Bancarrota económica y política

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Cuando se piensa que el “Plan Primavera” fue cuidadosamente armado en agosto del año pasado por fuerzas tan poderosas como el Tesoro norteamericano, el Banco Mundial, la Unión Industrial, la Cámara de Comercio y la Asociación de Bancos, su derrumbe de los últimos días es mucho más que el fracaso de la enésima tentativa del gobierno por estabilizar la situación económica. Refleja la completa imposibilidad del capitalismo mundial para abrir una vía de superación a la impresionante declinación de Argentina y de las otras naciones latinoamericanas y sometidas, que se viene procesando desde hace nada menos que veinte años.
Hace sólo poco más de cuatro meses el Banco Mundial ofreció una línea de créditos de 1250 millones de dólares para apoyar el “Plan Primavera”. El gobierno norteamericano organizó un llamado “crédito puente” de 500 millones de dólares. Los bancos acreedores aceptaron un retraso programado del pago de los intereses de la deuda externa, por parte de Argentina, para que el Banco Central pudiera hacer un acopio de divisas que sirviera para sostener ese nuevo plan. Todo este respaldo se ha venido abajo. El Estado se encuentra ahora con una enorme cuenta a pagar, lo que quiere decir que vamos de nuevo a una hiperinflación y a un ataque al bajísimo nivel de vida de los trabajadores.
Es que todo el “Plan Primavera" no fue más que un recurso artificial de estabilización, que tenía por finalidad llegar con los “mercados en calma” a las elecciones de mayo. Para ello se aumentó la deuda externa y también la deuda interna del Estado y se produjo un aumento del endeudamiento del conjunto de la economía. La deuda pública se fue a cerca de 200.000 millones de australes en concepto de capital y a unos estimados 200.000 millones de australes en concepto de intereses. Los especuladores recibían así un suculento beneficio por “apoyar” el “Plan Primavera”. Aunque los salarios continuaron cayendo en virtud de las “pautas” despóticamente impuestas por el Estado, y aunque las tarifas y los impuestos aumentaron por encima del aumento de los precios, rápidamente quedó claro que el gobierno no tenía condiciones de pagar sus nuevas deudas ni a corto ni a mediano plazo y que por eso había comenzado a retirar dinero compulsivamente de los bancos pagando siempre una tasa de interés astronómica.
Los síntomas de la bancarrota provocaron una fuga de dinero de los bancos para comprar dólares, es decir un retiro de capitales del país. En una semana el Banco Central “quemó” 500 millones de dólares para financiar esta enorme fuga de capitales. Ni entonces ni ahora abrió una investigación sobre los responsables que no podían haber operado como lo hicieron sin la participación de la banca capitalista y por lo tanto de los bancos extranjeros. El dinero no estaba guardado en los colchones sino depositado en las cuentas bancarias.
La decisión del gobierno de retirarse de la venta libre de dólares ha llevado a éste a cotizarse a ₳ 25/30. Esto quiere decir que la fuga de dinero y de capitales tiene un carácter general; el proceso económico ha tomado un carácter más especulativo todavía; de ahí la inminencia de un estallido de precios y de la hiperinflación. Las nuevas medidas vuelven a favorecer los grandes negociados capitalistas, pues a través de operaciones ilegales los monopolios venderán en el mercado negro, (a ₳ 25/30) los dólares que el Banco Central les entregará en concepto de pago de importaciones o de giros al exterior (a ₳ 18) obteniendo un fantástico beneficio fraudulento. Muy lejos de preservar las reservas en divisas, las nuevas medidas acelerarán una rápida declaración de bancarrota. Los exportadores dejarán de vender dólares en el mercado oficial, para lucrar en el negro -derrumbando el balance de pagos de la economía oficial.
Esta explosiva situación se complica, si cabe, por el hecho de que un número no determinado de intereses poderosos no se precavió con anticipación sobre lo que habría de ocurrir, de manera que la devaluación les ha producido un perjuicio extraordinario aún no evaluado. Es este sector el que ha estado armando una enorme agitación para que el gobierno le cubra las pérdidas. Esto puede provocar directamente una crisis política, con la renuncia de Sourrouille y su gabinete. El frente alfonsinista se podría resquebrajar en este caso mortalmente. Semejante alternativa podría llevar a que se anticipe la formación de un gobierno de transición con el menemismo. Ni qué decir que esto transformaría la agonía electoral del radicalismo en una muerte fulminante.
Bien que la situación de aquí en más sufrirá vaivenes entre los extremos señalados, la tendencia inflacionaria y el derrumbe económico mayor son muy claros. Se plantea la exigencia de un plan de lucha de características conjuntas de todos los sectores oprimidos, incluida la huelga general.
Más que nunca es necesario desconocer la deuda externa y la contraída con los especuladores nacionales; expropiar a la banca; establecer el control obrero; y estructurar un plan económico de los trabajadores. Para esto hay que romper con los partidos patronales y su Estado.