Políticas

20/1/2011|1163

Macaneos de filósofo: Feinmann y el peronismo

José Pablo Feinmann escribió un mamotreto de 700 páginas, prolífico en falsificaciones y contradicciones flagrantes, en el que las anécdotas se convierten en categorías filosóficas. No sabe si “es un ensayo. O un tratado. O un ensayo narrativo”, lo que sí se sabe es que “es un libro con pretensiones desmedidas: historiar e interpretar al peronismo. Someterlo a la reflexión severa de la filosofía política. No podemos continuar sin hacerlo”. La “reflexión severa”, sin embargo, no puede confundirse con “la enunciación verificable”, y está dirigida a gente “que quiere leer ‘cosas livianas’ los domingos después del asado o al borde la pileta, o antes o después de jugarse un partido de fútbol o la escoba de quince”. Una reflexión ‘severa’, que no debe entenderse como rigurosa. Feinmann se ha cuidado, antes de escribir, de dejar plantadas todas las coartadas. Es que su propósito no es sacar conclusiones de la experiencia peronista sino justificar al kirchnerismo -o sea que es un trabajo por encomienda. Lo quiere convertir en adalid de una épica transformadora y emancipadora “dentro de lo posible”. Semejante empresa -imposible- exige adulterar los hechos, denigrar a la clase obrera y pegarle a la izquierda clasista.

Ese “enigma”

La “reflexión severa” lo lleva a Feinmann a concluir que definir al peronismo es una tarea imposible y el “peronismo (…) un enigma”, porque “al serlo todo, no es nada”, “un significante vacío”, “una poderosa indefinición”. Este ‘enigma’ es una “obstinación nacional”, el que ha creado otra tozudez: la del antiperonismo. Lo que tenemos aquí, en resumen, es un plagio devaluado de la tesis de John William Cooke, para quien el peronismo era “el hecho maldito de la Argentina burguesa”, aunque Cooke lo escribió mucho antes del gobierno de Isabel y sin llegar a conocer a Menem. Además de copia vergonzosa, Feinmann comete una apostasía: es que cuando su ídolo llegó al gobierno, lo primero que se le ocurrió fue que había que superar al peronismo por una coalición ‘transversal’ de centro izquierda -para lo cual convocó a Cobos. Pero ojo que no es fácil atrapar al filósofo: si dentro del peronismo -dice- han convivido y conviven sectores opuestos, si han podido estar bajo el mismo paraguas Montoneros y la Triple A, o el padre Benítez (confesor de Evita e “izquierdista”) y Virgilio Filippo (también ligado a Evita y, según Feinmann, un “facho”), o el programa de Huerta Grande y La Falda y el voto a Frondizi, o Menem y Kirchner, entonces estaríamos ante una “sobreabundancia de hechos” que revelaría “la urdimbre enigmática del peronismo”. Feinmann proclama una perfecta tautología sin que le mueva una ceja, porque no puede haber conclusión más vacía que la que proclama el enigma de lo que ignora. Esto, dicho para explicar el peronismo.

La ‘obstinación argentina’ -el peronismo- no es, sin embargo, siempre tal. Cuando le conviene a Feinmann, es su contrario: por ejemplo Menem no fue peronista, ni el gobierno de la triple A del mismísimo Perón y el antiperonismo dejó de existir. O sea que el antiperonismo podría convertirse en peronismo y éste en antiperonismo… hasta que vino Kirchner (de la mano de Duhalde) ‘y mandó a parar’. La ‘obstinación’ dejó paso a la disipación, pero sigue. Feinmann omite que la declaración fundacional de Kirchner fue un intento de puentear al peronismo por una polarización de centroizquierda versus centroderecha -y que lo mismo intenta hacer ahora su esposa con los ‘pibes’ de La Cámpora. La ‘obstinación’ argentina se encuentra en estado de disolución, algo enteramente verificable, pero que Feinmann quisiera congelar como en estado de ‘obstinación’. Es precisamente así que se llega a un Pedraza, a un Insfrán o a un Aníbal Fernández, o a un Scioli o Gioja.

El asesinato de Mariano Ferreyra y la persistencia de la lucha de los tercerizados ferroviarios otorgó un sentido práctico a este desvarío: cualquier lucha contra el gobierno K -incluso si es contra una patota asesina que lucra con un sistema perverso de privatización ferroviaria- es ‘funcional’ al ‘antiperonismo’, a ‘la derecha’. Con este paraguas se da la bienvenida a Barrick Gold, o a Repsol, o al pago de la deuda usuraria de Argentina con la plata de los jubilados, porque plantarse en una oposición a la entrega sería ‘funcional’ a algún interés oscuro que nunca va más allá de Clarín (ex socio de K) -en beneficio de sus competidores del ‘triple play’. El “peronismo que molesta”, representado ahora por CFK, tiene la compañía de los gobernadores mineros, petroleros, sojeros y productores de biocombustibles.

“La clase obrera no existe”

Para Feinmann, al menos en Argentina, no tiene vigencia la sentencia que dice que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases.

El libro sostiene que durante el primer gobierno peronista se “conformó un proletariado pasivo que espera todo de la bondad de su líder”, porque “tuvieron los beneficios pero no tuvieron que luchar por ellos”. Así nació una clase obrera “heterómana” (no autónoma), porque lo que “tiene se le ha dado”; el “pueblo era feliz”. En síntesis, el peronismo “elimina el conflicto de clases. El Estado se trasforma en árbitro entre las clases. A esto se llama bonapartismo” (copiado de Trotsky, sin citar).

Todo esto es también un plagio devaluado -pues se trata de la versión deformada de una tesis de Milcíades Peña, quien caracterizó al proletariado de Argentina como “conservador y pasivo”, a diferencia del norteamericano, también conservador pero belicoso. Ni Peña ni mucho menos el filósofo entendieron que este mito quedó definitivamente destruido por el golpe del ’55. Hay un hilo de continuidad entre ese golpe y las luchas que siguieron hasta el Cordobazo. Un “pueblo feliz” no necesita una dictadura como la del ’76. El Bonaparte del ‘pueblo feliz’ fue incapaz de enfrentar a la Libertadora por el temor -como dijo- “al derramamiento de sangre”, a la guerra civil que hubiera desatado la clase obrera contra los golpistas. El filósofo está tan ‘obstinado’ con su macaneo que no se detiene en las huelgas más importantes del primer peronismo -no sólo la ferroviaria del ’51, sino la metalúrgica del ’54, ni la intervención estatal permanente en gremios fundamentales.

En 1946 hubo casi 334.000 huelguistas, al año siguiente 542 mil, mientras que en el ’43 fueron 278 mil. Esas huelgas y luchas arrancaron concesiones que luego empezaron a ser paulatinamente quitadas. Es lo que sucedió con el salario real: si tomamos 100 como índice en el ’46, en el ’47 llega a 117, en el ’48 a 138; en el ’49, empieza a descender para terminar en 1952 por debajo del ’46.

En ese proceso de lucha subió enormemente la afiliación a los sindicatos. La rebeldía obrera se expresó en asambleas, en el descabezamiento de sindicatos y en el cuestionamiento a las direcciones burocráticas. El gobierno fue concediendo, actuando como árbitro, buscando de esta manera “pacificar” al movimiento obrero y cooptar a las direcciones sindicales para proceder a una estatización de los sindicatos. El explotado ‘pasivo’ es una fantasía reaccionaria del conservadorismo ‘popular’ -una de las vertientes capitalistas del peronismo.

Feinmann transcribe, en abono de su ‘tesis’, el alegato de Evita en la película que protagoniza Ester Goris, cuando dice “que al gobierno de Perón no se le hacen huelgas”. ¡Pero era precisamente lo que los obreros hacían! Feinmann asegura, sin ambigüedades, que hablar de “la lucha del pueblo es excesivo. El pueblo peronista no era un pueblo de lucha. Los que pelearon fueron la militancia y las formaciones especiales que enfrentaron… a la Revolución Argentina que empujaba a la rebelión y la violencia por negarse a autorizar el retorno de Perón”. O sea que la ‘obstinación’ argentina con el peronismo es una resignación ‘feliz’ que no incluye a “la militancia”. Si es al revés, una ‘obstinación’ militante, entonces es elitista, porque no incluye al ‘pueblo feliz’. De modo que la ‘militancia’ que ahora reivindica el kirchnerismo sería una militancia conformista, que comulga con un ‘pueblo feliz’ conformado por un 40% que está por debajo del límite de la pobreza. Sea como fuere, Perón y la burocracia sindical colaboraron con Onganía y la clase obrera desató el Cordobazo.

Feinmann destaca al Cordobazo como una acción de la clase obrera (“el fruto maduro de una sociedad industrializada”). No tiene más remedio lo reconoce clasista- tampoco puede evitarlo- pero asigna a su lucha el objetivo del retorno del líder bondadoso. Sin embargo, se apura en señalar que “hoy el Cordobazo es imposible. Córdoba ya no es una provincia industrial. La industria automotriz se desmanteló y se fue de Córdoba y la Argentina. El neoliberalismo aniquiló el capitalismo productivo. Los obreros se quedan sin fábricas. Ya no son obreros”. Falso. Para rebatir estas afirmaciones basta entrar a la página web de Adefa (la asociación de fabricantes de autos) o tomar nota de las luchas obreras de estos últimos años.

La desaparición de la clase obrera es, en Feinmann, otra vez, un plagio. Fue la tesis en boga durante el período neo-liberal -que pretendía suprimir en la imaginación la realidad de la lucha de clases y que por eso inventó la especie de que el dinero puede hacer dinero sin pasar por la explotación de la fuerza de trabajo.

Con los K volvió el peronismo del ’55

Feinmann se propuso demostrar que un gobierno sobre el cual las masas guardan un “buen recuerdo” (el gobierno de Perón del ’46 al ’55) hoy ha vuelto de la mano de los K. Para esto, no sólo era necesario camuflar a los K, sino fundamentalmente a la historia.

Feinmann relata las “contradicciones” de Perón en sus primeros gobiernos (la reunión con Milton Eisenhower o la entrega de la exploración del petróleo a la California Oil, lo mismo que el apoyo a Frondizi y el famoso “desensillar” cuando subió Onganía), pero los señala como parte de ese “enigma que es el peronismo”, “ése todo que no es nada”. Pero las ‘contradicciones’ que relata Feinmann son una expresión de su propia superficialidad. La cuestión fundamental es que la experiencia peronista fue incapaz de emancipar al país del capital financiero ni liquidar las relaciones agrarias que obstaculizaban la formación de un capitalismo nacional desarrollado, o desarrollar la unidad política de América Latina. Fracasó en realizar tareas que le eran propias, para limitarse a arbitrar la disputa entre los imperialismos yanqui e inglés por el control del país y para someter a la clase obrera a una poderosa regimentación estatal. La clase obrera feliz no podía contar con sus propias organizaciones. Los 1° de Mayo, la burocracia de los sindicatos era abucheada por la multitud.

La experiencia del primer gobierno peronista es irrepetible -salvo como farsa. Eso lo comprobó Perón en el ’73, cuando declaró la guerra civil en sus propias filas y llevó al país a la dictadura militar.