Políticas

14/9/1993|401

El capital chorrea sangre obrera

Cuatro obreros muertos y dos gravemente heridos fue el saldo del derrumbe de una medianera en una obra en construcción en el barrio de Belgrano.


La “fatalidad” no tuvo nada que ver en este derrumbe. “Por lógica esa pared tenía que caerse —declara el jefe del departamento técnico de la Municipalidad porteña— (porque) se violó una ley básica, la de la gravedad… fue una falla técnica inadmisible, elemental” (Clarín, 10/9) … es decir, perfectamente evitable.


El “accidente” estaba cantado, sólo faltaba ponerle fecha. “El 3 de setiembre el Ministerio de Trabajo había hecho una intimación para que se cumpliera en la obra con los requisitos exigidos para la protección de los obreros” (Clarín, 10/9). Pero “ya hace más de un mes, la UOCRA había advertido a la empresa que había peligro de derrumbe” (Clarín, 9/9). Pese a las advertencias, la patronal no tomó ninguna medida.


La causa de la muerte de los obreros de la construcción es una sola: la voracidad capitalista. Los patrones engordan sus beneficios, como en este caso, “adelgazando” medianeras sin reparar en la vida de los trabajadores. Los obreros de la construcción —apremiados por una desocupación que supera el 20% entre los trabajadores del gremio— se ven obligados a aceptar sin chistar estas mortales condiciones de trabajo. Muerte en la obra o muerte de hambre: esta es la “libertad” que el capitalismo permite a los obreros de la construcción.


No se trata, sin embargo, de la voracidad de un capitalista individual sino de la de toda la clase capitalista en su conjunto. Esto salta a la vista cuando el gobierno —con la bendición de todas las cámaras patronales sin excepción— envía al Congreso una ley para reducir drásticamente las indemnizaciones por accidentes de trabajo. Según la mitología burguesa, abundantemente difundida por Neustad y su séquito, los obreros habrían inventado la “industria del juicio” para desplumar a los inocentes patrones. El cinismo patronal, cuando de defender la bolsa se trata, no tiene competencia.


La ley de accidentes de trabajo es una conquista obrera. Impuso a las patronales por el único medio que éstas entienden —el del dinero— la obligación de mejorar las condiciones de seguridad en el trabajo. Pero sólo un imbécil —o alguien que por dinero esté dispuesto a vender a su madre— puede pretender que un obrero vaya a amputarse un dedo o un brazo para cobrar una indemnización.


La burguesía pretende aumentar sus ya abultados beneficios liquidando las más elementales condiciones de seguridad en las fábricas y en las obras. Más superbeneficios para los capitalistas; más brazos amputados, más espaldas quebradas y más hijos de obreros huérfanos: no hay mejor síntesis de la barbarie menemista que su proyecto de ley de accidentes laborales.