Políticas

13/8/2009|1095

Colores como cachetazos

Gorriarena en el Centro Cultural Recoleta

Obras del siglo XXI: esa es la consigna de esta exposición que agrupa la producción de los últimos años del pintor Carlos Gorriarena, una figura clave en la historia del arte argentino contemporáneo.

Fallecido en enero de 2007, a los 81 años, el artista supo destacarse por su actividad pictórica y política, particularmente en los años ’60, cuando inicialmente desde el PC y como integrante de la revista La Rosa Blindada, polemizó con la vertiente más estalinista y pro soviética del partido, del cual finalmente fue expulsado, integrándose al peronismo, y elaboró una obra comprometida con las posiciones de lucha que eligió ocupar.

Discípulo de maestros como Antonio Berni y Demetrio Urruchúa, su obra no puede entenderse sin tener en cuenta el compromiso político subyacente.

“Se sabe que Gorriarena no está aquí para decorar el mundo, sino para develarlo”, escribió hace años el periodista Miguel Briante. En la búsqueda del lugar de los artistas, del arte, en la sociedad capitalista contemporánea puede comprenderse la obra y la producción teórica de este pintor, que en muy pocos cuadros invita al observador a relajarse en la contemplación, porque no deja de desafiarlo y de “cachetearlo” con sus colores obscenos, sin matices; sus composiciones planas, donde figura y fondo conviven en igualdad de importancia; con sus figuras grotescas, ora repugnantes, ora risibles en sus disfraces sociales.

Gorriarena mostraba en sus telas la mediocridad y frivolidad del poder, la esencia decadente de los poderosos (burgueses, curas, militares) y de sus comparsas en los mundos del arte y del espectáculo, el patetismo de la sociedad de consumo. Y en esa determinación pocas veces hacía concesiones tendientes a producir placer visual en el espectador, motivo por el cual el estilo de Gorriarena ha generado arduos debates, y quien no conoce los postulados del autor, sus búsquedas éticas y estéticas, su trayectoria, puede llegar a preguntarse si no está acaso ante la obra de un improvisado o de, simplemente, un pintor mediocre. Es que Gorriarena mete el dedo en la llaga de un aspecto esencial de la producción artística (la tensión entre decoración y expresión), llevando a veces al límite el cuestionamiento a las bellas artes.

Sin embargo, en las obras que se ofrecen en el Centro Cultural Recoleta (que, dicho sea de paso, alberga al mismo tiempo una exposición hipercomercial sobre Star Wars, a 35 pesos la entrada por Ticketek, en lo que es casi una ofensa a este espacio cultural público) nos costará encontrar la vertiente más furiosa, más revulsiva, más crítica de Gorriarena, que en sus últimos años dejó decantar la violencia de sus composiciones al acercarse a temáticas más cercanas al disfrute de la vida, a la naturaleza y al paisaje, fascinado, por sobre todo, con esas playas de La Paloma, Uruguay, que lo vieron partir aquel verano de 2007.

Ernesto Thuta