El despido del jefe de Inteligencia del Ejército
Guerra de las camarillas
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“El sorpresivo relevo de (el general Osvaldo) Montero tiene como fondo la vieja pelea por las partidas para los agentes secretos del Ejército y un quiebre de lealtades personales. Desde la época de Oscar Camilión hay tironeos para saber cómo se gastan esos presupuestos extra” (Clarín, 22/11). Ése es el punto, pero allí las cosas apenas empiezan.
El militar relevado tiene un prontuario voluminoso, aunque no lo echan por eso. Comenzó su carrera en 1971, en esa academia de torturadores y criminales que era la Escuela de las Américas, organizada por el Pentágono. A partir de 1976, el aún joven oficial “prestó servicios” en el centro clandestino de detención “El Campito”, en Campo de Mayo, junto con otros jefes aún en actividad.
Ya en 2003, Montero fue asesor coordinador en el Colegio Interamericano de Defensa, en Washington DC. Ése era el “hombre de confianza” de Nilda Garré.
De todos modos, Montero demostró ser un típico oficial de inteligencia argentino; es decir, un insulto a la inteligencia. El general aceptó gustoso un teléfono celular que le prestó un director de la Side, mientras estaba internado en el Hospital Militar. “Tomá este celular para que me llames cuando quieras”, dicen que le dijo (Clarín, 23/11). Por supuesto, el teléfono estaba “pinchado” por la Secretaría de Inteligencia –ilegalmente, claro está– y le grabaron conversaciones en las cuales despotricaba contra su protectora y promovía su desplazamiento. ¿Con quién habló? Con la directora de Inteligencia Criminal, Verónica Fernández Sagari, subordinada de Aníbal Fernández.
Además, en la Casa Rosada atribuyen a Montero el haber “filtrado datos sobre Garré a un polémico sitio en Internet” (Clarín, 23/11). Se trata de la página editada por un grupo de ex miembros de los servicios dedicados ahora a operaciones de prensa, usina de rumores y chantajes varios; el informe está referido a presuntos manejos turbios con los fondos destinados al mantenimiento de material de las Fuerzas Armadas, y sería producto de esas trapisondas la caída de un avión Mirage de la Fuerza Aérea en mayo pasado –el piloto murió– e incluso el incendio a bordo del rompehielos “Almirante Irízar”.
Todo ese desmadre se desarrolla en una bolsa de gatos. Montero había sido oficial de confianza del titular del Ejército, Roberto Bendini, pero se pelearon cuando el ahora ex jefe de Inteligencia se aproximó a Garré, con quien Bendini siempre se llevó mal.
Por otra parte, se supone que la J II (Inteligencia) depende del director nacional de Inteligencia Estratégica Militar, Carlos Aguilar, ladero del represor Marcelo Saín, interventor en la Policía de Seguridad Aeronáutica. Sin embargo, Montero nunca hablaba con Aguilar y se reportaba directamente a Garré, lo cual también indica cómo funciona una administración camarillesca.
Por su parte, el propio Bendini casi no tiene trato con Garré: él se dirige al “cajero” Julio de Vido, a Alicia Kirchner y al matrimonio presidencial. Ellos son sus sostenes, y parece que lo serán también en el gobierno de la señora.
Con esta gente al frente del Estado, seguiremos todos en libertad condicional.