Políticas
9/3/2020
El desplome de los precios del petróleo y su impacto en Argentina
Una guerra comercial entre los países exportadores de crudo a partir de la crisis desatada con el coronavirus y la recesión mundial.
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Los efectos de la expansión del coronavirus sobre una economía mundial que ya tendía a la recesión han encendido todas las alarmas, sumando ahora el desplome de los precios internacionales del petróleo y el derrumbe consecuente de las bolsas del mundo. En Argentina este escenario plantea una profundización de la parálisis del sector y amenaza con nuevas pérdidas de puestos de trabajo, mientras que las petroleras –que pujaban por la liberación de los precios de los combustibles- reclaman ahora subsidios millonarios mediante la vuelta del denominado “barril criollo”.
Se rompe el equilibrio
La caída de hasta un 30% de los precios del crudo –la mayor desde la Guerra del Golfo en 1991- es el producto del fracaso de las negociaciones entre los países petroleros que se llevaron adelante el viernes pasado en Viena. Allí tantearon la posibilidad de firmar un nuevo compromiso de reducción de la producción con el objetivo de mantener la cotización del barril, que desde el inicio de 2020 acumulaba un descenso del 25%
Lo que sucedió fue que se rompió totalmente el equilibrio que venían alcanzando los países miembros de la OPEP, liderados por Arabia Saudita, con Rusia. El reino saudí había arribado a Viena con la propuesta de reducir 1,5 millones de barriles la producción diaria de crudo hasta fin de año, pero desde el Kremlin rechazaron de plano la propuesta y plantearon el fin de los acuerdos. Vale tener en cuenta que ya a principios de año se había pactado un recorte de 2,1 millones de barriles diarios.
Tras la ruptura de las negociaciones, tanto Rusia como Arabia Saudita amenazan ahora con inundar el mercado aumentando la producción, a pesar de que se estima que el consumo mundial de crudo caería 2,7 millones de barriles diarios en el primer trimestre del año –empujado en primer lugar por la contracción de la demanda de China. Estamos en las vísperas de una feroz guerra comercial entre las potencias petroleras. Este panorama plantea la posibilidad de que los precios internacionales de referencia sigan deprimiéndose, mientras se agrava la disputa por las cuotas de mercado.
Arabia Saudita, que es el primer exportador mundial, redujo su precio de venta oficial y anunció planes para incrementar la producción, apuntando especialmente al noroeste de Europa donde puede golpear sobre los negocios de las empresas rusas. Sin embargo, a pesar de tener más limitada la posibilidad aumentar la cantidad de crudo, el gobierno de Vladimir Putin se mostró decidido a profundizar esta confrontación porque cuenta con mayor espalda financiera y sobre todo porque los menores precios de los hidrocarburos conllevan a la devaluación del rublo (que ya cedió un 6% frente al dólar), lo que da mayor competitividad, mientras que el riyal saudí está atado a la divisa norteamericana.
Los cañones apuntan a Estados Unidos
El reino árabe ha sido durante años un productor "oscilante", aumentando o disminuyendo la producción para mantener los precios del petróleo. Ese es el factor de equilibrio que se ha roto, porque Rusia pasó ahora a denunciar que los recortes de producción han servido para sostener precios altos que beneficiaron la explosión de petróleo de esquisto de Estados Unidos hasta convertirlo en el mayor productor petrolero del planeta, es decir que el volumen de petróleo que se redujo por los acuerdos de la OPEP fue reemplazado por el crudo norteamericano.
El gobierno de Putin estaría buscando, con estas acciones, poner en cuestión el esquema que permitió a los pulpos yanquis mantener la rentabilidad de la explotación no convencional de hidrocarburos. Sería además un contraataque frente a las recientes sanciones impuestas por Donald Trump a la rusa Rosneft por sus negocios con el gobierno de Maduro en Venezuela y tras el veto del imperialismo norteamericano al proyecto de trazar un gasoducto hasta Alemania, que permitiría a Rusia convertirse en el principal abastecedor de Europa.
A pesar de que Trump celebre esta situación con el pretexto de que menores precios internacionales traerán mejoras para los consumidores, lo cierto es que el impacto ya se está haciendo sentir. Gigantes como ExxonMobil y Chevron han visto caer un 10% el valor de sus acciones, mientras que las de Halliburton -el principal fabricante de equipos de perforación- bajaron un 35%. La principal preocupación en el sector es el obstáculo que todo esto significa a la hora de refinanciar las abultadas deudas de las empresas, las cuales según un informe de Moody’s suman nada menos que 86.000 millones de dólares con vencimientos anteriores a 2024. La deuda de gran parte de las energéticas yanquis se comercializa entre los bonos basura. Ya el año pasado, con un precio internacional que duplicaba el actual, el número de bancarrotas de compañías norteamericanas de petróleo y gas creció un 50%.
Vaca Muerta en la picota
El desplome de los precios, si amenaza con llevarse puesta la explotación no convencional en Estados Unidos, más todavía deja a Vaca Muerta al borde del precipicio. Argentina entra nuevamente como el eslabón débil de toda esta compleja cadena de choques entre las potencias petroleras. Con ello, pone en la picota a todo el armado económico que pretende instaurar el gobierno de Alberto Fernández como garantía de la renegociación de la deuda con el FMI y los bonistas.
Hace días, el CEO de YPF, Daniel González, sostuvo frente a inversores de Wall Street que si el precio del barril caía por debajo de los u$s50 los yacimientos de producción no convencional perdían todo margen de rentabilidad; hoy ese precio descendió hasta cerca de los u$s30. Se abre un panorama sombrío, siendo que ya la actividad en Vaca Muerta se halla al borde de la parálisis: desde agosto se redujo en un 25% la cantidad de equipos de perforación, lo que implicó una pérdida de 1.200 puestos de trabajo. La propia YPF informó que en 2019 tuvo pérdidas operativas por más de 33.000 millones de pesos y que para este año recortará un 20% sus inversiones, lo que redundará en un abandono de la exploración e investigación.
Pero lejos de atenuar la presión que venían ejerciendo, los pulpos petroleros -que venían reclamando una suba de los precios de los combustibles en surtidor para arrimarse a los precios internacionales- han salido a pedir un rescate mediante la vuelta del denominado barril criollo, que consiste en poner un piso de u$s55 el barril en caso de que la cotización internacional siga en picada. Esta fue una medida utilizada en épocas del gobierno de Cristina Kirchner, que permitió a las petroleras embolsar subsidios millonarios a la par que agravaban la desinversión. Como si ello fuera poco, también exigen una reducción de las regalías.
Como mencionamos, no se trata de un problema circunstancial, toda vez que la exportación del petróleo y el gas de Vaca Muerta era la carta de garantía de repago de la deuda que el gobierno argentino llevó a la mesa de negociación con el Fondo Monetario y los grandes fondos de inversión. Tanto que el ahora presidente de YPF, Guillermo Nielsen, propuso conformar un fideicomiso en el exterior para que las ganancias de las petroleras no se vean afectadas por el cepo cambiario ni los vaivenes de la economía nacional. El ennegrecimiento de los pronósticos llevó al empantanamiento de la nueva ley de hidrocarburos, que Fernández había prometido enviar al Congreso durante las sesiones extraordinarias de febrero.
La parálisis petrolera es una advertencia del grado de exposición de la Argentina a los efectos de la crisis mundial, que sería agravada por un compromiso de repago al FMI y los bonistas a costa del saqueo de los recursos del país. Si esto debe alertar a todos los trabajadores, más todavía debe llevar a levantar la guardia al movimiento obrero petrolero, cuya dirección sindical cuenta con un gravoso prontuario de entrega de los puestos de trabajo y el convenio colectivo. Ningún despido, por la nacionalización bajo control obrero de toda la industria energética, que ponga a la industria hidrocarburífera a disposición de un desarrollo nacional.