Políticas
24/5/2016
Brienza y Szpolski, o el kirchnerismo justificando su corrupción
Brienza pide que se “saquen la careta para hablar de corrupción”. Reconozcamos que él dio el primer paso, apoyando y hasta embelleciendo la corruptela del gobierno anterior. Podríamos no criticarlo, porque se hunde solo. Pero como lo hace desde un diario gestionado por sus trabajadores, es necesario salirle al cruce.
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La columna que Hernán Brienza publicó en Tiempo Argentino el último domingo (“¿Y si hablamos de la corrupción en serio?” ) no puede haber sido sino un placer para su ex dueño, Sergio Szpolski. Un columnista del diario que Szpolski vació, luego de robarse decenas de millones de pesos provenientes del Estado y de dejar en la calle a los trabajadores, justifica su acción delictiva y hasta la presenta como un hecho progresista.
No es “chicana”. Brienza afirma que “la corrupción -aunque se crea lo contrario- democratiza de forma espeluznante a la política. Sin la corrupción pueden llegar a las funciones públicas aquéllos que cuentan de antemano con recursos para hacer sus campañas políticas. No hay que ser ingenuos. Sólo son decentes los que pueden ‘darse el lujo’ de ser decentes”. Pregunta: cuando Brienza habla de la “democratización espeluznante de la política” que genera la corrupción, ¿se refiere a la millonada que Szpolski se patinó en su incursión como candidato a intendente del FPV en Tigre, desviando los fondos que recibía en concepto de pauta oficial para Tiempo Argentino y otros medios del Grupo23? Para Brienza, los trabajadores del Grupo 23 que protestan contra Szpolski y lo acusan de vaciador deben ser “caretas”, pues se niegan a reconocer el carácter ontológicamente progresivo y democrático de la corrupción.
Aunque la columna de Brienza es deleznable, no tiene nada de original. Después de todo se limita a repetir una tesis formulada desde hace mucho tiempo atrás y que sibilinamente busca distorsionar la verdadera lucha que dieron los trabajadores para defender una participación política autónoma. Desde sus orígenes, el movimiento socialista reclamó para que los cargos parlamentarios sean remunerados, pues de otro modo un trabajador que accedía a una banca se quedaba sin medio de sustento para él y su familia. En cambio, las clases poseedoras tenían asegurada su existencia gracias a la explotación del trabajo o la renta de la tierra. Pero ese reclamo de los socialistas es exactamente lo contrario a la corrupción. Primero, porque se reclamaba un ingreso legal y público; segundo, porque el monto de la dieta parlamentaria que se reclamaba debía ser igual a la de un trabajador en actividad. ¿Qué tiene que ver esto con los políticos capitalistas que tienen patrimonios de decenas de millones de dólares, ya sea en cuentas off shore en Panamá, o en propiedades fastuosas en la Patagonia?
Brienza le agrega a esta vieja tesis una dosis de cinismo extraída de su propia cosecha. Cuando afirma que “sólo son decentes los que pueden ‘darse el lujo’ de ser decentes” termina en un blanqueo de las clases acomodadas, que aunque puedan “darse ese lujo” prefieren recurrir a la corrupción de manera sistemática y recurrente. ¿O la oligarquía argentina no armó un régimen de corruptela enorme durante la década infame, a pesar de que ya poseía extensiones enormes de tierras y hasta propiedades en París? ¿O los ‘capitanes de la industria’ bajo la dictadura no recurrieron a la corruptela infame para enchufarle una deuda contraída por ellos al Estado, beneficiando de paso a los funcionarios que le hacían ese favor? En su cruzada pro-corrupción, Brienza justifica la corruptela de los políticos ‘populares’ junto con la de los empresarios y oligarcas.
La posición de Brienza se opone por el vértice a la del Partido Obrero. En el primer curso de formación política que impartimos a los militantes (“La concepción científica del Estado”) mostramos que la democracia burguesa se distingue de otros regímenes de dominación (como el esclavismo o el régimen feudal) en el hecho de que las clases dominantes delegan el manejo del Estado en políticos profesionales, a los que controla indirectamente. Dicho control se realiza por distintos medios: el monopolio de los medios de producción, de la banca, de la tierra, de los medios de comunicación y por la… corrupción. La clase capitalista premia a sus políticos con salarios muy superiores a los de un trabajador, pero además los retribuye con fuertes ‘retornos’. Por esa vía, el político electo por el pueblo pasa a depender del capitalista que lo sobornó. Lejos de “democratizar la política”, la corruptela es un medio de asegurar el manejo del Estado por los capitalistas. Lo prueba Menem con Bunge Born y el Citibank, De la Rúa con el grupo Siemens o los bancos del megacanje, Kirchner con los Eskenazi, Cristóbal López y cía. o Macri con la JP Morgan y Deutsche Bank.
Aunque Brienza trabaja de historiador, demuestra su incapacidad para juzgar históricamente a la corrupción. El gobierno de Lincoln fue de los más corruptos de la historia, pero usó la corrupción para comprar voluntades a favor de las leyes contra la esclavitud. Incluso en este caso ‘revolucionario’ se mostró el carácter conservador de la corrupción, dado que sirvió para compatibilizar las disposiciones contra el esclavismo con un personal político reaccionario, que sólo estaban dispuesto a votarlas si recibía a cambio coimas o sobornos. Pero estamos ahora en otra etapa histórica. En el capitalismo, en su etapa de descomposición, la corrupción se transforma en un recurso para incrementar la tasa de beneficio del capital. La plusvalía que no se logra fabricando autos o camiones se obtiene con el narcotráfico o la trata de mujeres y niños. Todos estos negocios sucios se hacen con la complicidad del Estado, de sus políticos, jueces y fuerzas de seguridad. Lo hemos visto hasta el hartazgo en la Argentina en la última década, con el crecimiento exponencial del tráfico de drogas, que financia las campañas políticas, o de la trata de mujeres, que manejaron gobiernos enteros, como el de Tucumán. Estas bandas se entrelazan también con la burocracia sindical, que acentúa su carácter criminal en el manejo de los sindicatos, con el apoyo cerrado de todos los gobiernos. Dicho esto se plantea una segunda conclusión: la corrupción no es sólo el factor de control de los políticos por parte de los capitalistas, sino que es un factor que acentúa la descomposición y la criminalización de la vida política en general.
A nadie se le escapa, sin embargo, que el divague pro-corrupción de Brienza tiene como único propósito salvar al kirchnerismo de su descomposición imparable. Luego de una década de fervoroso menemismo, Néstor Kirchner debutó como presidente proclamando como objetivo estratégico “reconstruir a la burguesía nacional”. Para ello decidió usar los recursos del Estado hasta el final, financiando con subsidios a empresarios como Cirigliano, a importadores de combustible como los Eskenazi, o concesionarios que manejan privatizadas -como Mindlin de Edenor. A cambio sólo pedían un retorno, que fue a engrosar el patrimonio injustificable de los Jaime, Schiavi, De Vido o la propia Cristina Kirchner. Después de dilapidar los fondos públicos hasta el final fueron a buscar a Chevron, también asegurándole negocios off shore mediante acuerdos comerciales confidenciales con YPF. El fracaso de esta estrategia terminó con la camarilla procesada por la Justicia y Macri como presidente.
Brienza pide que se “saquen la careta para hablar de corrupción”. Reconozcamos que él dio el primer paso, apoyando y hasta embelleciendo la corruptela del gobierno anterior. Podríamos no criticarlo, porque se hunde solo. Pero como lo hace desde un diario gestionado por sus trabajadores, es necesario salirle al cruce. Flaco favor le hacen a la lucha de los compañeros de Tiempo Argentino y del Grupo 23 estos defensores de sus verdugos, empezando por el corrupto y vaciador Sergio Szpolski.