[Editorial] El fracaso de la tercera vía y una polarización de crisis
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La llamada ‘tercera vía’ está siendo despedazada entre el macrismo y la fórmula Fernández-Fernández
La novedad política del comienzo de 2019 era el intento de la clase capitalista de armar una salida electoral distinta a los bloques políticos preexistentes. Los principales grupos económicos apostaron sus fichas a los Lavagna y compañía, buscando crear una opción distinta al fracasado gobierno de Macri y al kirchnerismo, que se lo representaba como un defensor del intervencionismo estatal. La formación de Alternativa Federal contó por ello con el concurso de la inmensa mayoría del pejotismo y del elenco de los gobernadores, así como del apoyo de una parte importante de la centroizquierda. Los medios de comunicación jugaron sus fichas, aburriendo con la foto en sandalias y medias del ex ministro de Economía de Néstor Kirchner. Los que auspiciaban este armado buscaban vaciarle Cambiemos al macrismo, quedándose con el radicalismo e incluso con la pata peronista del PRO. Y pretendían también arrinconar al kirchnerismo, aislándolo de sus aliados del peronismo. Pero nada de esto ocurrió. Las encuestas mostraron que ninguno de los candidatos de Alternativa Federal atraía al electorado, lo que, a su turno, agravaba la competencia interna y la guerra de camarillas. El triunfo aplastante de Schiaretti en Córdoba tampoco alcanzó para sacar el barco a flote. Así, cuando estamos en las vísperas de la inscripción de las alianzas electorales, la llamada ‘tercera vía’ está siendo despedazada entre el macrismo y la fórmula Fernández-Fernández. Se asoma una polarización electoral entre Cambiemos y el pejotismo-kirchnerismo, que es el resultado del fracaso de la clase capitalista en haber conseguido estructurar una salida más ajustada a su política. Obligados a defender sus intereses capitalistas en este cuadro, la crisis política y de régimen adquiere esta forma.
Es cierto, claro, que para licuar este espacio intermedio, el kirchnerismo, antes que ello, decidió licuarse a sí mismo. La nominación presidencial de Alberto Fernández por parte de Cristina Kirchner representó un giro a la derecha para ganarse el apoyo del peronismo y del capital financiero internacional. El primer anuncio hecho por el candidato fue dar por terminada la guerra con Clarín e ir a cenar con Magnetto. El segundo fue fatigar a los medios de comunicación desmintiendo cualquier posibilidad de default de la deuda. Citó, para darle crédito a sus dichos, los 200.000 millones de dólares que los gobiernos kirchneristas pagaron a los acreedores internacionales en concepto de capitales e intereses de deuda. Para sumar ‘previsibilidad’, Alberto Fernández comentó que, en materia económica, se asesora con Guillermo Nielsen, un crítico por derecha al macrismo, al que le achaca haber optado por el gradualismo en vez de un shock de ajuste. El tercer anuncio fue destinado al Vaticano, con la declaración de que el aborto legal “divide a los argentinos”.
Es cierto, también, que el macrismo movió sus fichas para evitar que los capitalistas le retiren el apoyo por completo y emigraran hacia la tercera vía en formación. Luego de despotricar contra los acuerdos de cúpula, convocó a un pacto sobre la base de los 10 puntos, que resumieron el programa estratégico de la clase capitalista. Para el gobierno, el éxito de la iniciativa no debía medirse en lograr un acuerdo imposible, sino en dividir a los adversarios y quedarse con la bandera de ser los defensores más consecuentes del programa del capital. Lo conseguido no fue poco para un gobierno en caída libre: desde la UIA hasta la Came, pasando por la Sociedad Rural y los bancos, las cámaras patronales apoyaron el decálogo. Como la necesidad tiene cara de hereje, el macrismo resolvió incluso habilitar un pacto con el peronismo, bajo la forma de que sectores del PJ y el massismo lleven a Vidal como candidata a gobernadora. Los cultores de la ‘nueva política’ terminaron convirtiendo a su figura ‘honesta’ en una colectora. La Convención Radical, en estas condiciones, después de mucho patalear y gritar para la tribuna, decidió quedarse en Cambiemos. El massismo, por su lado, está sacando cuentas. El ex jefe de Gabinete de Cristina Kirchner debe decidir si va a una Paso perdidosa con Alberto Fernández o si lleva a Vidal como candidata a gobernadora, adelantando un voto en favor de Macri en un probable balotaje, o si se queda con un puesto en un futuro gabinete y la presidencia de YPF, lo que sería celebrado por su financiasta Carlos Bulgheroni. En una u otra variante, su fuerza se va a dividir. Sólo le queda reducir daños.
1.000 puntos
Así las cosas, el fracaso de la llamada tercera vía anticipa una elección que tiende a polarizarse entre alternativas políticas que no levantan el entusiasmo de los principales grupos económicos. Del electorado tampoco. Y de las fuerzas en presencia otro tanto: el izquierdismo kirchneriano traga sapos y sapos, el establishment teme un Macri reelecto que no pueda gobernar, cuando ahora lo hace con pulmotor.
Se trata de una polarización peculiar, ya que las fuerzas que la componen no tienden a los extremos, sino al centro. En vez de Braden o Perón, tenemos Macri o Alberto Fernández. De fondo, es la consecuencia de que la clase capitalista no es partidaria de un cambio de frente después de la fracasada experiencia derechista del macrismo. Quiere preservar lo que entiende es una conquista: la libertad de movimiento del capital, el acceso a los mercados internacionales de crédito, la eliminación de restricciones e intervenciones estatales, el ataque al sistema jubilatorio y a los convenios colectivos, la rebaja de impuestos al capital. Pero es esta política la que ha llevado a una crisis de fondo, que se expresa en la caída sistemática de la producción, el consumo, la construcción y de todos los índices económicos y sociales. El carácter superficial de la polarización que se pretende desarrollar queda expuesto cuando se mira la posición de ambos bloques con relación con el FMI, al que todos quieren seguir atados. A lo máximo que aspiran es a estirar los plazos de cancelación, para liberar fondos para los acreedores privados.
La falta de entusiasmo que despierta esta polarización artificial explica que, en las vísperas de la inscripción de alianzas, el riesgo país ronda los 1.000 puntos, mostrando que los títulos de deuda del país se venden a precios de remate. El riesgo país pone más presión sobre la tasa de interés, que sigue por arriba del 70% anual. Si el dólar no se ha disparado aún más se debe exclusivamente a estas tasas exorbitantes y a que el Banco Central no deja de vender reservas. En el último mes, por ejemplo, se fugó más del 80% del último tramo del préstamo dispuesto por el FMI. A este ritmo, sin embargo, nadie puede asegurar que no se produzca una nueva corrida cambiaria e incluso bancaria en el trascurso de la campaña electoral, sea en la que va hasta las Paso o entre éstas y las generales de octubre, y aún después de octubre y antes del 10 de diciembre. La bancarrota económica se ve potenciada por la crisis mundial, que agudiza la guerra comercial y abre la eventualidad de una sucesión de devaluaciones de las monedas para contrarrestar las medidas proteccionistas dispuestas por los principales Estados.
Una delimitación estratégica
El intento de avanzar en este cuadro de polarización bajo la batuta del FMI plantea para la izquierda y los luchadores populares que defienden posiciones independientes la necesidad de avanzar en una delimitación estratégica, que debe hacerse con todo vigor y energía militante. Esto vale por sobre todo cuando se observa que la centroizquierda se ha sumado alegremente como cuarto violín de estos bloques principales. Vale para los Stolbizer y sus coqueteos con Lavagna, y para los Lozano, Donda y Pino Solanas, que buscan un rayo de sol al amparo del pejotismo. Ni la nominación de Alberto Fernández cambió el seguidismo de éstos al pejotismo. Al revés, ha reforzado su derechización. En los últimos días, Pino Solanas cumplió la función que le asigna el comando albertista, saliendo a declarar que es “irresponsable” plantear el no pago de la deuda. La incógnita es si el favor será retribuido; Pino Solanas aspira a renovar la senaduría por la Ciudad de Buenos Aires, que conquistó cuando era un aliado de Carrió.
La fórmula Fernández-Fernández busca conquistar el apoyo patronal exhibiendo su principal capital: el apoyo de la burocracia sindical para hacer pasar un ajuste en regla contra los trabajadores. La propuesta de “contrato-pacto social” realizada por la propia Cristina en el predio de la Sociedad Rural compromete al ala kirchnerista pura de la fórmula con esta política de atenazamiento del movimiento obrero. Vale otro tanto para sectores populares, como el movimiento de la mujer, donde una parte de sus referentes ha declarado su apoyo a esta fórmula, a pesar de sus renovados y extendidos lazos con el Vaticano. Alberto Fernández ya ha declarado que las mujeres deberán conformarse con una simple despenalización.
Para el Frente de Izquierda, la lucha electoral que se avizora cobra un carácter estratégico, porque consiste en librar la batalla de las batallas: separar a las masas, empezando por su vanguardia y los sectores más activos de ellas, del nacionalismo burgués y de todas las fracciones patronales. Esta batalla reclama un programa y un método de campaña. Sobre el primero, cobra centralidad el planteo de que la crisis la paguen los capitalistas, la ruptura con el FMI, el no pago de la deuda, la nacionalización de la banca, la separación de la Iglesia del Estado, la independencia de las organizaciones obreras del Estado. En tanto somos la voz de cada lucha y levantamos la bandera del paro activo nacional de 36 horas, el Cordobazo nacional como lo hemos llamado en estos días. A las salidas capitalistas en danza, que apuntan a descargar el peso de la crisis sobre los hombros de la población laboriosa, le oponemos una salida política de los trabajadores y la izquierda, dirigida a una reorganización del país sobre nuevas bases sociales. Debemos bregar porque este programa sea abrazado por sectores amplios de los trabajadores, las mujeres y la juventud. Nuestra propuesta de convocar a un Congreso del Frente de Izquierda está dictada por esta tarea estratégica, a la que llamamos a sumarse a toda la izquierda plasmando una lista única y una campaña unificada.