La traición de Carlos Menem
El Tigre de los Llanos se quedó de a pie
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Como una evidencia del protagonismo de Menem en la crisis militar, los dirigentes justicialistas afirman que estuvo permanentemente presente en el “comando operativo” del partido. Como muestra de movilización política, esta conducta sólo puede parecer notable si se la compara con el hecho de que Alfonsín prefirió mantenerse durante unos días a 10.000 kilómetros de distancia, para luego refugiarse en su propio “comando” de la Casa Rosada. Ni uno ni otro hicieron absolutamente nada por movilizar al pueblo, y con más exactitud debe decirse que se esforzaron para que ello no ocurriera. A partir de esto, resulta claro que coincidían en que la salida a la crisis debía lograrse “sin vencedores ni vencidos”, es decir mediante un arreglo.
La conducta de Menem es una prueba de que de caudillo montonero sólo tiene las patillas. Los bravos líderes del pasado encarnaban al igual que Menem o Alfonsín los intereses de determinadas fracciones dé los explotadores, pero sabían subirse al caballo y ponerse a la cabeza del gauchaje en los momentos cruciales. Menem no se montó a un potro ni a un “menemóvil” en esta oportunidad, simplemente porque le teme como a la peste a la movilización obrera y porque representaba en la crisis la posición del clero reaccionario.
La caracterización que hizo Menem de la crisis se asemeja como dos gotas de agua a la de Alsogaray, Primatesta o incluso Seineldín. Atribuyó el levantamiento a “la inexistencia de una política militar en el gobierno radical” y hasta “a una permanente confrontación con las fuerzas armadas… que impiden e impedirán en el futuro mantener en tranquilidad y paz al país” (Clarín, 6/12).
¿Es posible que un político diga tantas macanas juntas? Lejos de carecer de política militar, los radicales son los únicos que tuvieron una. No debe olvidarse que, con la mediación del Papa, firmaron el acuerdo del Beagle, reclamado por el imperialismo norteamericano y apoyado fervorosamente por Carlos Saúl Menem — en aquella época un recién convertido al alfonsinismo. Alfonsín impuso este acuerdo con Pinochet contra la oposición (puramente verbal) de los Rico y de los Seineldín, con lo cual abrió camino a “una política militar” de alianza al Pentágono norteamericano. Como sabían que los yanquis estaban detrás del acuerdo con Chile, los “carapintadas” no tomaron ningún regimiento contra lo que caracterizaban, sin embargo, como una mutilación del territorio nacional.
A través de sus negociaciones secretas con la Thatcher, el pago de la deuda externa y el asunto Beagle, los radicales lograron que el ejército argentino volviera a reequiparse en Estados Unidos. Los yanquis han excluido a Argentina de las sanciones previstas en la llamada enmienda Humprey-Kennedy, que prohibía la asistencia militar norteamericana. Hace pocas semanas las fuerzas armadas participaron en un operativo conjunto interfuerzas con Estados Unidos, el primero de estas características luego de Malvinas. Tampoco aquí los “mesiánicos” resistieron con las armas. Mucho antes todavía, el ejército nacional tuvo el “honor” de hacer de anfitrión de la Conferencia de Ejércitos Americanos, en la cual se ratificaron los principios de la “lucha anti-subversiva”. Los hombres de Raúl Alfonsín y los hombres de Carlos Menem han aprobado una ley de defensa que ratifica el tratado de Río de Janeiro, de 1947, que integra a las fuerzas armadas argentinas con las norteamericanas en la “defensa contra un enemigo extracontinental”.
¿Puede llamarse a esto “falta de una política militar”? ¿No es todo esto, al revés, una muestra clara de la “política militar” profundamente reaccionaria del alfonsino-menemismo o del radical-peronismo?
Menem pareciera no percibir que es como consecuencia de esta “política militar”, entre otras cosas, que el imperialismo mundial ha apoyado invariablemente a Alfonsín y a la “democracia” en todas las crisis militares. Menem percibe menos aún que gracias a esta “política militar”, entre otras cosas, el alto mando militar siempre se mantuvo “fiel a las Instituciones” en todos los conatos y sublevaciones. En definitiva, la política de amnistía del gobierno radical mal puede ser definida como una política de “confrontación”. Alfonsín llevó adelante la única política posible para los intereses del Estado burgués en las condiciones de crisis política subsiguiente al hundimiento del régimen militar; por eso llegó a presidente con el apoyo de toda la “comunidad Internacional” y por eso gobernó hasta con el apoyo del mismísimo Carlos Saúl Menem.
Si los radicales carecen de “política militar”, ¿cuál es la de Menem? En declaraciones que efectuara en estos días, dijo que había que reubicar a Campo de Mayo en otras regiones del país, un planteo que suscriben muchos de los que temen la movilización popular a los cuarteles. Era precisamente lo que tenía “in mente” Alfonsín cuando propuso trasladar la capital a Viedma.
Pero por sobre todas las cosas, la “política militar” de Menem es la “ley de pacificación nacional” que cierre por completo el juicio a los militares. Con este planteo se conquistó el apoyo del clero y lo esgrimió ante el Vaticano, a quien prometió convertir a Argentina en “baluarte de la cristiandad”. Fuera de esto Menem sigue al pie de la letra la política de Alfonsín, que no es otra que la del Pentágono norteamericano.
Las críticas de Menem traducen la convicción de toda la burguesía y del gobierno mismo, de que la etapa “de la Conadep”, los “procesos judiciales” y la verborragia antimilitarista hace rato que está agotada. La ofensiva que el capitalismo necesita desatar sobre las masas para buscar una salida al empantanamiento económico, exige de aquí en más soldar a los aparatos represivos del Estado y mandar al archivo la “revisión” de las “responsabilidades” de la “lucha antisubversiva”. Conjuntamente con esto, la “pacificación nacional” prevé la instauración del “arbitraje obligatorio” contra las luchas sindicales y la implementación de las conclusiones del “congreso pedagógico” clerical.
En definitiva, Menem se quedó “mosqueta” durante toda la crisis para permitir que ésta fuera resuelta como se resolvió: como un acuerdo de las fracciones militares en pugna para imponer unificadamente la política de la “pacificación nacional”. Si Alfonsín llegó a la Presidencia pactando con los yanquis la “posguerra” después de Malvinas, Menem pavimenta su camino a la Rosada pactando con el clero y el conjunto de la reacción política la “pacificación nacional” contra las libertades democráticas.