Políticas

12/3/2009|1074

De “porongas” y “cartulinas”

Los cambios en la cúpula de la Bonaerense

Otro cambio de guardia en la Bonaerense, que tiene por efecto -secundario pero no tanto- la reintroducción de una polémica falsa: “halcones” y “palomas”, “duros” y “blandos” o “porongas” y “cartulinas”. Según esa tesis (véase Sur, 22/2), el jefe desplazado, Daniel Salcedo, habría sido una “paloma”, un “cartulina”, mientras su sucesor, Juan Carlos Paggi, un “halcón” o “poronga”. Los “porongas” son canas de calle, la patota operativa, mientras los otros se vinculan más con la función administrativa.

“Ganó el ala dura”, dice ese diario al referirse a la caída de Salcedo y a la asunción de Paggi. No es verdad. “Duros” o “blandos”, la Bonaerense es una corporación criminal signada por la corrupción, por su participación cotidiana en la producción y organización del delito y por el gatillo fácil; en definitiva, esa fuerza está en la gestación de la inseguridad que vive la población de la provincia. Que lo digan, si no, los vecinos de El Jagüel, sometidos a extorsiones de policías ladrones, narcos y chantajistas. 

Por otra parte, antes de desplazar a Salcedo -con quien por cierto tenía una interna feroz, pero no por cuestiones “ideológicas” de blandura o de dureza-, Paggi era el segundo al mando y tenía a su cargo la estructura operacional de todos los distritos de la Bonaerense; es decir, de las departamentales de las que dependen las comisarías de la provincia. De modo que de todos los problemas de esa policía durante la gestión actual, Salcedo y Paggi son responsables en idéntica medida. Esto es: el recambio no obedeció a ningún intento de mejorar nada. Intento imposible, además.

Sí, en cambio, ese relevo es producto de la lucha entre camarillas dentro de la fuerza y del desgaste producido por casos resonantes, como el secuestro del empresario Leonardo Bergara por una banda policial. Por eso hubo movimientos en toda la cúpula, puesto que con Salcedo se fueron cuatro superintendentes y diez jefes de departamentales.

Esta nueva crisis se produce cuando -contra lo sostenido por el ministro Aníbal Fernández (“en la Argentina no hay carteles de la droga”)- 80 jueces dicen que el nivel de tráfico de estupefacientes no tiene precedentes en el país. No sólo eso: carteles colombianos, mexicanos y de mafias europeas trasladan una parte de sus guerras a territorio argentino. Esa presencia del narcotráfico no puede menos que acentuar las tendencias a la disgregación de la policía de la provincia.

Paralelamente, se empiezan a hacer evidentes la desmoralización de la tropa y la precariedad operacional. Por ejemplo, en el caso de la muerte del policía Claudio Santillán, una patrulla acudió a investigar la presencia de supuestos vendedores de paco sin móviles de apoyo ni cobertura.

Así las cosas, la disolución de esa policía empieza a transformarse, de consigna propagandística que era en otros tiempos, en necesidad admitida incluso por intendentes que piden el auxilio de Gendarmería o la creación de policías municipales.

Alejandro Guerrero