Políticas

4/4/2002|748

Economía y política de la bancarrota nacional

Así como la guerra es la continuación de la política por otros medios, la pesificación es la continuidad de la economía dolarizada del uno a uno. Ambas son las formas particulares de una impiadosa política de explotación capitalista. Si la convertibilidad menemista no fue otra cosa que una gigantesca confiscación de los trabajadores y el patrimonio nacional, la devaluación duhaldista tiene como propósito fundamental depreciar los salarios, los gastos estatales (en particular sueldos y jubilaciones) y la deuda de los capitalistas a costa del pequeño y medio depositante. Se pretende con todo esto crear un nuevo piso de rentabilidad para el capital, con activos brutalmente desvalorizados y con costos de mano de obra que ahora son como los de Haití.


Capital, capitales… y un fantasma


Pero “el capital” es todavía una abstracción que, en la realidad, se materializa en múltiples capitales que pugnan entre sí por copar la partida. En pleno proceso de restauración capitalista en la vieja URSS, un economista de nota señaló, que con el mercado restablecido, las cosas se podían encaminar según la reglas de la competencia capitalista. El problema era que la constitución de ese mercado y de sus reglas carecía de toda regla y se resolvía por la fuerza bruta. Se refería de este modo a la guerra de mafias y clanes de la vieja burocracia y sus financistas internacionales para apoderarse de los escombros de la propiedad estatizada.


Algo similar sucede con la Argentina capitalista colapsada. La semana pasada se difundió la especie de que los representantes de gobiernos europeos en el FMI se unían a los yanquis para reclamar “seguridad jurídica” y “más ajuste”. Sucede que para unos y otros el significado del reclamo es diverso e inclusive antagónico. Para los europeos significa el salvataje de las empresas privatizadoras y de algunos otros negocios. Los alemanes, por ejemplo, quieren retomar el negociado multimillonario de la confección de pasaportes y documentos públicos para 37 millones de argentinos. Para los yanquis se trata de lo opuesto, porque quieren apropiarse de todos estos mercados. Y todo esto, como en el caso ruso, se resuelve a las trompadas, para decirlo en forma elegante. La burguesía nacional, a su turno, carece de todo planteo autónomo. La “demora” en la “ayuda” del FMI es indisociable de esta lucha intercapitalista que atraviesa todo el régimen político y ahora parece condenar a Duhalde al destino de sus predecesores. El fantasma del 19 y 20 de diciembre recorre el país. Lo que le da un carácter revolucionario a toda esta situación es, precisamente, la irrupción insurgente de piquetes y cacerolas.


El poder, el Estado


La crisis y la bancarrota, entonces, son una suerte de condición necesaria pero no suficiente para el propio capital. Debe dar paso a una violenta transferencia de patrimonios entre corporaciones y monopolios y, en la misma medida, a la reconstrucción de relaciones capitalistas actualmente en estado de disolución. Un país sin moneda, sin sistema financiero, sin precios, no puede servir para negocio alguno. El punto de apoyo para esto es la existencia de un mercado mundial capitalista, de las economías y Estados nacionales que lo sostienen. Aunque el quebranto argentino sea una expresión más general del agotamiento del capital a nivel internacional, la economía mundial como un todo no se encuentra todavía en el nivel de gangrena que muestra su extremo colapsado en la punta austral del continente americano. Los estados capitalistas, más poderosos, los Estados Unidos en primer lugar, son también, mediante su desvergonzada intervención, el factor decisivo a la hora de reconstituir un régimen político en estado terminal, como es el caso de la actual bancarrota argentina. Nuestro país es históricamente el retrato paradigmático de una semicolonia del capital financiero y el imperialismo.


La reconstrucción del poder estatal enfrenta a la propia burguesía con el hecho de que sus partidos históricos en la Argentina se encuentran completamente desahuciados. El peronismo, el radicalismo y la pequeño burguesía centroizquierdista han fracasado rotundamente y ya no pueden atar a las masas a otro engaño más como en el pasado. Es significativo que López Murphy acabe de desafiliarse de la UCR después de décadas y que Reutemann haya ya anunciado que no será “candidato de nadie”, rechazando embanderarse de entrada, por lo menos, con la sigla del PJ. Uno y otro encabezan las listas que el capital financiero maneja para el eventual reemplazo de Duhalde, preso de su propia impotencia; aunque por eso mismo los comentaristas políticos oficiales no descartan que pueda ser protagonista de alguna forma de autogolpe.


Las variantes de todo esto implican una nueva reorientación del planteo económico, una vez liquidadas las posibilidades del esquema devaluacionista de Remes Lenicov. Uno de los posibles planes alternativos lo propuso el ex presidente del Banco Central Javier González Fraga, y pasaría por liberar el corralito para las cuentas corrientes y cajas de ahorro, convertir en títulos del Estado los plazos fijos, al estilo de lo que fue el plan Bonex de principios del ’90, dejar caer a los bancos que no aguanten el cimbronazo y dejar que el dólar se vaya por las nubes hasta los 5 pesos o más. Por supuesto, el plan “tiene el apoyo de la banca extranjera y los grupos exportadores” (Página/12, 17/3). Como el mismo González admite que “el riesgo es que ocurra una muerte súbita por hiperinflación” (ídem), han aparecido correctivos que incluyen como recurso final una nueva convertibilidad con un dólar a 3 ó 4 pesos. Es notable que voceros del capital financiero como el Financial Times, enemigos hasta ayer de la dolarización, planteen ahora que podría ser un expediente último ante el cauce caótico que tome el estallido argentino. Obviamente, el retroceso en el nivel de vida de las masas argentinas sería sencillamente monstruoso. Recordemos que en el dolarizado Ecuador, un jubilado cobra… 2 dólares.


Es una evidencia de que las tendencias a la disolución capitalista ya no pueden contenerse con los instrumentos clásicos pasados de una economía nacional, apelando a recetas de manual sobre política económica. La conciencia sobre el completo derrumbe de la economía capitalista es más clara entre las bestias antiobreras del “neoliberalismo” que entre los economistas progresistas del Frenapo o del Plan Fénix que insisten en plantear la posibilidad de un capitalismo con rostro humano y sin pobres, no desprovisto del patetismo eclesiástico al cual son afectos.


Política y golpismo


Las idas y vueltas que tiene el debate sobre la dolarización tienen su significado propio porque reflejan no sólo una tentativa de salida a la anarquía actual sino el tipo de problema que crea. La incorporación del dólar como moneda en las economías latinoamericanas constituye un potencial de inestabilidad para el propio régimen monetario y económico norteamericano. Es lo que se refleja en el plano político cuando los gendarmes del mundo se expanden a escala planetaria (Yugoslavia, Afganistán, Medio Oriente) sin poder hacer otra cosa que transformar tales territorios en una suerte de protectorados inestables y explosivos. Cuando el orden reposa en el poder de las bayonetas sin que éstas sirvan para reconstituir los medios de dominación política estatal de las masas y su correlato en un mercado y una circulación de mercancías y capitales con reglas propias, lo que se revela no es fortaleza sino la debilidad más general del orden constituido.


Esto explica, asimismo, las declaraciones “antigolpistas”, por así llamarlas, del general Brinzoni, que ha descartado completamente la posibilidad de un golpe militar “a la ’76”. Por eso mismo, cuando en febrero pasado alertamos sobre la preparación de “un recambio con López Murphy y Reutemann”, impulsado por el capital financiero, señalamos que “el golpe vendría esta vez acompañado de elecciones nacionales y se justificaría como una salida última al caos hiperinflacionario” (Prensa Obrera, N° 742). Las Fuerzas Armadas no pueden superar los límites de la clase cuyo orden defienden. Los explotadores han comenzado ahora a analizar la posibilidad de que la convocatoria adelantada a elecciones se extienda a todos los cargos electivos nacionales y eventualmente provinciales y municipales. El derechista liberal Natalio Botana escribió en el diario de los Mitre que de esta manera la manipulación del electorado más conservador del interior del país aseguraría “gobernabilidad”, contrarrestando la polarización que podría darse de otro modo con los candidatos de la centroizquierda porteña (Carrió, Zamora) que correrían con ventaja en una elección puramente presidencial.


Un golpe en las circunstancias presentes acompañaría la zanahoria electoral con el palo de decretos y medidas de facto que satisfagan los reclamos perentorios del FMI y, probablemente, un acoso represivo a los piquetes y al movimiento obrero combativo. La contrarrevolución sabe que debe reagruparse utilizando todos los recursos, incluidos los de la “democracia” y los ataques a los luchadores “con todo el peso de la ley”. Importa saber cómo se orienta el enemigo, cómo aprecia los alcances y los límites de la actual situación.


Es necesario orientarse en este campo con un programa político que desenmascare y clarifique las maniobras de los explotadores y ayude a forjar, a través de la lucha de los trabajadores y sus reivindicaciones, la perspectiva de una alternativa propia independiente. Es precisamente la tarea insustituible de un partido obrero, capaz de destacar, en el formidable levantamiento de cortes de ruta, huelgas, piquetes y asambleas populares, los intereses de conjunto que corresponden a la superación de este capitalismo en descomposición, por un gobierno de los trabajadores, por la superación también de los representantes fracasados de los explotadores, de los De la Rúa, Alfonsín, Duhalde, López Murphy o Reutemann.