Políticas

23/10/2014|1337

Cafiero en la Legislatura: un debate con la verdad en la mano

La decisión de todos los bloques de la Legislatura -con excepción de la izquierda-, de tratar una resolución de homenaje a Antonio Cafiero, dio lugar a que expusiéramos un juicio histórico sobre el dirigente peronista fallecido. No es lo que hicieron los bloques tradicionales, para quienes la extinción de la vida opera como una absolución histórica para el fallecido. La tumba funciona como una suerte de reconciliación política. La cobardía hipnótica ante la muerte denuncia una cobardía completamente conciente durante la vida. Esta suerte de pax celestial se acentúa en períodos de hipocresía democratizante, que convierte a los enemigos en adversarios o incluso en “amigos que piensan diferente”. Así pudo verse a ex montoneros cerrar la boca, en la sesión, ante quien integró el gobierno de los verdugos en los ’70. O a hacer lo mismo a legisladores con pergaminos de izquierda, quienes en el momento actual peregrinan por otros ámbitos políticos o confesionales. Al tomar la palabra, reivindicamos, en este escenario, la simple honestidad política y la exigencia de que cada uno se comporte durante la vida del modo que pretende ser recordado luego de ella.

El golpe clerical del ’55 

Arrancamos recordando que el vínculo de hierro que unió a Cafiero con la Iglesia católica, lo llevó a alejarse del gobierno peronista, en 1954, cuando comenzaba la ofensiva clerical para derrocar a Perón. Cafiero renunció a su cargo de ministro y se distanció de Perón en las vísperas del golpe de 1955. La ruptura con Perón no le evitó a Cafiero ser perseguido y encarcelado por la “Libertadora”, en especial cuando su ala ultraclerical (Lonardi) fue reemplazada por una combinación de católicos y masones (Aramburu-Rojas).

El gobierno de la Tres A

En segundo lugar, recordamos el papel de Cafiero en el gabinete de Isabelita (1975), cuando asumió la cartera económica para administrar y continuar el “Rodrigazo”. Cafiero puso la firma también en los decretos de “aniquilamiento de la subversión”, junto a la de Luder, Ruckauf y Robledo. Esos decretos sirvieron a la militarización y reforzamiento represivo del gobierno peronista y funcionaron como una transición al golpe militar. Cafiero ocupó una posición algo más que ambigua en dos de los golpes más reaccionarios de la historia moderna.

El pacto carapintada

El hilo de nuestra intervención se trasladó al año 1987, en ocasión de la rebelión de los carapintadas. La historia encuentra allí a Cafiero en el balcón de la Rosada junto a Alfonsín (y a Alsogaray), como el principal soporte del anuncio que “la casa estaba en orden” -o sea, del pacto de impunidad con los carapintadas.

El futuro es del socialismo

Al concluir, señalamos que esta semblanza política buscaba poner de manifiesto la decadencia irremediable del peronismo y, de un modo más general, de los partidos que históricamente gobernaron la Argentina en función de los intereses capitalistas. Esta decadencia -señalamos- refuerza nuestra lucha para desarrollar una alternativa política propia de los trabajadores.

Reacción

Tampoco Bodart (MST) acompañó el homenaje a Cafiero. Recordó al “punto final y la obediencia debida” y pidió que la versión taquigráfica de su discurso fuera inserta en el acta de la sesión. A partir de allí, la mayor parte de los diputados que intervinieron dedicaron más tiempo a atacar nuestro discurso que a reivindicar a Cafiero. Por ejemplo, Dante Gullo señaló que “si algún día en esta Legislatura se homenajea a Trotsky, yo permaneceré callado, escuchando con respeto a quienes lo reivindiquen y callando mis divergencias”. Mientras nosotros nos encontremos en el parlamento, nos opondremos con fuerza a que Trotsky sea homenajeado por sus enemigos de clase.

El PRO (Ritondo) recordó el compromiso de Cafiero al apuntalar ‘las instituciones’ en diciembre de 2001, mientras que los radicales, por supuesto, evocaron los “días difíciles de juzgar” (sic) de la Semana Santa de 1987. La sabbatellista Cerrutti aludió a “lo complejo de todas las trayectorias políticas”, como si el arribismo pudiera equipararse con las contradicciones que debe enfrentar la militancia real y efectiva. Los partidos del régimen se sirvieron del homenaje al fallecido para realizar una suerte de autoabsolución de su historia. Pero querían que asistiéramos en silencio a esa escenificación política. No lo hicimos.