EXCLUSIVO DE INTERNET | "La infalibilidad del Papa en entredicho"

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El escándalo generado por el perdón de Benedicto XVI a cuatro obispos lefebvristas, uno de ellos orgullosamente nazi, no cede aunque Ratzinger haya hecho las paces con los presidentes de las mayores organizaciones judías de Estados Unidos (La Nación, 13/2). Hacia adentro de la Iglesia católica hay "malestar, inquietud y desorientación". 60 teólogos alemanes y otros tantos franceses, sublevados. Masivas renuncias (apostasías) de fieles alemanes, holandeses y austríacos. La primera rebelión en siglos de la Iglesia austríaca "habitualmente sumisa y obediente a Roma". "Grietas" en la jerarquía vaticana, donde la oficina de prensa informa que nadie le avisó del perdón, lo mismo que el cardenal Walter Kasper, encargado del diálogo con los judíos.
"Se ha puesto la infalibilidad papal en entredicho dentro de la propia Iglesia" (El País, 15/2) y abierto un debate urbi et orbi acerca de quién gobierna realmente en el Vaticano, hacia dónde se dirige Ratzinger, si está capacitado "para gobernar la Iglesia del multicultural, obamista y tecnológico siglo XXI este octogenario alemán que de joven vistió la casaca nazi, este rígido ex prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe", nombre nuevo de la vieja Inquisición (El País, 15/2). Acaso, lamentan, ¿pretende retroceder del Concilio Vaticano II?
La mayoría responde que para Ratzinger, como para los lefevristas, "el desorden social" es hijo de la democracia liberal, de la Revolución Francesa, del abandono de un principio básico: que la única legalidad proviene de dios y por lo tanto de su intérprete, la Santa Iglesia. Es lo que pregona Ratzinger en su encíclica Spe salvi (2007): "Un mundo que administra la justicia por sí solo es un mundo sin esperanza". Para desestabilizar a los gobiernos que no respetan el "derecho natural" -como el del español de Rodríguez Zapatero, que autorizó el matrimonio entre personas del mismo sexo y se apresta a ampliar la ley sobre el aborto-, el Papa exige una férrea intervención política de los fieles, y no sólo ha expuesto "por primera vez a la primera línea del Vaticano" sino que mandó a la calle a las organizaciones de laicos. En Italia, donde está aliado a Berlusconi, el centroizquierda denuncia el intento de "instaurar una dictadura clerical" y miles de italianos repudian activamente la intromisión de la Iglesia contra las libertades públicas (Crítica, 15/2).
Lo que no se entiende es la sorpresa: el especialista John Allen escribió en 2005 en su libro "El ascenso de Benedicto XVI" que España iba a ser para el nuevo Papa, "en el terreno cultural, lo que en un sentido militar fue en los años treinta: el escenario de una guerra de ensayo, en la que las fuerzas de los dos grandes bloques probarían sus nuevas armas". Se refería al franquismo, como ensayo general del fascismo. Como se ve, de teología poco.
El castigado teólogo Hans Kung ha formulado un programa de salvataje de la Iglesia -"Si el Papa fuera Obama"-, que reproducen, como un indicador de la magnitud de la crisis, la mayoría de los diarios europeos, The New York Times y La Nación (15/2). Kung, que le ha pedido a Ratzinger que dimita y dice que la gente lo ve "como otro George Bush", propone un regreso fulminante al Concilio Vaticano II. Y, como descarta que Ratzinger lo encare, llama al episcopado a que "aborde enérgicamente los problemas manifiestos de la Iglesia", a que los teólogos "no teman hablar y escribir la verdad"; a que los pastores "asuman valientemente su responsabilidad" y, finalmente, hasta que las mujeres "confiadamente hagan uso de las posibilidades de su influencia". Propone, dentro de la Iglesia, un gobierno paralelo al del Infalible.
¿Qué encierra esta cerrada defensa del Concilio Vaticano II, presentado como el non plus ultra de la "democratización" de la Iglesia entre 1962 y 1965? El Concilio, efectivamente, actualizó el arsenal ideológico de la Iglesia para permitirle ser el caballo de Troya y la cobertura de la penetración imperialista en los ex ‘Estados socialistas', algo impensable mientras se negara a cualquier diálogo con ellos. La llamada "Ostpolitik de la Santa Sede", desarrollada durante los papados de Juan XXIII y Pablo VI, permitió que más tarde la Curia fuera el instrumento más acabado para la restauración capitalista, cuando la Iglesia cerró filas con la burocracia stalinista reciclada, contra las masas que se levantaban contra ésta (ver Prensa Obrera Nº 573, 5/2/98).
Bajo la "puesta al día" del Concilio II, la Iglesia ajustó cuentas con los teólogos de la liberación, apoyó a las dictaduras latinoamericanas y colaboró con ellas en la eliminación física de sus disidentes (los curas palotinos, Angelelli), impartió directivas para ocultar miles de casos de paidofilia, promovió económica e institucionalmente los movimientos laicos que hoy son fuerza de choque del papado en Italia y España y también en Córdoba y en Mendoza. No habían pasado cinco años del Concilio "de la transparencia" cuando estallaron los crímenes y estafas perpetrados por la cúpula vaticana asociada con la mafia de la Logia P2, que derivaron en la quiebra del banco Ambrosiano. El arzobispo Paul Marcinkus, "el banquero de dios", fue la mano derecha de Pablo VI, el papa del Concilio, y sostenido por Juan Pablo II. ¡Allí quiere volver el ala "progresista" de la Iglesia!
Así las cosas, Ratzinger no salió de un repollo: es un hijo legítimo del Concilio y un hijo legítimo de la restauración capitalista. Lo votó el cardenalato en consonancia con el régimen de Bush y representa una corriente política del capital, de corte fascistizante, encarnada por Berlusconi en Italia, el finado Haider en Austria, los gemelos Lech y Jaroslav Kaczyński, que gobiernan Polonia desde 2005, Aznar y el PP en España, Sarkozy en Francia. Una de las excrecencias de la extensión del capitalismo a todo el mundo. El conflicto es que los agarró la crisis mundial y ahora necesitan un papa modelo Obama.
¿Pero acaso Obama encarna una imposible "transparencia y democratización" del capitalismo? Ha decidido mantener el estado de excepción de Bush, que arrasó con las libertades públicas dentro de Estados Unidos; se niega a darle status legal a los secuestrados en Guantánamo, y mucho menos a juzgar los crímenes y torturas del gobierno de Bush; su equipo económico está integrado por los que impulsaron la especulación financiera que desató la crisis, propugna un aumento de las tropas norteamericanas en Afganistán y avaló la masacre en Gaza, más allá de que su política exterior en Medio Oriente desaliente las riesgosas aventuras del sionismo.
El "programa" de los "progresistas" de la Iglesia es, hoy como en 1965, un programa político para reducir a las masas por otros medios, para rescatar el régimen capitalista de una gravísima crisis de dominación que pone en riesgo su continuidad si la clase obrera así lo decide.