Políticas

8/6/1991|333

Duhalde: El candidato que no mira cuando firma

Después de meses de indecisión, Duhalde  aceptó finalmente la candidatura a la gobernación bonaerense. Es inocultable que lo hizo bajo la presión de Menem, del clan “celeste” y hasta del gobernador Cafiero pero, por sobre todo, de la crisis política. Es que la candidatura del hombre que al reemplazar a Menem designó al sirio Ibrahim en Ezeiza e indultó a los asesinos de Chacabuco parece ser la única posibilidad del Justicialismo para competir por la gobernación bonaerense.

Una derrota gubernamental en Buenos Aires —a la que habría que sumar las de Córdoba, Santa Fe y Capital Federal previstas por el oficialismo— significaría una definitiva catástrofe para Menem.

La perspectiva de perder la mayoría en la Cámara de Diputados fue calificada por Menem como “desastrosa”. El temor a perder la mayoría en Diputados llevó también al gobierno a colocar como candidato a gobernador de Córdoba a su embajador en Brasil, José Manuel De la Sota, aún en contra de su propia voluntad. “Vuelvo a ser candidato —se sinceró De la Sota— por la urgencia do la crisis” (Clarín, 3/6).

Una derrota en Buenos Aires desnudaría la impotencia del gobierno para conciliar los rigores antinacionales de su política con las exigencias mínimas del régimen constitucional. Dejaría al descubierto también las contradicciones de su base social (los “capitanea de la industria") frente a la crisis económica y el “plan Cavallo”. El gobierno pondría de manifiesto su condición de camarilla en descomposición y ello podría ser la antesala de la caída de Menem.

La candidatura de Duhalde es una expresión de la crisis política y de la debilidad del gobierno. Las enormes vacilaciones del ahora candidato (un “dependiente de las encuestas”) para aceptar la candidatura estaban dictadas por su escaso “rating" electoral.

“Inestabilidad presidencial”

La candidatura de Duhalde vacía la “línea sucesoria” del Poder Ejecutivo. Esto ocurre exactamente en el momento en que la “inestabilidad presidencial” se ha “institucionalizado” (Ámbito Financiero, 15/5) como consecuencia de los escándalos de narcotráfico, la inviabilidad del plan económico, los choques de las camarillas gubernamentales, la presión del imperialismo y el odio popular. No es casual, entonces, que un sector de la prensa califique a la candidatura de Duhalde como “un riesgo institucional”.

La postulación de Duhalde es también una “maniobra institucional” del clan “celeste” para monopolizar la línea de sucesión de Menem que coloca a Eduardo Menem —presidente del Senado— como reemplazante del presidente en caso de “acefalía”.

La candidatura de Duhalde anula la posibilidad de una resolución “natural” en caso de “acefalía” del Ejecutivo. Duhalde se ha tomado por ahora una licencia, pero ya ha dicho que deberá renunciar a la vicepresidencia en caso de ser derrotado.

Una candidatura débil

La debilidad de la candidatura de Duhalde se puso en evidencia a poco de andar. Proclamó su interés en formar un “frente de centroizquierda” y llevar a Alende como vice-gobernador y pocas horas después ofreció el mismo cargo a los derechistas Santiago de Estrada y Albamonte.

La debilidad de Duhalde se revela, también, en su incapacidad para arbitrar la lucha interna del PJ, que se ha agudizado desde su postulación. Barrionuevo no acepta resignar la candidatura de su “pupilo” Carlos Brown. El cafierismo amenaza con ir a una interna frontal si no se le entrega la vice-gobernación y las intendencias claves. Cafiero, incluso, amenazó con adelantar las elecciones para principios de setiembre (lo que perjudicaría a Duhalde) si éste no se aviene a un acuerdo. La candidatura de Duhalde es una expresión de la disgregación del justicialismo.

Pero donde se revela la enorme debilidad de la candidatura de Duhalde es en el hecho de que está obligado a cargar con todos los lastres del oficialismo, provincial y nacional. No puede “diferenciarse” abiertamente de Cafiero por cuanto necesita de los hombres y del aparato partidario que éste domina. Pero por sobre todo no puede “diferenciarse” del gobierno nacional. “No me atrevería a contradecir a Cavallo” (en la cuestión del aguinaldo) confesó el candidato (Clarín, 30/5). Una “separación” de Duhalde del gobierno sería un “exocet” para el plan Cavallo cuya estabilidad está sostenida con alfileres. Pero cada uno de sus apoyos al gobierno nacional es un golpe demoledor a sus posibilidades electorales.

La candidatura de Duhalde es una alquimia política que no salvará a un gobierno que se hunde irremediablemente.