Políticas

20/4/2000|663

El cimbronazo se confirma y profundiza

Las elecciones en la Capital están poniendo de manifiesto un agudo cambio en la situación política argentina. Por debajo de la elección para jefe de gobierno, las tendencias de voto para la Legislatura muestran lo que se da en llamar una marcada despolarización política, pero que es en realidad un derrumbe de la Alianza y de la lista de Cavallo. En tanto que para el ejecutivo juntan un 75% aproximado de las intenciones de voto, para legisladores llegan solamente al 48% (en algunas encuestas baja al 44%). De mantenerse esta tendencia, el cavallismo, por ejemplo, obtendría a lo sumo ocho diputados sobre sesenta, lo que estaría anunciando su desaparición y un duro golpe para sus aliados, Duhalde y Ruckauf. El menemista Granillo apenas consagraría tres diputados.


Pero no estamos de ningún modo ante un caso de “muerte súbita”. La disgregación de los partidos tradicionales es un proceso que ha madurado largamente. Lo demuestra el auxilio que el Frepaso tuvo que prestarle a la UCR para sacarla del estado de coma post-alfonsiniano, o a lo que ha tenido que recurrir el peronismo en la Capital, con la fórmula financiera-clerical de Cavallo-Beliz. Los dos “movimientos históricos”del siglo XX argentino se han convertido en una costura de retazos en liquidación. Los datos electorales son una expresión en “cámara lenta”de este fenómeno.


En este marco emplazamos el crecimiento de la intención de voto al Partido Obrero. Recogemos principalmente los votos de los trabajadores que votaban al peronismo. Esta tendencia se acaba de confirmar con el 40% que obtuvo la Naranja en los talleres en las elecciones del Sindicato Gráfico. El número importante de intención de votos que registramos en la zona de clase media refleja el fracaso de la pequeña burguesía “progre”(Frepaso) de convertirse en fuerza autónoma. Esta tendencia también ha encontrado confirmación en los dos mil votos de la UJS en Económicas, la semana pasada.


Es indudable que en esta evolución electoral tan categórica interviene la acentuación de la crisis social, el rápido agotamiento de las expectativas en la Alianza y la percepción por parte de todas las clases sociales, no solamente de los obreros, de que la política menemista de la Alianza no lleva a ninguna parte. Pero su telón histórico de fondo es el agotamiento de la burguesía nacional como clase dirigente y de las posibilidades históricas del capitalismo. Los llamados “grupos económicos”han fracasado incluso en desarrollar una variante coreana o taiwanesa de “empresarios dinámicos”. Como conse cuencia de la completa extranjerización de la industria, los bancos y hasta de la gran propiedad agraria, los partidos tradicionales se han convertido en marionetas de los “lobbys” foráneos. Nada lo demuestra mejor que el socorro verbal que los señores Fischer y Summers tienen que prestarle a diario a De la Rúa, aunque ahora se ven obligados a hacer lo mismo, desde la crisis internacional de 1997, con Corea y Taiwan.


El Partido Obrero representa la lucha para conquistar la autonomía política de la clase obrera y convertirla en dirección. Se trata del planteamiento histórico alternativo al caduco nacionalismo burgués. El hecho de que el Partido Obrero tenga una larga trayectoria de lucha en este sentido, refuerza la convicción de que el voto por el PO expresa una consistente maduración política de una parte de los explotados.