Políticas

19/10/1993|404

El balance electoral del Partido Obrero

La victoria del PJ (menemismo) en las elecciones del pasado 3 de octubre, sumada la totalidad de los distritos, plantea algunos interrogantes políticos concretos. Esta vez no hubo el “voto castigo” con el que los trabajadores responden a los gobiernos que atacan sus conquistas y niveles de vida, sino que triunfó el gobierno de turno, la vanguardia militante de una ofensiva nacional e internacional contra los explotados. En este sentido, la victoria electoral del menemismo tiene mucho en común con las victorias que obtuvo durante más de una década el thatcherismo, y refleja también la completa desmoralización política que provocaron las anteriores fuerzas gobernantes, convertidas en oposición: en nuestro caso la UCR y su hiperinflación, así como también la burocracia sindical (sea de la CGT o del CTA) y, en lo que le toca, la ex Izquierda Unida. Hace solamente un año la CGT había inmovilizado al país con un paro de 24 horas y las organizaciones de la educación habían puesto cien mil personas en las calles; pero la burocracia logró llevar al movimiento popular al empantanamiento o a la derrota. Las traiciones a las luchas y a la resistencia de las masas valorizan luego en términos políticos las salidas que arma la burguesía, como ocurre con el “plan Cavallo”. Resulta muy pedagógico, con relación a esto, el resultado electoral de San Nicolás, donde aunque sólo con el 38% del total de los votos (47% provincial), el PJ logró ganar, a pesar del desastre que significó para las masas y para la ciudad la “privatización” de Somisa; en esta ciudad el segundo lugar lo ocupó Rico —un voto “clásico” del trabajador desmoralizado, que transfiere las soluciones a los problemas de su clase a la figura de un salvador.


Es muy probable que nosotros, el PO, hayamos subestimado la posibilidad de un voto popular por el gobierno de semejante amplitud, y con certeza que lo hizo el resto de la oposición, a partir de los datos sobre la desocupación, y más tarde como consecuencia de las diversas crisis que fueron provocadas por el asunto del matonismo contra periodistas, o también como resultado de las controversias que habían comenzado a agudizarse en el seno de la burguesía acerca de la llamada “salida” del “plan de convertibilidad”, o de la cuestión de la reelección. Un resultado“ paradójico” (contradictorio) de las elecciones pasadas es que la mayoría popular votó por el gobierno precisamente cuando las limitaciones del “plan Cavallo” se hacen más evidentes y su impasse es mayor, y cuando se acentúan los enfrentamientos en el seno de la burguesía. En este sentido, el voto popular falló a favor del “plan económico” contra los críticos patronales de éste, lo cual constituye otra “paradoja” de los resultados electorales del 3 de octubre, porque el propio gobierno está discutiendo cómo salir del “plan de convertibilidad”. Si, en cierto modo, la “estabilidad” hipotecó las masas al gobierno (para lo que éste contó con la traición de la burocracia sindical y la bancarrota de la oposición), ahora en cierto modo el gobierno ha quedado hipotecado a las masas, a las que debe asegurarles como mínimo un ínfimo nivel de inflación en los precios.


 


Alcance


¿Cuál es el alcance que puede tener esta victoria electoral del menemismo? Para eso tenemos que ver las características contradictorias de los resultados electorales.


Cuando se discrimina el voto nacional, se observa que el menemismo fue derrotado en la provincia de Córdoba y en su capital, así como también en la periferia de Rosario, todo lo cual está en contradicción con el voto a favor del menemismo en el Gran Buenos Aires —siendo todos estos distritos de una composición obrera industrial y de una masa enorme de desocupados semejante. Es decir que al menos una parte de los trabajadores ha votado contradictoriamente. Claro que hay que hacer la salvedad que, en Córdoba, la oposición era el oficialismo, pero aun así podemos decir que el voto contra Cavallo fue un voto “castigo”. Más en general, el menemismo retrocedió bastante en Tucumán y en Mendoza, y tampoco le fue bien en Neuquén; es decir que en distritos importantes no hubo “menemazo” y sí “voto castigo”.


Esta discriminación elemental del voto a escala nacional, concentra la victoria del menemismo en la provincia de Buenos Aires, aunque la gran votación del PJ es la misma que obtuvo en 1991 (47% de los votos positivos), sólo que esta vez la Ucedé perdió entre 4 y 5 puntos que fueron para la lista oficial; esto significa que el PJ perdió una cantidad similar de puntos, 400.000 votos, principalmente obreros, que no fueron al Modin, ya que éste no modificó mucho su votación, sino que fueron a distintas listas, incluido el Frente Grande. El peronismo perdió votos obreros el pasado 3 de octubre, a pesar del “menemazo”. El dato no es masivo, pero es igualmente muy importante.


La victoria del PJ en Buenos Aires fue obtenida con una inyección masiva de fondos públicos; sólo el fondo del conurbano recaudó para estos gastos unos 600 millones de dólares; pero otro dato es que el presupuesto de la provincia en 1993 fue un 25% más alto que en 1992. Los grandes beneficiarios de estos gastos son los contratistas de obras públicas, que forman una base social específica del gobierno de la provincia y de muchos intendentes; no es la misma base del gobierno nacional, que se apoya en el “club de los privatizadores” y en los “fondos de pensión” internacionales (norteamericanos en especial).  Toda la prensa ventila los “antagonismos” entre Duhalde y Menem, que son una refracción de esta situación. Naturalmente que estas contradicciones pueden conciliarse, al menos por un tiempo, ya que la especulación bursátil, y todavía más con la deuda pública, no es incompatible con un gasto público expansivo, obras públicas y asistencialismo. Pero la contradicción objetiva y subjetiva entre Menem y Duhalde significa que los resultados del 3 no han consagrado a Menem como un árbitro político poco menos que absoluto; para ello  debe resolver todavía la crisis que ha desatado el tema reelección dentro de la burguesía y sus diferencias con el duhaldismo. Este último realizó la campaña electoral bonaerense diferenciándose precisamente de Menem. Más todavía, la llamada “crisis Pierri” fue desatada por el gobierno nacional para minar las posiciones de Duhalde (ahora que Storani parece estar a favor de la reelección, se podría suponer que durante la campaña hubo un acuerdo entre él y Menem contra Duhalde). La sección electoral tercera (La Matanza-Lomas, etc.) es el bastión de un clan, el de Duhalde-Pierri-Mercuri, donde este grupo más se defendió de los ataques que recibió durante la campaña electoral.


Las conclusiones anteriores refutan la tesis según la cual Menem habría formado “una formidable coalición electoral”, que va desde el Barrio Norte hasta Lugano y desde San Isidro hasta Laferrere. Esto depende, precisamente, de la solidez de la alianza entre Menem y Duhalde, y por supuesto, de las perspectivas económicas en su conjunto. Es lo que, precisamente también, pretenden resolver la reforma constitucional y el plebiscito, y luego las presidenciales de 1995. El alcance de la victoria del menemismo, el domingo 3, todavía deberá definirse a través de la lucha política que se ha abierto, y de conjunto por la marcha del “plan económico”.


 


Oposición


Pero otro de “los interrogantes políticos concretos” que dejó el 3 de octubre es el alcance que tiene la derrota de la oposición patronal, o dicho de otra manera, el alcance que tiene el hundimiento de la oposición. No hay ningún síntoma de que la burguesía, y mucho menos el imperialismo, quieran darle a Menem el poder supremo; a lo más que llegan los capitalistas más oficialistas es a postular una suerte de semi-bonapartismo menemista, limitado a otros cuatro años. Los explotadores necesitan de la oposición tanto como del menemismo; no existen condiciones de conjunto para que la burguesía acepte aventurerismos “unipersonales”. Por eso el derrumbe de la UCR es un factor de primera magnitud en la crisis política. El clan menemista de los Kohan quiere aprovecharla para reforzar al líder y a su entorno, pero los sectores “más responsables” del gobierno pretenden, en cambio, una especie de reconstrucción de la oposición.  Pero el salvataje de la oposición, que no puede ser otra que el radicalismo, no podrá tener lugar sin una nueva lucha dentro de la UCR. Si durante la campaña electoral asistimos al operativo de estimular al Frente Grande en Capital, esto para debilitar a la UCR y “levantar” a Erman González, ahora tenemos una nueva situación, cómo restablecer a la oposición, por eso se comienza a hablar del Comando del No (a la reforma) y de la posibilidad de una alianza electoral entre la UCR (si va Storani), el FG y la Unidad Socialista.


La importancia del hundimiento de la oposición para el Estado obedece a que mucho más de la mitad del país está enrolada en la oposición. (El menemismo ganó las elecciones con el 43% de los votos positivos, el 39% de los totales y sólo el 31% del padrón electoral). De la misma manera, la mayoría de los trabajadores asalariados se encuentra participando en conflictos y luchas, aun cuando otra parte muy importante haya depositado su salida en el menemismo. La conclusión de esto es que el hundimiento de la oposición burguesa plantea una posibilidad de desarrollo político a la izquierda revolucionaria, que para eso debe transformarse en portavoz de las necesidades de los explotados y en su organizadora. Una de las consecuencias contradictorias del 3 de octubre es que, más allá de las posibilidades futuras que pueda ofrecer una crisis del oficialismo, es la derrota de la oposición la que ofrece importantes perspectivas, de un lado como factor de crisis de conjunto, del otro para la izquierda.


En lo que hace a Rico, las elecciones mostraron un dato muy interesante, que confirma lo que ocurrió con Bussi en Tucumán; Rico hizo su mejor elección a expensas del radicalismo, no del justicialismo —de la mano de la clase media, no de los obreros (ver declaraciones de Rico a Ambito, 14/10). Todo indica que tocó un techo, al menos en las presentes circunstancias. Ahora deberá alinearse con Menem en la reforma y lo mismo ocurrirá con los principales proyectos patronales en el Congreso. Un buen trabajo de desenmascaramiento podría mandarlo rápidamente al piso.


Con relación al FG su elección en Buenos Aires fue mala, lo que quiere decir que no tiene penetración popular. Ya está planteando la alianza con los radicales (ver Página 12, 14/10) para “frenar a Menem”. Sigue siendo, aún más que antes, un frente heterogéneo, que puede estallar en cualquier circunstancia. No es una izquierda, porque defiende los planteos fundamentales de los explotadores.


 


FIT


Las elecciones demostraron el acierto de haber formado el FIT. Se confirmó que el FIT permitió que “la izquierda”, “los socialistas”, tuviéramos presencia en la campaña electoral. Los resultados de la provincia de Buenos Aires, casi 100.000 votos, deben ser ubicados en el marco de los resultados aún mejores en Neuquén, Córdoba y Santa Cruz. El propósito principal de la formación del Frente fue conseguido. De aquí en más es la única referencia de izquierda, si no para las masas, sí para el conjunto de los activistas y de la izquierda.


El FIT no fue simplemente una suma. Sobre esto hay que ser claros. La alianza con el Mst y la presencia de Zamora permitió representar una fisonomía de unidad de la izquierda, y por eso, hasta cierto punto, una perspectiva política. Pero el Mst fue responsable de la formación tardía del frente. El Mst no planteó claramente al  FIT como una perspectiva política; sólo desarrolló el ángulo de “votar a Zamora”. La penetración de la candidatura de Zamora disminuyó considerablemente como consecuencia de la desintegración de Izquierda Unida y del  Mas.


No se pueden comparar los resultados del FIT con los que la izquierda sacó en 1989 o 1991, simplemente porque IU, el Mas y el PC se desintegraron. Fuimos aliados, no a IU ni al Mas, sino a la treintava parte del ex Mas y a la ochentava parte de la ex IU. Incluso fuimos con un partido que nunca hizo una campaña pública de esclarecimiento de su ruptura con el Mas. Aun así, en Neuquén superamos a IU cuando era varias y largas veces superior al FIT.


El retroceso, no del FIT, sino de la izquierda tomada en su conjunto, procede de la autoliquidación de IU y del Mas, un hecho  que no se produjo para superar a IU o al Mas, ni en el programa, ni en la organización. Luego de encaminar el ascenso de la izquierda por vías democratizantes, el PC y el Mas lo destruyeron en forma más o menos consciente; no superaron su contenido democratizante, sino que destruyeron su perspectiva movilizadora. Si la burocracia desmoralizó a las masas, esta izquierda desmoralizó a la izquierda; por eso pudo surgir el FG. El FIT es el primer intento de superar esta situación, concretando un planteo de reagrupar a la izquierda con una política revolucionaria.


El Partido Obrero, a través de su política de crear e impulsar el FIT, y a través del FIT, creció enormemente en términos electorales y se desarrolló organizativamente. Se instaló en un frente que es referente, y por eso lo defenderemos en todas sus posibilidades. Políticamente, los votos del FIT en su conjunto son  también nuestros votos; los podremos perder o acrecentar, eso dependerá de la evolución de la situación política y de nuestra política. Con nuestra política hemos establecido al FIT en el sexto lugar  en Buenos Aires, y en algunas provincias y distritos en el cuarto lugar.


El próximo Congreso del partido será una gran oportunidad para discutir estas conclusiones y sus implicancias, y para profundizarlas.