Políticas

23/5/2002|755

Crítica de la burguesía devaluacionista

La doctrina oficial de la burguesía devaluacionista es que el derrumbe actual de la economía argentina se situaría en el terreno monetario-cambiario. El dólar barato quebró la industria nacional, alimentó la especulación, el endeudamiento, etc. La devaluación es, entonces, el principio correctivo básico junto a la posibilidad de emitir moneda. El ala “izquierda” de la burguesía devaluacionista (Plan Fénix y el Frenapo) completa este planteo con lo que denomina una redistribución de los ingresos dirigida a reactivar la demanda y eliminar la pobreza.


La base del nuevo recetario sería, entonces, un dólar “caro”, que protegería a la industria nacional limitando las importaciones, posibilitaría mayor recaudación gracias a los impuestos a las exportaciones, se aumentarían las reservas y se eliminaría el déficit exterior. Como si fuera un cuento de hadas, el tipo de cambio se transforma en una suerte de piedra filosofal.


Vulgaridad


Todo esto es de un esquematismo pueril. Apoyados en las evidencias del desastre que acompañó la sobrevaluación del peso (pero sin explicar la relación entre una y otra cosa) presentan la devaluación como una panacea. Es cierto, por ejemplo, que el peso devaluado limita las importaciones, pero a costa de encarecer los costos (dificultar) la acumulación de capital y, naturalmente, de devaluar también los salarios (que en principio debería compensar lo primero). La mayor exportación supone un ingreso de divisas, no al “país” sino, en primer lugar, a los monopolios comercializadores y a la burguesía terrateniente. Estos pueden subfacturar las exportaciones, lo cual sustrae de la circulación una parte del valor creado en la producción. El incremento de las reservas puede aumentar la inflación o esterilizar recursos que podrían emplearse productivamente.


La lista podría seguir… Pero la pretensión de fijar el precio del dólar es lo mismo que pretender que el capital funcione sin mercado, sin competencia entre los capitalistas y sin movimiento de precios. Una ficción similar, por otra parte, supone hablar de exportaciones, importaciones, tipo de cambio o cualquier otra variable económica, al margen de la intervención de los pulpos capitalistas, la burguesía industrial, los bancos, la clase obrera. Un capitalismo sin mercado y sin los enfrentamientos entre las fracciones del capital, y entre éstas y los trabajadores es el mundo idealizado del economista vulgar.


El capitalismo no puede funcionar si no es a través de desequilibrios permanentes. No puede evitar la lucha por apropiarse del valor y la riqueza producida por los trabajadores y provocar un cambiante y creciente desequilibrio entre el potencial productivo y la capacidad de consumo de la masa de la población, que está en la base de toda crisis económica.


Realidad


Ninguna política económica puede ser entendida al margen del sistema económico-social del cual forma parte, en el que se formula y ejecuta. Bajo un sistema de planificación estatal y control obrero, una política de “convertibilidad”, es decir, que fije los medios de circulación monetaria con relación al dinero mundial, puede ser extremadamente útil para sistematizar la contabilidad nacional y orientar los recursos para la acumulación productiva o para el fondo de consumo. En este caso, la convertibilidad funcionaría como una referencia para medir la productividad de su economía con relación al mercado mundial.


Bajo la convertibilidad cavalliana el mecanismo respectivo se aplicó para asegurar los negocios y ganancias extraordinarias de un sector del monopolio capitalista, pero por sobre todo, la convertibilidad impuesta en su momento por el menemismo debe comprenderse a la luz del movimiento del capital y sus contradicciones, movimiento que explica inclusive políticas económicas en apariencia antagónicas pero que se engendran unas a otras como resultado de las limitaciones que le son propias. El dólar barato de la convertibilidad no fue producto de ningún “modelo” sino que fue impuesto por el contexto de la época, como lo revela el hecho de que el ahora preso ex ministro de Economía siempre había planteado la necesidad de un dólar alto.


Como el dólar barato (o sea el peso fuerte) dificulta las inversiones externas porque encarece los costos del capital, se recurrió a las “privatizaciones” en masa a precio de banana mediante la hipervalorización de los devaluados títulos de la deuda. Es decir, bajo la ficción de un peso “fuerte” los privatizadores “compraron” lo suyo al precio del peso más barato de la historia. La política de flexibilización laboral y despidos en masa deprimió los salarios y sobre todo elevó enormemente la productividad del trabajo, abaratando también al capital.


Capitalismo


Los límites de la convertibilidad, así como los de la desvalorización de la moneda, son en última instancia los límites de esa misma explotación capitalista, a cuya naturaleza corresponden las crisis, las bancarrotas y los quebrantos; éstos no pueden ser eliminados por ninguna variante de política económica.


La “convertibilidad” se consolidó no por algún mérito propio sino cuando se quebró la resistencia obrera a la ofensiva del capital, en particular contra las privatizaciones, la de Entel en primer lugar.


En realidad, la convertibilidad no fue tal por varias razones, en especial porque el dólar es un título de deuda del Estado norteamericano, que no paga interés y es limitado en función del movimiento del capital norteamericano. En lo esencial, fue una suerte de seguro de cambio al ingreso de capitales financieros de todo color y pelaje que garantizaba el valor de repatriación de sus ganancias y de sus activos. El precio del dólar frente al peso era un precio de Estado y no de mercado, puesto que fue establecido por ley, de modo que su estabilidad dependía de la solidez del régimen político. En este caso, el Estado forzaba los límites del sistema económico, hasta el momento en que saltaron los goznes.


Lo que reventó la convertibilidad es lo mismo que hoy revienta la devaluación: la anarquía capitalista, los límites de super-explotación del trabajo, la sobreproducción. La crisis significa que las instituciones económicas básicas del capital se hunden bajo el peso de sus propias contradicciones: no hay moneda, no hay crédito, no hay producción, el propio Estado capitalista se ha quedado sin base material. Esto no se arregla con ninguna política económica específica, pues lo que está superado es el régimen social. La sociedad ha ingresado en una fase revolucionaria.