Políticas

17/2/2005|887

El canje ya es un gran negociado

El pacto del gobierno con los baqueros


A finales de noviembre del año pasado, un conjunto de factores parecían haberse complotado para golpear la propuesta argentina de refinanciación de la deuda externa y amenazar la continuidad de Lavagna. El hecho más destacado lo había protagonizado el Bank of New York, renunciando a organizar el canje de la deuda vieja impaga por deuda nueva. Desde estas páginas habíamos calificado a esa decisión, casi un sabotaje, como una ‘cama’ al ministro de Economía. Durante algunas semanas flotó la posibilidad de una crisis de gabinete y de una segunda cesación de pagos de Argentina. En este marco se sucedieron las especulaciones de una utilización de las reservas del Banco Central para cancelar la mayor parte de las deudas con las instituciones financieras internacionales y poner fin a los acuerdos con el FMI. Antes de que se pusiera de moda hablar de ‘golpes institucionales’, parecía que la decisión del banco neoyorquino estaba incubando uno.


 


 


Después de la ‘cama’


 


En el entrevero que producían naturalmente estos acontecimientos, desde alguna oficina gubernamental se insinuó la ‘mano negra’ del Citibank, a pesar de era sido precisamente el Citibank el que había dado un impulso al canje propuesto por el gobierno luego de una reunión sigilosa de Kirchner con el presidente de ese banco, William Rhodes, de paso de una asamblea de la ONU. Kirchner había arreglado con el banquero los generosos términos del canje para las AFJPs e incluso un ‘premio’ especial para el cambio de las Letras del Tesoro que estaban en poder de los bancos antes del ‘defol’.


 


El relato de lo que pasaba hace sólo dos meses hoy sorprende: no solamente volvió el Bank of New York sin necesidad de que ‘lo perdonáramos’, sino que el Citi se vio remunerado con el encargo de canjear con los acreedores la deuda de la provincia de Buenos Aires, por lo cual cobrará comisiones más que jugosas. A nadie tampoco parece preocuparle ahora la posibilidad de que los ‘bonistas’ argentinos pudieran hacerle un juicio al Citi por tomar la tarea de enchufarles a esos mismos clientes un título a la mitad del valor del que él mismo les vendió durante el endeudamiento de Cavallo.


 


Del espectro de un boicot de los acreedores, a mediados de diciembre, hemos pasado en los últimos días a una ‘euforia de los mercados’: todo sube, desde las acciones, que pocos compran y pocos venden, hasta los bonos que se pagan (‘performing’) y los que no se pagan (‘default’). La aceptación del canje, dicen las mesas de los bancos, subirá hacia el final del canje hasta un 70% y algunos vaticinan que cerrará con el visto bueno del 85% de los tenedores de bonos. El ‘éxito’ del canje de deuda ha servido incluso para poner un límite a las crisis políticas en la Ciudad y en la Provincia de Buenos Aires, porque, capitalistas al fin, ni Ibarra ni Macri, ni Solá ni Duhalde quieren arruinar semejante negocio. No es que ‘la política funciona al margen de la economía’ sino que los intereses capitalistas le marcan el paso a las trifulcas políticas.


 


¿Qué ha pasado para que se produjera un giro tan acentuado en las previsiones de renegociación de la deuda argentina en tan poco tiempo?


 


 


Citibank, ‘enter’


 


Pues que el gobierno, por el momento, ha salido de la crisis de fines de noviembre con un pacto con los principales bancos, básicamente en torno a dos componentes: dejar que se aprecie el peso y arreglar tarifas y contratos con las privatizadas. En realidad, los dos temas se condicionan recíprocamente. Se trata de los dos principales reclamos que el capital financiero viene haciendo desde la asunción de Kirchner.


 


Se lee en los periódicos todos los días: como el dólar se está devaluando a nivel internacional, el peso está obligado a revaluarse respecto al dólar en el curso de 2005 (ya ha caído de 3 pesos a 2,90). Esto quiere decir que los bonos que ofrece Argentina, en pesos, tienen una posibilidad de valorización que excede la elevada tasa de interés que ofrecen esos bonos. Un bono de tres pesos, equivalente a un dólar, acumularía una ganancia del 50% si el dólar pasa a valer, digamos, dos pesos; su dueño pasaría a tener 1,50 dólares en lugar de un dólar (si el dólar cayera a 2,50 pesos, ese bono equivaldría a 1,20 dólares). Una valorización del 50 o del 20%, en un año, es simplemente usuraria. La cuestión es ésta: el paso del canje del éxito al fracaso tiene que ver con la certeza de la banca internacional de que el gobierno está dispuesto a tolerar la revaluación del peso.


 


El negocio, sin embargo, no termina aquí, porque hay bonos en pesos que además se ajustan por la inflación. Si se confirman los pronósticos de una inflación que oscilaría en el 10%, el bono tomado como ejemplo pasaría a valer 3,30 pesos. Una combinación de inflación interna y de revaluación externa del peso dejaría beneficios extraordinarios a los que se queden con la deuda pública nueva. Solamente para ejemplificar digamos que una inflación como la indicada más un dólar que retroceda apenas a 2,80 dejaría un beneficio anual del 16%, con independencia de la tasa de interés (que es, en general, muy alta para la mayor parte de los bonos que se canjean). Mediante diferentes mecanismos de mercado (especulación) las ventajas que ofrecen los bonos que tienen claúsulas más convenientes, se trasladan a los restantes.


 


 


La re-re-privatización


 


Como se puede ver, se ha producido un giro mayor de la política económica. Las compras de dólares que realizan los Bancos Central y Nación apuntan a graduar la revaluación del peso, de ningún modo podrían contrarrestarla. Para esto último sería necesario establecer un control de cambios. La compra de dólares que se desvalorizan implica enormes pérdidas para el Estado.


 


La revaluación del peso va ligada a otro compromiso del gobierno: arreglar con las privatizadas, algo que ya está ocurriendo. Un peso más alto significa un alivio para la deuda de las privatizadas, que está en dólares, y significa también una valorización de los aumentos de tarifas. El diario español El País anunció, el domingo pasado, que el gobierno argentino pretende ingresar al capital de Aguas Argentinas, lo que significa que se asociará al interés que ésta tiene en un dólar más bajo y en una revalorización del peso.


 


Este pacto entre el gobierno y los principales bancos internacionales explica que estos se hayan volcado a comprar los títulos de deuda en poder de los bonistas individuales, incluso pagando un sobreprecio. En esto consiste el aumento que se está verificando en la cotización de la deuda argentina en ‘defol’.


 


Pero este pacto explica algo más: explica por qué todos los partidos de la derecha financiera han votado, e incluso en menos de 24 horas, el proyecto de ley, enviado por Lavagna, que prohíbe hacer una oferta de canje, más adelante, mejor que la actual. El diario Financial Times había descubierto que el prospecto del canje dejaba un margen para que el gobierno pudiera mejorar la oferta, en el futuro, a los que la rechazaran, sin estar obligado a trasladar esa mejora a los que aceptaran la oferta que está en curso ( Financial Times , 6/2). La ley relámpago ha permitido cerrar esta brecha y es la sanción de esta ley la que ha desatado la corrida a la compra de títulos en cesación de pagos, demostrando con ello que la ley fue pedida por los propios banqueros (el FT dice que hubiera sido mejor modificar las cláusulas del prospecto). Esa ley sirve al interés de los banqueros que están comprando bonos argentinos en desgracia, con la expectativa, repetimos, de una revalorización del peso frente al dólar combinada con una inflación interna.


 


Este giro de la política económica no será gratuito, pues afecta, por ejemplo, los intereses exportadores y acentúa los problemas que se derivan de la caída del precio internacional de los granos. El gobierno intenta compensar el efecto con incentivos fiscales a los exportadores, incluso a gigantes como General Motors, Cargill, Peugeot, Aluar o Techint. Pero el problema mayor se presenta con los salarios, cuyo poder adquisitivo ha caído un 60% desde 2001, porque un dólar barato, como en la convertibilidad, opera en oposición al aumento salarial.


 


 


La insoportable levedad de la recuperación


 


Queda por ver, por estas mismas razones, si este giro de política económica es aceptado en forma homogénea en el gobierno. En caso de que no fuera así, las crisis políticas que han comenzado por motivos de aparato se van a transformar en enfrentamientos de conjunto. El ritmo con que se desarrollen estas contradicciones dependerá de la intensidad con que vayan afectando la recuperación de la actividad económica. Lo que queda en claro es que lo se presenta como una salida exitosa de la bancarrota capitalista, constituye en realidad el ingreso a una nueva etapa de crisis, la que oportunamente deberá plantear otra bancarrota. El eje de esta perspectiva no se encuentra, por cierto, en Argentina, sino en Estados Unidos y en la imparable devaluación del dólar.