Políticas

22/11/2023

El triunfo de Milei y las tareas de los revolucionarios

Javier Milei.

El ascenso de la ultraderecha al poder, con el triunfo de Javier Milei en el balotaje,  representa un fenómeno político novedoso para la democracia argentina. Es que si bien es cierto que la derecha ha tenido siempre cierta gravitación en la vida política nacional, nunca una fórmula presidencial ultraderechista había logrado hacerse del poder. Cuando Mauricio Macri fue electo presidente en 2015 -alterando el hecho de que la derecha argentina sólo llegaba al poder por medio de golpes militares- lo hizo disimulando su carácter reaccionario. Pues realizó gran parte de su campaña con una fuerte carga demagógica. Postuló la eliminación del impuesto a las ganancias para los asalariados, la reducción de la pobreza (“pobreza cero”) y el aumento del salario de los docentes. La campaña de Javier Milei, en cambio, ha tenido una  marcada orientación reaccionaria, aunque haya moderado parte de su discurso hacia el final de la campaña.

El triunfo de Milei parecería haber llegado para saldar cuentas políticas y simbólicas con la rebelión popular de diciembre de 2001. Es que si el Argentinazo representó una crítica por izquierda al fracaso de los 18 años de gobiernos radicales y peronistas, Milei significó una crítica por derecha a los 20 años de fracasos de gobiernos kirchneristas y macristas. Si el Argentinazo representó una explosión social contra el menemato, Milei se erigió como presidente reivindicando a Carlos Menem y Domingo Cavallo. El ex ministro de Economía, que salió eyectado del gobierno de De la Rúa bajo la presión de la rebelión popular, volvía a la escena siendo reivindicado por el candidato triunfante del balotaje argentino. Si el Argentinazo representó la acción directa de las masas contra un régimen de hambre y saqueo -donde el famoso cántico “piquete y cacerola la lucha es una sola” sintetizaba la unidad de las capas medias de la sociedad con los sectores más golpeados de la clase obrera-; Milei explotó el rechazo de una parte de la “clase media” a la lucha de los sectores más empobrecidos de la clase trabajadora nucleados en las organizaciones piqueteras. Si la rebelión popular de 2001 tuvo como detonante la declaración de De la Rúa del estado de sitio, que traía a la escena el fantasma del terror dictatorial, y forzó a que los Kirchner se reconvirtieran en los “hijos de las Madres de Plaza de Mayo” a pesar de haber apoyado los indultos menemistas en los 90; Milei y Villarruel realizaron su campaña electoral reivindicando a los genocidas de la última dictadura militar. Si la rebelión popular instaló en el inconsciente popular la importancia de las respuestas colectivas, dando lugar a las asambleas populares, a las ocupaciones de fábricas vaciadas por su patrones y a la gestión obrera; Milei fue la expresión cabal de la “libertad” individual. Y el mismo cántico que le imprimió su sello a las jornadas de diciembre de 2001 -“que se vayan todos, que no quede ni uno solo”-  ahora era usurpado por los seguidores del libertario fachistoide para festejar su triunfo electoral.

Sin embargo, los grandes protagonistas del Argentinazo -las masas obreras y populares sublevadas contra un gobierno de la democracia capitalista- de ningún modo han sido derrotados. Esa confrontación está por delante y el resultado de ese capítulo está abierto.

Pero la ironía de la historia, que dio lugar a que un ultraderechista gane las elecciones argentinas, necesita ser explicada: “no fue magia”. Durante 20 años, las coaliciones políticas que surgieron para encarrilar la rebelión popular de 2001, bregaron por la reconstrucción del régimen político y la autoridad del Estado. Así, metódicamente, pavimentaron el camino al desarrollo de la ultraderecha. El crecimiento de la pobreza y la indigencia, la consolidación de un extendido cuadro de informalidad laboral, el desguace del sistema educativo y sanitario y una inflación crónica que superó los tres dígitos, fue el terreno donde fermentaron los planteos ultraderechistas. El kirchnerismo guardó, sin lugar a dudas, una responsabilidad primordial en el crecimiento de los Milei. También las distintas fuerzas de la izquierda nacionalista y democratizante, que a lo largo de las últimas dos décadas fueron progresivamente integrándose a los gobiernos peronistas. Los Kirchner, por ejemplo, le sirvieron en bandeja a la derecha el discurso del “curro de los derechos humanos” cuando involucraron a las Madres de Plaza de Mayo -una organización emblema de la lucha contra el terrorismo de Estado en la Argentina- en los negociados inmobiliarios de Sueños Compartidos. Cuando el “Estado presente” de los Fernández y Massa lejos de reducir la pobreza la incrementó y triplicó el índice inflacionario que dejó el macrismo, colaboró significativamente con el crecimiento del discurso liberal antiestatista y los planteos de dolarización de Milei. El fracaso del macrismo en el gobierno fue un aporte sustantivo al rechazo del “gradualismo” como salida a la crisis económica del país. Así, tomó fuerza el discurso de Milei de la necesidad de avanzar con un “plan motosierra”, es decir, con un ajuste draconiano.

Unos y otros, macristas y kirchneristas, con el objetivo de golpear a las organizaciones piqueteras independientes que se colocaron a la vanguardia de la lucha contra los ajustes fondomonetaristas, se encargaron implacablemente de vilipendiar y estigmatizar como “planeros” que “no quieren trabajar” a aquellos que reclaman trabajo genuino -es decir formal, bajo convenio y bien remunerado. Apoyándose en ese relato, el dirigente libertario Ramiro Marra, anunció la creación de un Movimiento Anti Piquetero, inaugurando los anuncios de corte fascista. Veinte años ininterrumpidos de ataques y descalificaciones a las grandes luchas y huelgas docentes y obreras, por parte de los gobiernos kirchneristas y macristas, allanaron el camino para la legitimación del discurso “cárcel o bala”. La burocracia sindical, evitando cualquier tipo de intervención obrera permitió el avance imparable de la informalidad laboral y la caída del salario real durante seis años consecutivos, dando lugar a la atomización de los trabajadores y un vuelco electoral al candidato libertario. El peronismo en el poder fue incluso mucho más allá y, con el objetivo de dividir los votos de la oposición, financió la campaña de Milei, colaboró en el armado de sus listas y le cuidó los votos en las primarias abiertas. Y como si no fuera suficiente el pasto con el que las fuerza políticas tradicionales alimentaron a la bestia ultraderechista, Milei fue inflado por los grandes grupos y medios de comunicación, que se valieron de él para derechizar el debate público nacional en línea con los requerimientos de la clase capitalista nacional y extranjera.

De esta manera, la democracia capitalista y sus partidos -que fracasaron en dar salida a las aspiraciones populares más elementales-  se anotaron una victoria: cambiaron las coordenadas políticas del país corriendo todo el escenario hacia la derecha. Y cuando la fuerza ultra reaccionaria surgida de sus propias entrañas ganó el ascendiente necesario para disputar la presidencia de la Nación, los creadores de la criatura salieron al grito: “¡La democracia está en peligro!”. Milei, visto con desconfianza por la burguesía, cobró confiabilidad con las incorporaciones de Macri y Bullrich a su armado político. Y el peronismo, bueno en reflejos y hábil en la formulación de chantajes al electorado, instaló la disyuntiva: “democracia o fascismo”. Pero ya era demasiado tarde, el peronismo perdía en 21 de las 24 provincias argentinas y quedaba 11,4 puntos porcentuales debajo de Javier Milei en el balotaje del 19 de noviembre.

Nueva etapa

Se ha abierto una nueva etapa política en la Argentina. La “salida” ultraderechista, de ajustes y privatizaciones, se topará con las condiciones concretas que le impone la bancarrota capitalista: un Banco Central con reservas negativas, un país sin acceso al mercado de créditos, una inflación del 140% anual y una devaluación en puerta que amenaza en transformar la inflación en hiper. Los coletazos de la crisis económica serán sufridos por un pueblo azotado por un 40% de pobreza y seis años consecutivos de caída del salario real. Se abre, sin lugar a dudas, una etapa de grandes choques entre las clases y conflictos sociales. Es en ese terreno donde se pondrán en juego las libertades democráticas que el gobierno de Milei-Villarruel viene a cuestionar. La visión derrotista y desmoralizada, que equipara la derrota del gobierno peronista con la derrota de la clase obrera, es veneno para los trabajadores. Los presidentes derechistas de América Latina, que han mantenido políticas represivas muchísimo más brutales de lo que han sido las prácticas de todos los gobiernos de la democracia argentina, se han topado con grandes rebeliones populares que han herido de muerte a sus gobiernos: Piñera en Chile, Lenin Moreno en Ecuador, Iván Duque en Colombia e incluso la golpista Yanine Añez en Bolivia.

En lo inmediato, la izquierda debe ser la principal impulsora del frente único de lucha de los trabajadores, por las demandas urgentes e inmediatas y en defensa de todas las libertades democráticas. Así como el ascenso de Milei expresa, hasta cierto punto, una negación del Argentinazo, la grieta abierta al interior del movimiento de masas, en forma contemporánea a la rebelión de 2001, representa su afirmación. Nos referimos al movimiento piquetero independiente, que le disputa la organización de los barrios al peronismo; a los sindicatos y juntas internas recuperadas, que con su lucha muestran un contraste con el accionar entreguista de las burocracias sindicales; los centros de estudiantes independientes, que enfrentan la debacle educativa; o el movimiento de mujeres que rechaza la cooptación estatal. Estas conquistas serán un punto de apoyo fundamental en la pelea por la construcción de un frente único de lucha contra el gobierno reaccionario y las patronales.

En simultáneo, la izquierda deberá dar una fuerte batalla de clarificación política. Es necesario que el pueblo en general y la vanguardia obrera y juvenil en particular detecten a los responsables directos del ascenso de la ultraderecha en la Argentina. El voto a Massa, de una parte de la izquierda, fue un golpe a la perspectiva obrera independiente. Contra la adaptación de la izquierda al peronismo debemos defender la independencia política de los trabajadores y la construcción de su propia herramienta política.

El capitalismo en descomposición, que sólo ofrece a escala mundial guerras imperialistas y coloniales, genocidios, hambrunas y depredación ambiental, crea a sus propios sepultureros. Las perspectivas de la lucha por el socialismo están más altas que nunca.

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