23/12/2004|882

China: La rebelión campesina


Paralelamente a la movilización obrera que se manifiesta en “una serie de huelgas sin precedentes” ( The Washington Post , 25/11), China asiste a una creciente movilización de millones de campesinos.


 


Según las propias cifras oficiales, sólo en el año 2003 más de tres millones de campesinos tomaron parte en 58.000 “incidentes”, tales como manifestaciones, choques con la policía, ocupaciones de edificios públicos y bloqueos de rutas y vías férreas. The Wall Street Journal (5/11) informa que “en los últimos meses” esos “incidentes” “crecieron en escala, frecuencia y violencia”.


 


En la aldea de Hanyuen (provincia de Sichuan), más de cien mil campesinos exigieron la No construcción de la represa de Pubogou, que implicará una masiva expropiación de sus tierras. Los campesinos detuvieron durante varias horas al secretario del PC local. Aunque fueron enviados 10.000 policías para reprimir la protesta, dejando cientos de heridos y detenidos, los campesinos continuaron rodeando la ciudad hasta que las autoridades locales y el propio presidente Hu Jintao anunciaron un aumento en las indemnizaciones por el despojo de las tierras.


 


En Chongqing, la golpiza de un funcionario estatal a un trabajador rural migrante desató una verdadera rebelión popular que duró varios días.


 


Estas y otras protestas similares, que involucran en cada caso a decenas de miles de campesinos, forman parte de “un conjunto de protestas campesinas de gran escala en las semanas recientes” (ídem).


 


Las rebeliones campesinas están causadas por las exacciones impositivas de las burocracias locales y, de una manera creciente, por la expropiación de tierras y la expulsión de campesinos –sin adecuada compensación– para desarrollar proyectos inmobiliarios, industriales y energéticos, a los cuales está asociada directamente la burocracia estatal.


 


El derecho a la propiedad privada de la tierra, recientemente restaurado por la burocracia, apunta a dar “seguridad jurídica” a estas exacciones y expropiaciones. Las rebeliones son la respuesta a las “despiadadas expropiaciones” (ídem) que se multiplicaron después de la reinstauración de la propiedad privada.


 


La escala de estas expropiaciones es gigantesca. La construcción de la represa de las “Tres Gargantas” significará el desplazamiento de 1,8 millón de campesinos de las aldeas ribereñas del río Yangtze. Esta es sólo una de las tres grandes represas (y decenas de otras más pequeñas) que está llevando adelante el gobierno chino. Sin embargo, sólo una parte de las tierras expropiadas será ocupada por el lago que creará la represa; una parte sustancial de las tierras (valorizadas por el emprendimiento) será acaparada por la burocracia en su propio provecho.


 


Las condiciones del traslado son espantosas. Los campesinos y aldeanos son enviados por la fuerza a regiones alejadas, en las que se hablan dialectos diferentes; se les pagan “compensaciones” que sólo cubren un tercio del valor de las nuevas casas y tierras que deben adquirir; sólo reciben 130 metros cuadrados de tierras de peor calidad por familia, para su subsistencia; en la mayoría de las aldeas, los salarios son un 40% inferiores a los de las aldeas que abandonaron; aún así, la mayoría no consigue empleo.


 


Esta gigantesca confiscación ha desatado numerosas protestas con la consigna central de “volver a casa”, sistemáticamente reprimidas por la policía. Para impedir el retorno, las autoridades dinamitaron las aldeas abandonadas. Sin embargo, en varias aldeas a lo largo del río, los campesinos regresaron y se instalaron en carpas junto a los poblados destruidos. A pesar de que la policía regularmente destruye esas carpas y expulsa a los campesinos, éstos vuelven a instalarlas una y otra vez ( Asia Times , 26/11/03).


 


En algunas regiones del oeste, como Xingkiang, donde existen fuertes minorías de la etnia Hui (musulmanes), la rebelión campesina adquiere otras formas. Históricamente, los Hui convivieron en forma pacífica con la mayoría Han (que conforma el 92% de la población china). Pero las exacciones de la burocracia, mayoritariamente Han, elevaron las tensiones étnicas, provocaron choques entre una y otra etnia y popularizaron la reivindicación separatista. La burocracia china, sin prueba alguna, denunció que entre los musulmanes del oeste de China operan células de Al Qaeda para proceder a una brutal represión de los campesinos.


 


Wu Chum Tao y Chen Gui di, una pareja de periodistas chinos que recorrió durante dos años las regiones rurales de todo el país, escribieron una “Investigación sobre los campesinos chinos” verdaderamente demoledora: “Hemos visto pobreza, comportamientos criminales, sufrimiento, desesperación, resistencia, emociones y tragedias en una escala que es inimaginable (...) hemos visto el tipo de pobreza que Europa conoció hace dos siglos: aldeas sin calles pavimentadas ni teléfonos, donde la tierra es cultivada a mano y el pueblo vive en minúsculas chozas de barro, húmedas y oscuras” ( Financial Times , 20/11).


 


“Mientras la riqueza se acumula en las grandes ciudades, la mayor parte del país decae”, continúan Wu y Chen. Frente a esta miseria masiva, agravada por la brutal diferenciación social y regional, los innegables progresos de la restauración capitalista aparecen como una delgada capa “costera”, extraña y hostil a la China rural.


 


 


Preocupaciones compartidas


 


La preocupación de la burocracia restauracionista ante el crecimiento de la rebelión campesina es manifiesta. He Zengke, director del Centro Chino de Estudios Políticos y Económicos Comparativos, reconoció al The Washington Post (4/11), que “los institutos de investigación y el gobierno están trabajando en esta cuestión día y noche (ya que) todos reconocemos la importancia y la urgencia del problema”. El diario Strait Times (6/11), de Singapur, informó que distintos centros de investigación en Pekín están desarrollando modelos de simulación por computadora para intentar predecir qué escenarios puede provocar el estallido de un descontento de masas.


 


Un ala de la burocracia reclama una mayor represión. Es la posición, por ejemplo, de Niu Wenyuan, de la Academia de Ciencias (ídem).


 


Pero –dice un especialista de otro instituto de investigaciones– “China está en una encrucijada, en la cual los reclamos de los campesinos, los obreros y las tensiones étnicas se entremezclan”. “Sin una reforma política –advierte–, el país caerá en el caos” ( The South China Morning Post , 4/11).


 


A pesar de todo su cacareo “democrático”, el propio imperialismo advierte contra las “reformas”. El centro de estudios norteamericano Stratfor (1/11), por ejemplo, “aconseja” a la burocracia que “aunque las repercusiones puedan ser severas, la represión será necesaria porque permitir que crezca el descontento en China tendrá implicaciones de largo alcance, incluso más allá de sus fronteras”.