Políticas

14/8/2023

El significado de Milei y el “fracaso de la democracia”

Extractos de un capítulo del libro de Gabriel Solano.

Milei.

El triunfo de Milei en las elecciones Paso, que se realizaron este domingo 13 de agosto, tuvo un enorme impacto en el escenario político. El ultraderechista, que levanta un programa de destrucción de los derechos laborales, devaluación monetaria y de ajuste de la educación y la salud, canalizó a través del voto el hartazgo de buena parte de la clase trabajadora.

Milei fue quien mejor explotó el fracaso en toda la línea de las principales fuerzas del establishment, el PJ-kirchnerismo y el macrismo-radicalismo, que se alternaron en el poder durante los 40 años que transcurrieron desde la vuelta de la democracia.

A 40 años del regreso de la democracia, Argentina se encuentra en una crisis mayúscula. Hay 18 millones de pobres, 4 millones de indigentes, el 50% de los asalariados se encuentra en la informalidad, la inseguridad se ha tornado insoportable y el déficit habitacional envuelve a 15 millones de personas. El ascenso de Milei es el resultado del fracaso de la democracia capitalista, como analiza Gabriel Solano en su libro.

A continuación, reproducimos algunos pasajes del trabajo de Solano, “Por qué fracasó la democracia”. Además, les invitamos a que lo adquieran (pueden hacerlo ingresando aquí); se trata de un análisis de fondo de la democracia argentina como régimen de dominación de la clase capitalista, y de la política que han desenvuelto los distintos gobiernos que se sucedieron en el poder desde 1983 a la fecha.

El significado de Milei

Desde el retorno de la democracia la derecha argentina ha tenido siempre cierta gravitación en la vida política nacional. La Unión de Centro Democrático (UceDé), que tenía como fundador y principal referente a Álvaro Alsogaray, un exfuncionario de las dictaduras de Aramburu y Onganía, realizó elecciones significativas en los 80, logrando un bloque parlamentario en el Congreso Nacional. Las candidaturas presidenciales de Domingo Cavallo y Ricardo López Murphy, ambas con una impronta liberal-conservadora, lograron en 1999 y en 2003 el 10% y el 16% de los votos respectivamente. Junto con ellos se pueden destacar las consagraciones como gobernador de Tucumán del genocida Antonio Bussi y como intendente de San Miguel del carapintada Aldo Rico. A su vez, varios partidos provinciales de orientación marcadamente derechista, con tradición en sus provincias, son los actuales aliados de Javier Milei. Son los casos, por ejemplo, del Partido Demócrata de Mendoza y de Fuerza Republicana de Tucumán, el histórico partido de Bussi.

Sin embargo, es claro que la impronta fascistizante de Javier Milei representa un rasgo distintivo que merece ser analizado. Este fenómeno político es materia de un extendido debate, no solo a nivel local sino también a escala internacional. Pues la emergencia de este tipo de fuerzas ultrarreaccionarias, con rasgos fascistas, ha tenido lugar en el último período en numerosos países del mundo. El triunfo de Donald Trump en Estados Unidos en 2016, de Jair Bolsonaro en Brasil en 2018, y la asunción de Giorgia Meloni como primera ministra de Italia en 2022, dan cuenta de este fenómeno. También la emergencia de los neonazis del AfD de Alemania, de los demócratas de Suecia, de los franquistas de Vox en España o Marine Le Pen en Francia. Cada uno de estos personajes y partidos, con sus importantes diferencias y matices, son expresión del crecimiento objetivo de fuerzas políticas ultrarreaccionarias de corte fascistoide. Sin embargo, es evidente que, hasta el momento, allí donde estos líderes se hicieron del mando de sus respectivos países, no se han instaurado regímenes fascistas. El fascismo tiene lugar cuando la burguesía ya no tolera medidas a medias y busca una salida a su propia crisis librándose definitivamente de cualquier tipo de presión o resistencia de las organizaciones obreras. La misión histórica del fascismo consiste en la organización militar de las capas intermedias de la sociedad, con los medios del capital financiero y bajo la cobertura del Estado, para orientarlas a la destrucción de las organizaciones obreras, desde los partidos revolucionarios hasta los sindicatos más moderados. Pero la burguesía, por el momento, sigue apostando por los regímenes democráticos para mantener su dominación social y política, aunque cada vez le cueste más regirse por la legislación que ella misma ha redactado y acuda a golpes, maniobras palaciegas y regímenes de excepción.

En la actualidad, el crecimiento electoral de estos personajes y formaciones de tinte fascista mantiene una diferencia sustancial con el desarrollo del fascismo de las décadas del 20 y del 30 del siglo pasado. Sucede que si hace cien años atrás, en Italia o Alemania, la causa fundamental del crecimiento del fascismo residía en la amenaza latente de la revolución proletaria, actualmente la emergencia de estas formaciones busca correr hacia la derecha el conjunto del debate político. Tiene, a su vez, un origen de tipo preventivo contra la estructuración política independiente de los trabajadores a mayor escala. La ultraderecha pretende capitalizar la revulsión social que genera la incapacidad de la democracia capitalista para dar salida a las necesidades más apremiantes de las masas. Por eso Milei, para canalizar el descontento social, pretende ocultar el sentido conservador de sus planteos detrás de la etiqueta atractiva de “libertario”. El sentido histórico de este término remite al anarquismo y su programa de emancipación de toda forma de opresión social, sea tanto por el capital como por su Estado. En Milei y los distintos grupos que orbitan a su alrededor el sentido es el opuesto. Su invocación a lo “libertario” es para defender que la explotación capitalista puede hacerse “libremente”, sin ningún tipo de limitación, sea de leyes laborales que protegen parcialmente al trabajador o del pago de impuestos. La definición de libertario capitalista es un oxímoron, porque un régimen basado en la explotación del trabajo ajeno y en la propiedad privada de los medios de producción nunca puede alumbrar una sociedad libre. En la historia del siglo XX ha sido un fenómeno recurrente que las crisis del capital terminen pariendo movimientos reaccionarios, que buscaron atraer a las masas presentando banderas prestadas. Hitler, por ejemplo, llamó a su movimiento “nacionalsocialista” para confundir a los obreros que seguían a los partidos socialista y comunista. Como se ve, nuestros “libertarios capitalistas” no son tampoco originales, y su tentativa de poner en pie un movimiento de rechazo a las luchas populares, fundando el Movimiento Antipiquetero Argentino, fue claramente una tentativa de tipo fascista.

Como ya dijimos, es la incapacidad de la democracia capitalista para satisfacer las aspiraciones populares lo que está en la base del crecimiento de Milei. Pero para lograr esa capitalización Milei explota, por un lado, el fracaso de la experiencia macrista y, por el otro, el de los gobiernos kirchneristas. Al macrismo le achaca su “gradualismo” en el terreno económico y sus pactos con el peronismo en el terreno político. Es decir, le critica no haber ido a fondo en su política de ataque a las conquistas y derechos de los trabajadores y las masas. Contra el kirchnerismo explota el fracaso de la política del “Estado presente”, el que, como ya señalamos, mantuvieron como eslogan luego de 2001. Sucede que para una parte importante de la población el Estado es el responsable de una crisis de fondo. Más aún, para ese sector, el citado eslogan es la treta de una casta política enquistada en ese Estado en beneficio propio. “Estado presente” son más impuestos, más corruptela, más medidas intervencionistas que en muchos casos desorganizan más el proceso económico. El éxito de la campaña de Milei contra la llamada “casta política” recoge esa visión de una parte de la población y explota a fondo los prejuicios existentes. Para Milei la “casta” sería la gran beneficiada de la sociedad, mientras todas las clases sociales tributan a ella. El discurso maniqueo busca presentar un interés común entre los trabajadores y los capitalistas, afirmando que todos son víctimas de la “casta”. Así, los capitalistas, en vez de clase dirigente y dominante, se convertirían en una clase dominada y dirigida por una “casta” con intereses propios. Esta distorsión de la dinámica real de la sociedad capitalista está en la base del discurso de Milei.

El punto crucial es que no hay “casta” sin este sistema, que la “casta” es el resultado del sistema, está al servicio del sistema y es financiada por el sistema, como lo demuestra la condición del propio Milei, alto asesor financiero del grupo Eurnekian, lo que le permite sortear la dieta de la “casta” cada mes, transmitiendo la más elitista de las ideas, que es aquella que reserva la política a quienes tienen “haciendas para financiarse”. La llamada “casta” es inherente al capitalismo, que se distingue de regímenes de dominación previos (feudalismo y esclavismo) en el hecho de que los propietarios de los medios de producción dirigen el Estado no de un modo directo sino indirecto. El manejo cotidiano es tercerizado en la llamada “casta política”. Esto sucede tanto en las dictaduras como en las democracias. En este último caso el perfeccionamiento del Estado capitalista pega varios saltos, ya que esa “casta” aparece como la expresión general de la voluntad popular, ocultando el carácter de clase del propio Estado.

A Milei esta inversión de los términos reales del funcionamiento de la sociedad capitalista le es útil para presentar un programa profundamente reaccionario en nombre de un interés general de todas las clases sociales contra la “casta”. Ejemplos sobran. Milei plantea privatizar todo el sistema público de educación para que la “casta” no use los colegios y universidades como centros de adoctrinamiento. Plantea eliminar los impuestos al capital que sirven para financiar esos gastos del Estado en nombre de que la “casta” usa esos recursos para su propia corruptela. Grita que hay que quemar el Banco Central y sustituir el peso por el dólar, para sacarle a la “casta” el recurso de la maquinita de emisión con la que financia su propia fiesta creando una inflación voraz.

El mesianismo liberal también le es útil para justificar la eliminación de toda la legislación laboral, ya que esa imposición estatal obstruiría el crecimiento individual. Esta presentación liberal entre el Estado y la sociedad niega el proceso dialéctico concreto. Las leyes laborales, por ejemplo, son presentadas como una imposición del Estado a la sociedad cuando su origen es el contrario: fueron los trabajadores los que la impusieron al Estado por un proceso de grandes luchas, que llega hasta el día de hoy cuando los gobiernos las quieren eliminar con las flexibilidades laborales que reclaman la Unión Industrial Argentina (UIA) y el FMI. Objetivo para el cual descargan a menudo todo el peso del Estado para arbitrar en contra del “libertario” derecho de huelga. Otro tanto sucede con la salud, la educación, las jubilaciones, etc. Esto tiene que ver con el lugar específico y hasta cierto punto contradictorio del Estado. Este es por sobre todas las cosas el instrumento de opresión de la clase dominante. Pero, en tanto lo hace en nombre de un interés general, expresa en algunos aspectos conquistas que la población laboriosa logró arrancar con sus luchas.

El discurso reaccionario de Milei ha pegado varios saltos, aludiendo a cuestiones raciales de modo directo, emparentándose con los supremacistas blancos de los Estados Unidos. En ese punto hay que resaltar que Milei destaca su apoyo a Trump y ha recibido apoyos directos de los fascistas del grupo Vox de España. Otro dirigente a quien destaca Milei es Bolsonaro, y ha querido emular del brasileño su apoyo en las fuerzas armadas. Para ello ha buscado seducir a la “familia militar” colocando como su segunda en la lista a Victoria Villarruel, una defensora de los genocidas. Las fuerzas armadas de la Argentina tienen un papel de menor importancia que las brasileñas, que controlan resortes importantes de la economía. Esa desigualdad explica los pronunciamientos cada vez más intensos por la vuelta al servicio militar para los jóvenes o por la necesidad de un rearme para que exista un ejército fuerte.

Como se ve, el “antiestatismo” de Milei se detiene justo cuando se llega al núcleo de la naturaleza del Estado capitalista. Porque, en última instancia, el Estado burgués, despojado de los maquillajes y de toda la cosmetología que lo rodea, no es más que un aparato administrativo, judicial y, por sobre todo, represivo al servicio de la perpetuación de la propiedad privada de los grandes medios de producción. Algo a lo que los “libertarios” capitalistas, obviamente, no están dispuestos a renunciar.

La izquierda debe ponerse a la cabeza de la denuncia del contenido fascistizante de los llamados “libertarios”. Lo hizo el Partido Obrero en la campaña electoral de 2021. Incluso, debe apelar al frente único de las organizaciones obreras en tanto los ensayos que impulsan los Milei pasan a tener cierto andamiaje en la realidad. Pero no puede abandonar la lucha contra el nacionalismo en el poder. No puede quedarse pegada a él cuando crece el repudio de la población a esta nueva experiencia fallida. La izquierda no debe ser el furgón de cola del kirchnerismo ni pretender radicalizar su discurso y sus medidas. Por el contrario, debe ser la que denuncie la tentativa capitalista que utiliza los recursos del Estado para asegurar la explotación de los trabajadores e incrementar la tasa de beneficio del capital.

Si la izquierda no desarrolla esta crítica al kirchnerismo no podrá desarrollar una lucha eficaz contra Milei y el movimiento reaccionario que este impulsa. La afirmación de que solo la izquierda expresa una rebeldía contra el sistema debe corroborarse en la práctica, sea por la propaganda política como por su participación en la acción directa de los trabajadores que luchan contra el ajuste. Se trata de evitar que la derecha fascistizante explote el descrédito del régimen para imponer una salida reaccionaria. Para eso hay que oponerle una alternativa política propia convocando a los sectores populares a elaborar un balance de fondo del agotamiento del nacionalismo burgués y a desarrollar un nuevo movimiento popular sobre banderas socialistas y de izquierda.

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