Políticas

10/11/2025

VARIACIONES EN ROJO

El atroz (des)encanto de la realpolitik

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Grabois y Massa.

No diría que volvimos porque en realidad nunca nos fuimos. Pero es cierto que durante tres semanas no nos leímos.

Duro: pasan muchas cosas. Tomé solamente una, o eso creo. Esa en la que durante días y días se discute cómo enfrentar a un gobierno que ganó las elecciones. Todo mientras el mundo tiene acontecimientos, sería imposible que así no sea.

Vamos que vamos.

El atroz (des)ecanto de la realpolitik

Juan Mattio, escritor, autodefinido marxista gótico, dejó en abril de este año, en el Teatro Picadero, una reflexión de peso sobre el estado del arte de lo que muchos llaman “campo popular” en la Argentina. El susodicho habló de "progresismo conservador” y explicó este concepto de la siguiente manera: “Es nuestro estado hace mucho tiempo: la moderación de expectativas. Siempre cuento la misma anécdota. David Viñas (en 1968) escribió un cuento donde la revolución sucedió en la Argentina y él camina por la ciudad de Buenos Aires el día después. Va encontrándose con sus amigos y ve cómo empezó el problema de la revolución. Eso hoy sería leído como ciencia ficción. Para esa generación era algo inminente. Hay una moderación de expectativas en el campo progresista que es sintomática”.

Muchos de los voceros centroizquierdistas (“los gordos de la geopolítica”) y sus referentes políticos (hoy agrupados principalmente en el peronismo) utilizan permanentemente para justificar y argumentar sus acciones la famosa “realpolitik”. Si bien sus inicios conceptuales pueden remontarse a casi dos siglos de distancia, el vocablo germano es utilizado por la ciencia política para fomentar la militancia de las realidades derechistas y reconfortantes. Pragmatismo, sin márgenes para cualquier tipo de transformación. Hay que entender, no transformar. La “política real” (castellanizamos) sería contraria a la “utopía”, poniendo a las revoluciones, incluso a las rebeliones, bajo la órbita de esta última.

La viralizada frase de Juan Grabois va en esa línea. “Yo no le miento a los estudiantes universitarios como hace la izquierda. Yo digo lo que puedo hacer: una casa y un terreno para todos los argentinos”. Interesante: ¿dónde estaban las casas para todos durante el gobierno de Alberto Fernández, que se fue hace dos años del poder? ¿Dónde están en el gobierno de seis años de Axel Kicillof, con una fuerza política que gestiona la provincia de Buenos Aires en 34 de los últimos 38 años? Dejemos las conjeturas al margen. Va, una más: Grabois dijo que la izquierda sacó pocos votos en la ciudad de Buenos Aires, porque el 10% es poco. ¿Cuánto sacaba Itai Hagman sin el partido de su amigo “Sergio Tomás”? Ahora sí, análisis al margen, la frase de Grabois busca “vender” eso: el atroz (des)encanto de la política con márgenes de posibilidad, vinculados a alianzas concretas que condicionan y determinan. Ilusión.

Una serie de definiciones sobre la victoria de Milei del pasado 26 de octubre dan tela para cortar en ese sentido: hubo una tanda de frases que toman como premisa que el peronismo “se izquierdizó mucho” y esa es la razón por la que La Libertad Avanza saca ventaja. “El problema es la alianza con el trotskismo, vamos a pelearle el cuarto puesto a Myriam Bregman”, dijo Juan Cabandié, sin especificar a qué relación se refería. “Nos quedó una narrativa de la revolución cubana”, expresó Pedro Rosemblat en una entrevista con Facundo Pedrini (grabada antes de la derrota electoral). José Natanson, director de Le Monde Diplomatique Cono Sur, planteó en ese portal (noviembre 2024) que el peronismo, para ganar, necesita un “Astori”, en alusión a Danilo Astori (2005), ministro de Economía liberal de Tabaré Vázquez cuando el Frente Amplio uruguayo llegó al poder. Varias alusiones tuiteras, ideológicas y analíticas comparten el sentimiento expresado, aunque se resumen para poder continuar.

Hay dos consideraciones puntuales a subrayar sobre esta interpretación. La primera, evidente: las fuerzas que apuntan al centroderechismo fracasan. Pregúntenle a Provincias Unidas, que pasó a unirse con la Casa Rosada luego de salir segundos o terceros en elecciones locales. Lo segundo: ¿alguien en su sano juicio puede pensar que el peronismo no está haciendo eso? ¿Martín Guzmán y Sergio Massa (con Gabriel Rubinstein, que ejercía de facto), están más cerca de Danilo Astori o del “colectivismo soviético”? Permítanme la exageración, no tan dramática: ¿Están más cerca de Domingo Felipe Cavallo o del Che Guevara como ministro de Industrias de Cuba? Cualquier respuesta incorrecta es una chicana de las débiles tropas del Gordo Dan y compañía.

Por el contrario: las políticas alejadas de un golpe al statu quo, que caracterizan al peronismo, son las que pavimentaron el terreno a la derecha. No hay nada más “realpolitik” que el gobierno de Alberto Fernández, del que todos los voceros actuales fueron parte: muchos “márgenes”, mucho fondomonetarismo. Es la política del peronismo la que no permite que el descontento prolifere a través de la lucha (si uno ve dos minutos el acto de la CGT en Obras Sanitarias, entiende con claridad por qué). A su vez, el discurso “progresista” de esa fuerza política se vio enraizado en una política económica que deterioró las condiciones de vida de la clase trabajadora, con una presión de la burguesía para resolver las contradicciones de ese plan económico atacando a diferentes sectores del movimiento obrero (“el problema son los piquetes”, “en el Estado comen todos bizcochitos”, “con la tuya”, etc.). Eso permite que Federico Sturzenegger pueda decir, como declaró en Madrid, sin temor al ridículo, que el gobierno de Milei pelea contra la casta y el statu quo. ¿Hay algo más casta, acaso, que el Colorado Santilli? Sonrisa de Pagni.

Vale una separación: es lógico que el peronismo haga lo que hace, es coherente. La cuestión de clase así lo indica para dirigentes que pasan o han pasado sus horas vivenciales en Nordelta, Puerto Madero, Recoleta, para sindicalistas burocráticos que andan en Amarok, para gobernadores provinciales con tinte feudal. El tema es la ilusión, de un sector honesto y con ansias de transformación, en esa política.

La propia “realpolitik” es el problema: implica tomar un tablero en el que las reglas del juego están dictadas. “No se puede tocar la propiedad privada”: con el 35% de lo que Galperín aumentó sus ganancias con Mercado Pago por la exención de impuestos que le permitieron Alberto Fernández y Milei podría pagarse toda la ley de Emergencia Pediátrica.

El mileísmo actual no es otra cosa que la sed de una clase: la oportunidad que ve la burguesía de patear el tablero propio y cambiar las relaciones de fuerzas entre las clases. De hecho, más que “mileísmo” es “burguesismo”, Milei es un inquilino de la Casa Rosada del capital financiero, de Trump y compañía. El “antimileísmo”, en el sentir popular, tiene fuerza: basta con ver las movilizaciones, del 1F a la fecha, y el nivel de rechazo que genera en todos los que luchan contra él, algo frenado en su base por el recuerdo nefasto del gobierno peronista, sobre todo el de Alberto Fernández. Es que este campo encuentra una fuerza mayoritaria que no expresa ese odio: el único dirigente de Fuerza Patriótica que se expresó sobre la Reforma Laboral de Milei es Jaldo, que dijo que la va a apoyar. El kirchnerismo acaba de frenar, en el Senado, donde tiene mayoría, las modificaciones a los bloqueos para Decretos de Necesidad y Urgencia. La CGT dice expresamente que no luchará contra el gobierno. La lista puede seguir.

Ese espíritu opositor, que continúa en una parte del pueblo argentino, puede ser más potente si se canaliza con otras bases. Si empalma esa enemistad con un programa que confronte no sólo con Milei, sino con sus dueños. En un momento de crisis capitalista apremiante, el movimiento popular debe estar en el ring. Pablo Stefanoni, en Le Monde Diplomatique (noviembre 2025), dijo que en el sentir popular hoy “se siente más la injusticia de que el vecino reciba alguna ayuda estatal y yo no, que ante el hecho de que los megarricos no paguen impuestos”. Si es real o no, no podemos saberlo, pero tenemos la certeza de que, de ser así, debe pasar a una confrontación de clase. ¿Ilusión? A la luz de los resultados de los cuarenta y dos años de democracia, nada más utópico que pensar que un desarrollo con la burguesía argentina como motor es posible.

Hay tres puntos para tirar del hilo de esta situación. El casi 10% del Frente de Izquierda en la Capital Federal, tercera fuerza en este distrito y en la Provincia de Buenos Aires, donde metió dos diputados, es una de ellas. Minoritaria, puede ser, pero enraizada en el apoyo sistemático a las luchas populares. La segunda es una de estas peleas: la victoria del Garrahan. Dos imágenes del sindicalismo en Argentina, cuando en las últimas semanas se recordó el famoso debate entre José Ignacio Rucci y Agustín Tosco. Por un lado, la CGT defendiendo una camarilla enriquecida en Obras Sanitarias, sin convocar a medidas de lucha, con sindicatos que “celebran aumentos del 1%, 2%, 3%”. Por otro, los trabajadores del Garrahan, con su Comisión Interna de ATE a la cabeza, logrando una conquista histórica del 61%, con asambleas, huelgas, iniciativas de lucha. El tercer elemento es la victoria de Zohran Mamdani en la capital del capital, donde canta Sinatra, presentándose a sí mismo como un candidato “socialista”, propalestina, que en su campaña apuntó contra privilegios de la burguesía neoyorquina, en una oposición casi nacional con Trump.

Me debo una lectura, hace un tiempo. Es bastante común: hay más libros que tiempo. Pero hay uno en particular que me impactó con su tapa. Desconozco el grueso de sus tesis. El docente y periodista Alejandro Galliano, hace unos años tituló una publicación con la siguiente pregunta: “¿Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no?”.

Buen domingo de mate.

¿Cómo se logró la extraordinaria conquista del Garrahan?
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