Aniversario de Macri: un fracaso sobre sus propias premisas
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El gobierno llega a su primer aniversario en una crisis política y económica de proporciones. El clima festivo de la estética macrista ha dejado lugar a las peleas internas sobre el curso que debe seguir la coalición gobernante. La que armara con la oposición, que facilitó la aprobación de las leyes fundantes del gobierno, no está rota, pero ha quedado duramente golpeada.
La bancarrota económica se ha agravado, como lo prueban todos los índices de la caída de la producción, la construcción y el salario. El triunfo de Trump en Estados Unidos ha precipitado un cambio de tendencias -aumento de la tasa de interés internacional-, que perjudica al reendeudamiento oficial, presentado eufemísticamente como la ‘vuelta a los mercados’.
Premisas falsas
El fracaso del gobierno es el de sus propias premisas. Prat Gay afirmaba que la devaluación no traería consecuencias inflacionarias, porque la economía ya funcionaba sobre la base del dólar blue. Pero el dólar a 16 pesos produjo un salto inflacionario que llevó la carestía al 45% anual. Para contener este Rodrigazo, el gobierno se valió del Banco Central para subir la tasa de interés y armar una bicicleta financiera. Su consecuencia fue una inflación en dólares que reavivó las tensiones devaluacionistas y agravó la recesión. El aumento de tarifas echó más leña al fuego de la carestía, pero no sirvió para reducir el déficit fiscal que, excluyendo los fondos robados a la Anses y al BCRA ronda el 7% del PBI, por encima de la ‘herencia recibida’ del kirchnerismo. El tarifazo, además, encareció los costos industriales.
La eliminación de las retenciones incrementó los beneficios de los exportadores, pero fracasó en su objetivo de mejorar la balanza comercial, que está casi en niveles negativos por la crisis brasileña y la tendencia a la recesión internacional. La reducción de salarios, que promedia los 10 puntos durante 2016, fue saludada por los capitalistas, pero produjo una caída de la demanda.
Contra los que decían que el problema de Argentina era de “impericia en la gestión anterior”, se demostró que la cuestión de fondo remite a la crisis sistémica del capital. La mayor tasa de beneficio que reclama el capital para su valorización sólo puede lograrse con una ofensiva general sobre la clase obrera, tanto en lo que se refiere a su salario como a las condiciones de trabajo. Pero ello tampoco es suficiente. La crisis plantea la necesidad de liquidar el capital sobrante y proceder a una nueva centralización. Esto conduce a choques y divisiones en el seno mismo de la clase capitalista.
Divisiones
Macri asumió con la anuencia completa de la clase capitalista. El acceso al financiamiento internacional y la libre disponibilidad para girar capitales fue el programa de unificación del capital. Pero esta unanimidad ya exhibe fisuras.
Quien tiró la primera piedra fue el ex ministro Roberto Lavagna, al advertir que la economía marcha al “colapso”.
Como lobbista del grupo Techint y de la Unión Industrial, cuestionó el “atraso cambiario”, las altas tasas de interés y el creciente endeudamiento para cubrir el déficit fiscal. Sin riesgo a equivocarse, los funcionarios del gobierno lo acusaron de promover una nueva devaluación.
La crisis mundial y la agudización de la guerra comercial, financiera y monetaria hacen tambalear a la débil burguesía nacional. En el último cónclave de la UIA se reclamó de manera unánime que el gobierno no le conceda a China el status de “economía de mercado”, porque eso significaría que el país no puede colocar trabas a sus importaciones.
Detrás de ese reclamo está, otra vez, Techint, que teme que la producción excedente de las acerías de China se coloque a precio vil en el país, mandando a la quiebra a Tennaris. Reclamos similares vienen de la industria del calzado, textil y del juguete. Esta posición choca con el sector agrario, que coloca mayormente sus productos, incluido el aceite de soja, en China. Ante el agravamiento de la crisis mundial, el gobierno pretende que el país asiático actúe como financista de ciertas inversiones, como las represas de Santa Cruz.
Ante estas divisiones, el gobierno actúa a tientas. Cuando pareció decidido a impulsar, junto con Brasil, un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos, se encontró con el triunfo de Trump, cuyas posiciones proteccionistas van en un sentido contrario. En un sentido similar, debió archivar un acuerdo con la Unión Europea luego del triunfo del Brexit. El GPS del gobierno se ha quedado sin señal.
Ser o no ser
Esta división tuvo su correlato en el plano político. Sin mayoría parlamentaria, el gobierno se valió de una coalición con la oposición para aprobar los principales proyectos de ley. El massismo y el FpV levantaron la mano para dar el sí al pacto con los fondos buitre y, más recientemente, al Presupuesto 2017. La burocracia sindical aportó lo suyo, dejando de lado incluso hasta el recurso gastado de los paros aislados.
El Partido Obrero calificó a este régimen como una “coalición a la carta”, destacando su carácter inestable, que obligaría al gobierno a negociar ley por ley. Los choques ocurridos en los últimos días en el Congreso son la expresión política de las divisiones que surcan a los capitalistas con relación a esta “coalición”.
Los límites de estos choques, sin embargo, están a la vista, Más allá del denominador común antiobrero que los une, ni Massa ni los Pichetto e incluso Cristina Kirchner están interesados en precipitar la salida del gobierno. La “defensa de la gobernabilidad” se ha convertido en una cuestión que envuelve a todas las formaciones políticas, lo que no deja de reflejar el temor a que la bancarrota económica devenga en una crisis de poder. Nuestra caracterización de que el macrismo carece de las condiciones políticas para manejar la crisis y avanzar sobre una ofensiva general contra los trabajadores es compartida, incluso, por elementos destacados del oficialismo. Las declaraciones de Monzó, reclamando sumar peronistas al gobierno, son una confesión de que existe una conciencia
sobre los límites insalvables del macrismo.
La marcha de un gobierno de coalición, sin embargo, choca con las divisiones en el interior de la clase capitalista.
Para el macrismo, sería la confesión de su orfandad política. Para la oposición, que debe preparar una presentación independiente en las elecciones del año que viene, significaría asumir el costo por una política oficial que no va a ningún lado. En este cuadro, la variante más probable es que tanto oficialismo como oposición oscilen durante todo un período entre las tendencias al compromiso y a la ruptura. Claro que esto puede derivar en un impasse de ambos, en medio de la marcha implacable de la bancarrota económica.
Doble aniversario
Cuando muchos se habían apresurado a afirmar que el triunfo del derechista Macri había cancelado el período abierto por el Argentinazo de 2001, la crisis prematura del macrismo ha llevado a más de uno a advertir que la historia se puede repetir.
Desconociendo estas evidencias, una parte de la izquierda aborda la situación política con un ángulo conservador. En el extremo, una parte de ella ha llegado a pactar con Macri una paz social durante todo su mandato. No han aprendido nada, porque en buena medida son los mismos grupos que se pusieron en la vereda de enfrente del Argentinazo 15 años atrás.
Pero el tiempo transcurrido no ha sido en vano. La clase capitalista trató de conjurar la rebelión popular de 2001 mediante el recurso gastado de los gobiernos ‘nacionales y populares’. Que se haya valido para ello de la camarilla K, rabiosamente menemista en los ’90, sólo prueba que las necesidades históricas se imponen sobre los aparatos.
La existencia del Frente de Izquierda, desde 2011 a la fecha, es un dato insoslayable del proceso político. El acto masivo en la cancha de Atlanta es la respuesta positiva ante el impasse del macrismo, la desintegración del kirchnerismo y la profundización de la bancarrota económica.
La clave es desarrollar este proceso político interviniendo en todas las fases de la crisis política, para reagrupar a los trabajadores como alternativa de poder.