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El incremento abismal de la desocupación le ha cortado la inspiración intelectual a todos los “especialistas” de turno. La razón para ello es muy clara: el desempleo masivo toca la contradicción insuperable del capitalismo —su necesidad de incrementar constantemente la explotación de los trabajadores, lo cual requiere un ejército creciente de desocupados que presione sobre los obreros en actividad; y su tendencia a la sobreproducción de mercancías (y en definitiva de capitales), que no encuentran posibilidad de ser adquiridas por los consumidores finales. La desocupación en masa configura un estadio típicamente final del capitalismo, cuando éste debe finalmente reconocer que no está en condiciones de alimentar a sus esclavos y de reproducir, mediante la esclavización del trabajo, su propio sistema de explotación y de esclavitud. Los “especialistas” de turno sólo pueden analizar el desempleo como un fenómeno cíclico, es decir, episódico o pasajero, pero son impotentes cuando se encuentran ante la desocupación masiva, creciente, “estructural”, que tiene un alcance no sólo nacional, sino internacional.
En todos los regímenes de explotación, la incapacidad de los explotadores para alimentar a sus explotados, y por lo tanto para garantizarle el derecho al trabajo, ha abierto un período de revolución social. Después de todo, la “lealtad” del esclavo hacia el esclavista tiene el límite natural de su propia sobrevivencia. Nadie ha reparado en esta constante histórica, y todavía menos la “izquierda”. Para los partidos tipo “Foro de San Pablo”, la desocupación en masa personificaría, no la tendencia a la disolución del capitalismo, sino a la desaparición de la clase obrera. A partir de aquí se imaginan un régimen capitalista compuesto de “excluidos”, como si la convivencia entre el primero y los segundos pudiera adoptar otra forma que la constante rebelión social. El desempleo generalizado pudo representar una amenaza secundaria para los países capitalistas mientras se mantuvo confinado a algunos países atrasados, y aun en ellos con carácter pasajero. Ahora que es internacional y permanente, la situación ha cambiado por completo.
Entre octubre del año pasado y mayo del ’93, el desempleo masivo creció un 50% —de un millón doscientos mil a dos millones y medio de personas. ¡Lo que la estadística llama “sub-ocupados” representa a personas que sólo trabajaron una hora por semana! Considerando a las familias involucradas, más de siete millones de personas están afectadas por la desocupación en masa. Los banqueros pueden estar contentos porque sus beneficios no hacen más que crecer, pero la burguesía como conjunto no piensa lo mismo, porque sabe que está amenazado su régimen social. “Esta tendencia positiva, dice un ‘especialista’ de la Harvard International Review (la crema del ‘establishment’ imperialista), con referencia al ‘plan Cavallo’, no va a durar si no es acompañada por una sensible reducción en la pobreza y un clima social pacífico. Argentina se encuentra en una coyuntura crítica” (Verano de 1993). Esto fue dicho antes de conocerse la magnitud de la desocupación.
Los dos millones y medio de desocupados constituyen, por otro lado, sólo el comienzo de la historia. El incremento del 50% en la desocupación se ha producido en un período considerado de reactivación, pero ahora se espera la recesión para el último trimestre del año. Sea ésta u otra la manifestación que tendrá la crisis, la tasa de desempleo llegará pronto a superar al 30% de la población activa. Aceros Paraná y Propulsora están preparando despidos masivos para antes de fin de año, aun cuando su producción ha aumentado como consecuencia de un cierto “recalentamiento” internacional y de las medidas de protección que el pulpo arrancó al gobierno.
El desempleo masivo plantea más que nunca la vigencia de una estrategia anticapitalista y revolucionaria. Los trabajadores desocupados y sus familias tienen que ser organizados para reclamar por el “derecho al trabajo”, por medio de movilizaciones políticas masivas. La sobrevivencia de grandes sectores del pueblo es una responsabilidad social, y si el Estado capitalista presente no es capaz de asegurar esa sobrevivencia debe ser sustituido por un Estado de trabajadores.
La desocupación masiva pone al desnudo la gigantesca sangría representada por el pago de la deuda externa y el remate de las empresas del Estado. El 15% de la producción nacional es sacrificado al pago de los intereses a los usureros nacionales e internacionales. Este saqueo económico es disimulado por el ingreso de capitales a corto plazo y el contrato de nueva deuda externa, que compromete la producción nacional en una proporción aún mayor. Junto con la estructura capitalista, la desocupación generalizada desnuda la carga insoportable que representa la condición colonial del país y el “plan Cavallo”.
La tasa de desocupación sufrirá, económica y estadísticamente, flujos y reflujos, aunque con tendencia para arriba. Determinadas ramas pueden atraer nuevamente a los obreros a la producción, y lo mismo pueden producir ciertas coyunturas. Este fenómeno cíclico habrá de agravar el impacto social y político de la desocupación, al provocar cíclicamente nuevos despidos masivos. Los trabajadores deben comprender el carácter general del fenómeno de la desocupación y prepararse para enfrentarlo mediante una lucha revolucionaria organizada. Para el pueblo hambriento la producción no sobra sino que falta; por eso sólo la clase obrera podrá establecer, desde el poder del Estado, un plan político, económico y social que elimine los flagelos de la desocupación y la pobreza crónicas.