Políticas

29/8/1991|339

Epidemia de sarampión: Un crimen social anunciado

El sarampión ya cobró la vida de más de veinticinco pibes, todos menores de diez años, todos sin vacunar y con las “defensas bajas" por la desnutrición.

En todo el país se han registrado más de 5.000 casos, concentrados fundamentalmente en Buenos Aires y Santiago del Estero. “El brote epidémico — pronosticó el ministro de salud bonaerense Ginés González García— se va a extender a todo el país... durante unos dos meses más” (Río Negro, 20/8). Sólo en Santiago del Estero, una provincia poco poblada, se han producido casi 2.000 casos y “la situación puede empeorar si durante la semana no llegan nuevas partidas de vacunas (porque las existentes ya se han acabado)” (Clarín, 20/8).

Cinismo

Mientras los pibes mueren, la epidemia se extiende y las familias se desesperan, el presidente y sus “comunicadores sociales” celebran la euforia bursátil y las superganancias de un puñado de especuladores. Cuando la epidemia había afectado ya a más de 3.200 pibes y matado a ocho, la secretaria de Salud, Elsa Moreno, declaró —en presencia del ministro Porto, y sin ser desmentida por éste— que "el brote no es preocupante” (Río Negro, 16/8).

La epidemia del sarampión “no es preocupante" para los inversionistas pero sí lo es para los médicos del Hospital de Niños — que acaban de denunciar el vaciamiento del hospital (falta de recursos, reducción del número de camas)— o para los sanitaristas que denunciaron que “si durante el verano pasado se hubiese implementado una campaña preventiva no hubiera existido este brote” (Río Negro, 19/8).

La verdadera peste

“En algunas provincias se han agotado ayer las últimas reservas de vacunas” (Clarín, 20/8). No hubo vacunación preventiva —como denunciaron los médicos— y aún así, las dosis se acabaron casi inmediatamente.

En octubre del año pasado, Prensa Obrera (n° 315, 11/10) reprodujo la denuncia de un grupo de médicos, que alertaba sobre las consecuencias catastróficas de la política menemista. “La Organización Panamericana de la Salud —denunciaban— no entregaría más vacunas (a la Argentina) y muchas de estas dosis serían inexistentes antes de 1991. El motivo —explicaban— es que el gobierno argentino no le ha pagado a ese organismo las vacunas recibidas en los últimos dos años. Esto ha llevado a los sanitaristas a pronosticar un rebrote del sarampión, agravado por la falta de vacunas”.

Los pibes se están muriendo por una deuda impaga de apenas 400.000 dólares mientras que Menem y Cavallo —con el beneplácito de los Angeloz, Alfonsín y hasta el centroizquierda— se han comprometido ante el FMI, en la última “carta de intención", a pagar más de 4.900 millones de dólares a los usureros externos antes de abril de 1992.

Descomposición

La muerte de decenas de pibes a causa del sarampión es un retrato de la degradación social de las grandes masas. “Todos los funcionarlos consultados —revela Página 12, 21/8— recordaron que el sarampión es, en general, ‘una enfermedad benigna’. La muerte sobreviene cuando las condiciones de pobreza y desnutrición acompañan a la infección”.

Lo que está matando a los pibes es el hambre... no el sarampión. Un reciente estudio de la ONU realizado en el Gran Buenos Aires reveló que “hay por lo menos 700.000 niños menores de doce años en un millón ochocientos mil hogares del conurbano bonaerense que no alcanzan a cubrir niveles de supervivencia” (Clarín, 26/8). En estas condiciones, el verdadero “milagro argentino” —para usar la ex- presión favorita de Duhalde— es que aún no hayan muerto más pibes infectados... algo que se debe, no a la "preocupación" oficial sino al enorme trabajo que realizan los médicos, los docentes y los propios padres.

“Un hecho absolutamente inusual de la presente epidemia —reveló el ministro de Salud santafesino, Juan Carlos David— es que afectó en un 30 a 40% a niños menores al año, e incluso a bebés de días” (Río Negro, 16/ 8). Sin percibirlo, el funcionario menemista reveló una amplitud insospechada de la catástrofe. Es que los niños no son vacunados hasta el año de vida precisamente porque hasta esa edad deberían contar con las defensas y anticuerpos que les transmiten las madres durante el embarazo y la lactancia. Los niños muertos —“todos desnutridos” según el funcionario santafesino— son las víctimas de una generación de madres desnutridas.

En 1988, el Centro de Estudios sobre la Nutrición alertaba que la mitad de los niños argentinos sufren de anemia (Clarín, 3/7/89), una enfermedad típica de la miseria que, pasado un cierto tiempo, se vuelve irreversible y se transmite a la descendencia. La epidemia denuncia a todo el régimen social capitalista que ha pauperizado a la inmensa mayoría de la población argentina.

El brote de sarampión revela, una vez más, que las enfermedades infecciosas (como la tuberculosis, la diarrea, la hepatitis o la cianosis) son la primera causa de mortalidad infantil. Todas estas enfermedades, perfectamente controlables y erradicables mediante la vacunación y la prevención, son potenciadas por el colapso sanitario (destrucción del hospital público y de las obras sociales, carencia de cloacas, agua potable y servicios públicos, hacinamiento, desnutrición) que produce a cada paso la “modernización” capitalista.

La masacre de la niñez —un fenómeno de dimensiones planetarias— es el retrato de la putrefacción del capitalismo y de los regímenes políticos que lo defienden.