es decir, que los explosivos fueron ingresados en el edificio, mientras otra carga producía una segunda detonación desde el volquete instalado a las puertas de la mutual judía. En otras palabras: la camioneta no fue otra cosa que una coartada de los asesinos, preparada por la Daia, la Amia, el Estado Argentino, la CIA y el Mossad. Así fue que el general “rescatista” israelí, Zeev Livne, dijo haber “descubierto” los restos del vehículo, pero sólo pudo mostrar un pequeño pedazo de motor que cualquiera pudo haber llevado hasta allí en un bolsito de mano. Por lo demás, se demostró judicialmente que el acta del “hallazgo” era fraudulenta. En definitiva, jamás hubo rastro alguno de la camioneta ni del fantasma que la conducía.


Tampoco se investigó nunca la “zona liberada” que la Policía Federal dejó ese día en los alrededores de la Amia, aunque pudo comprobarse la falsedad de los informes sobre la ubicación de los policías que supuestamente estaban de custodia (de haber estado donde se dijo, por lo menos uno de ellos no podría haber sobrevivido en modo alguno).


Laura Ginsberg denuncia correctamente la continuidad de aquel encubrimiento sionista-menemista con el actual de Kirchner, y cita, por ejemplo, la presencia al frente del Ministerio de Justicia de Alberto Iribarne, viceministro del Interior durante las gestiones de Corach y Ruckauf en tiempos de Menem. Pero no es todo: más sugestiva aún resulta la permanencia durante varios gobiernos del ingeniero eléctrico Antonio Stiusso, (a) “Jaime”, especialista en escuchas clandestinas, en la Dirección de Contrainteligencia de la Side. Aquel pacto político entre el Estado sionista, la inteligencia norteamericana y el gobierno de Menem se mantiene hoy en todos sus términos, como se mantiene la continuidad judicial tras el relevamiento de Galeano por otros dos jueces “de la servilleta”: Claudio Bonadío y Canicoba Corral.


Ahora, “periodistas” como Daniel Hadad, socio de Menem en el pasado y de Kirchner en la actualidad, dicen que antes de fin de año podría producirse la extradición de los iraníes acusados. Mienten con descaro, puesto que Interpol ya ha dicho que el libramiento de esas órdenes de captura no tiene sustento alguno. Ni podría tenerlo, añadimos nosotros, porque varios de los “imputados” jamás pisaron Buenos Aires. Esas órdenes judiciales se libraron mal a propósito, sólo son un taparrabos que se cae a la primera brisa.


En cuanto al “conductor” de la camioneta, como dice Ginsberg, su identificación sólo permitiría culminar el encubrimiento, porque se podría dar por concluida la causa echando las culpas a un muerto y todos tranquilos. Pero aun en ese punto las acusaciones sobrepasan el límite del absurdo. Primero se dijo que el conductor sería Imad Mugniyé, combatiente libanés que condujo la operación de voladura del cuartel de marines en Beirut. Mugniyé cayó en batalla contra las tropas sionistas hace casi veinte años. Derrumbada esa “hipótesis”, se habló de otro guerrillero libanés de apellido “Herro” o “Berro”, pero sus familiares en los Estados Unidos hicieron saber que, cuando voló la Amia, ese hombre había muerto en combate hacía años.


En cuanto a los testigos, la enfermera que declaró haber visto la Trafic cometió mendacidad manifiesta: dijo haber visto una camioneta beige, no blanca, mientras su hermana, que la acompañaba, no vio vehículo alguno de ese tipo. En el juicio oral la enfermera se quebró y confesó que su primera declaración la hizo bajo presión de una compañera, esposa de un comisario de bomberos de la Federal.


Otro fiscal de la Side


El fiscal Alberto Nisman no sólo formó parte del fraude pergeñado por Galeano con los ex fiscales Eamon Mullen y José Barbaccia. Además, Nisman es antiguo compinche de Stiusso, quien, a su vez, coordina con norteamericanos e israelíes las maniobras para cargar culpas sobre Irán y Hezbollah. La guerra en Oriente Medio refuerza ese propósito.


La única “gran” diferencia entre Nisman y sus antecesores fue que pertenecen a bandos distintos en las peleas de perros entre camarillas de la Side. Mullen y Barbaccia, junto con Galeano, trabajaron con los perdidosos de la llamada “Sala Patria”, uno de cuyos comandos secuestró a Gorriarán Merlo en México. “Sala Patria” organizó el encubrimiento con los comisarios Adrián Pelacchi y Jorge Palacios, (a) “El Fino”, y con el enriquecido embajador israelí Isaac Avirán. En cambio, Stiusso, enemigo de los anteriores, trabaja en la facción de espías llamada “Estados Unidos”, por la calle en la cual tienen su cueva. Pero, chanchullos al margen, los objetivos de unos y de otros son los mismos.


Kirchner, en el teatro de tironeos que armó durante los últimos días con organismos sionistas, dijo con tono enojado: “Nunca avalé la investigación del juez Galeano, Cristina tampoco lo hizo”. Mentira. Cristina Kirchner firmó el informe de la Bicameral que avalaba todo el fraude de Galeano respecto de la Trafic y el pedazo de motor, aunque ahora dice estar arrepentida…


Tiene razones irrefutables Laura Ginsberg cuando dice: “Impunidad al servicio de Bush, Blair y Olmert” (véase PO N° 955). Ésa es la verdadera “política de Estado” en este asunto, y va más allá de Menem o de Kirchner. Se trata de la política de un Estado sometido irremediablemente al imperialismo y a sus masacres, corrompido hasta la médula.


Queda para reflexionar, nuevamente, sobre la condición profundamente antisemita del sionismo, que no defiende al pueblo judío en parte alguna del mundo: sólo lo impulsa a trasladarse, cual fuerza invasora, a un Estado usurpador. El sionismo, racista por definición, históricamente novedoso y parido por el imperialismo a fines del siglo XIX, es un obstáculo para el desarrollo nacional, cultural y social del pueblo judío.