El partido cristinista y un partido de trabajadores

El comentario de uno de los editorialistas de Clarín (2/9), acerca de los planes kirchneristas de “crear una fuerza política propia”, pone de manifiesto la quiebra de la estructura política que ha prevalecido desde la crisis de 2002 y el posterior gobierno del kirchnerismo. La perspectiva de un partido de trabajadores debe ser entendida dentro de esta crisis -la que afecta, más que a nadie, a la clase obrera. Una afirmación del resultado electoral del Frente de Izquierda se inscribiría en este cuadro de conjunto. La victoria oficial no engaña al oficialismo sobre la precariedad de su base política -otra cosa es que sea capaz de superarla. La crisis mundial deberá obrar como un poderoso factor disruptivo del viejo orden de cosas, y como un obstáculo para una reconstrucción del esquema de dominación política vigente.

En cualquier caso, la pretensión de un partido oficial excede al propio oficialismo. El “cristinismo” quiere llenar un vacío político que también se expresa en la disgregación de los principales bloques opositores -tal como lo revelan la desaparición política de Carrió y el fracaso de Alfonsín-Duhalde en las recientes internas abiertas. Considerando el rejunte oficialista, por un lado, y el desparramo opositor, por el otro, el régimen político no superó los diez años de vida. En definitiva, el “modelo” K está agotando sus fuentes de financiamiento, después de haber vaciado todas las cajas locales (Anses incluida) para rescatar a los privatizadores y a la “burguesía nacional”. A la vuelta de ese agotamiento, sólo queda un tarifazo (lo que se quiso evitar en 2001) y una devaluación, que golpearían a la fuerza laboral. El kirchnerismo está convencido de que está proyectando ‘una fuerza hegemónica’ para varias décadas, al estilo de lo que fue el PRI en México. Pero el PRI no salió de una ‘ingeniería política’ o de un resultado electoral, sino del equilibrio prolongado entre las fuerzas que participaron de la revolución mexicana -y esto solamente al cabo de cuarenta años y de la expansión económica posterior a la última guerra mundial. El peronismo revela también una posición ‘hegemónica’, pero dividido en varios campos opuestos y en otros varios más dentro del oficialismo gubernamental. No se advierte -y menos en estas condiciones- que una construcción política oficial pueda progresar en el marco de una crisis mundial descomunal, cuando la llamada ‘profundización del modelo’ apenas alcanza a disimular la aplicación de medidas extraordinarias para contener una quiebra del sistema económico.

Frente de Izquierda

La tentativa del “cristinismo” no es ajena, en realidad, al propósito de impedir que el desbande político pueda facilitar el tránsito hacia un partido de trabajadores. Los resultados del Frente de Izquierda en las ‘primarias’ deben verse desde este ángulo, con independencia del ritmo mayor o menor con que esta tendencia acabe manifestándose en toda su magnitud. La conjunción de fuerzas que se expresó en el Frente de Izquierda también ocupó un lugar protagónico en la crisis de 2001. La acción del llamado ‘camporismo’ se destaca como un intento de combatir a la izquierda, no a los ‘barones del conurbano’; su participación en empresas privadas apunta a una conjunción ‘público-privada’, no a la expropiación de las ‘corpo’. La demagogia izquierdista de los ‘jóvenes’ no alcanza para disfrazar que han elegido a la izquierda como antagonista -o sea que son ellos los ‘funcionales’ al capital y a la derecha. Las ‘primarias’ del 14 de agosto registraron el retroceso de los progresistas ‘antipartido’ -el antipartidismo fue esgrimido en la campaña de Pino Solanas como una delimitación política fundamental, con el resultado conocido. No se ha puesto suficiente énfasis en el logro del Frente de Izquierda de haber podido canalizar, con un planteo de lucha de clases, a los potenciales ‘indignados’ de Argentina -o sea ofrecer una alternativa de poder.

Esta década de lucha política se expresó también en una transición en el movimiento obrero, entre una camada de delegados y activistas sindicales independientes y una burocracia sindical en descomposición. También una generación estudiantil protagonizaba la recuperación de centros y federaciones universitarias, al igual que la juventud secundaria. Sólo después de ellos, el kirchnerismo instaló la especie del “retorno a la política”, en una tentativa de cooptación desde el Estado.

A la luz de todo lo anterior, está claro que la tentativa del “cristinismo” no tiene la capacidad para ir hasta sus últimas consecuencias, sino que apunta a armar una base propia complementaria de los Moyano, De la Sota o Curto. Es una expresión de la disolución del viejo esquema y, por sobre todo, de una lucha de camarillas por el botín del presupuesto y por la alianza con ‘capitalistas amigos’ -quienes buscan, a su vez, la sociedad con capitales ‘emergentes’ de China, Brasil, Rusia e incluso Canadá (con España en declinación). Esta es la línea de división provisional en la burguesía.

La posibilidad de que un avance del Frente de Izquierda deje planteada la convocatoria a un partido de trabajadores se inserta en una crisis y tentativas de reestructuración del conjunto del régimen político en Argentina.