Gualeguaychú repudia a Kirchner
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“¡Traidor! ¡Canalla! ¡Por fin se sacó la careta! (…) La bronca explotó en Gualeguaychú…”. Así comienza el enviado de Clarín (29/9) la crónica de la asamblea de Gualeguaychú que repudió la rendición de Kirchner a Botnia. Pocas horas antes, en Nueva York, Kirchner había declarado que “la planta (de Botnia) ya está ahí y no hay nada más que hacer (…) El fallo (del Tribunal de La Haya) habrá que acatarlo y se terminó”.
Los asambleístas le demostraron que no se terminó nada y que todavía tienen mucho por hacer. La asamblea votó cortar la Ruta nacional 14 (“la ruta del Mercosur”) al día siguiente y volver a cortarla el domingo 2 de octubre. Votó repudiar la campaña de Cristina Kirchner, realizar escraches y una marcha masiva a la Plaza de Mayo. Todas las medidas de lucha fueron aprobadas por unanimidad. El corte del domingo 30 fue masivo y muy combativo.
El pueblo de Gualeguaychú ha sentido en carne propia el “valor” de la palabra presidencial. Por eso está enfurecido. “La verdad les dolió (…): el gobierno los quería quietos hasta las elecciones y la línea de diálogo con Uruguay perseguía el único objetivo de demorar hasta fin de año el inicio de las operaciones de Botnia” (La Nación, 1/10).
El gobierno manipuló una reivindicación popular extremadamente sentida. Convirtió la “causa nacional” de Gualeguaychú (según las palabras del propio Kirchner el año pasado) en un cálculo electoral. Esto tiene un costo. La reacción de los asambleístas muestra que el kirchnerismo empieza a pagarlo.
La Asamblea de Gualeguaychú aprobó, además, una carta abierta a Kirchner, en la que hace dos señalamientos fundamentales.
Primero, “nuestra decisión irrevocable de exigir el traslado de la planta (…) fuera de la cuenca del río Uruguay”.
Segundo, “no estamos dispuestos a aceptar una condena injusta por parte de ningún tribunal, como así tampoco ningún arreglo que afecte nuestros intereses”.
Los asambleístas no están dispuestos a seguir a Kirchner en su rendición frente a Botnia.
Seguridades y delitos
Kirchner dijo que fue “malinterpretado”; otros, dicen que el Presidente “se fue de lengua”. Ni una cosa ni la otra. La rendición de Kirchner ante Botnia fue perfectamente planificada.
Fueron realizadas en Nueva York, luego de apoyar al imperialismo y al sionismo contra Irán en la Asamblea General de la ONU y mientras su esposa se reunía con los máximos capitostes de Wall Street para mostrarse como “garantía de los negocios”.
Las declaraciones de Kirchner tienen el mismo sentido que sus promesas del pago de la deuda al Club de París y a los acreedores que quedaron fuera de la renegociación; que las promesas de liberación de las tarifas de las privatizadas; que sus recorridos por Madrid, Nueva York y cuanta cueva de chupasangres cuadre: darles seguridad a los acreedores, explotadores y especuladores internacionales.
¿No dijo Cristina que “ganar plata no es delito”? Pues bien, Botnia viene al Cono Sur a “ganar dinero”… para lo cual contaminará el Uruguay y pudrirá sus costas. ¿No es lo mismo que hacen las mineras en Catamarca o las petroleras en Santa Cruz y Chubut?
El realismo de los asambleístas
No faltaron los “analistas serios” que le dieron la razón a Kirchner. La Nación, por ejemplo, afirma que el reclamo de relocalizar la planta es “una fantasía”. Otros, califican a los asambleístas como “utópicos” y hasta “extremistas”, y llegan a “aconsejarles” aceptar la instalación de la planta para negociar la verificación de sus condiciones de funcionamiento.
No hay peor utopía que la de los “realistas”. Según denunciaron más de una vez ambientalistas orientales, Uruguay no tiene condiciones para controlar a Botnia. Mucho menos cuando la planta funcionará en una “zona franca” donde virtualmente no rige la legislación uruguaya. Su funcionamiento se apoya en la firma de un tratado semicolonial entre Uruguay y Finlandia. La pretensión de “controlar a Botnia” es un engaño.
La oposición de los asambleístas a la instalación de la planta (y el repudio anticipado al fallo de La Haya) debe ser defendida y reivindicada.
La instalación de la planta es un acto de fuerza. Reclamarle a un pueblo que acepte la violación de sus derechos es una perfidia. Es, sobre todo, reclamarle que abandone la lucha. Que se rinda.
Funcione o no funcione Botnia, la asamblea ambientalista levanta una bandera de lucha: Fuera las papeleras, fuera Botnia, fuera los tribunales imperialistas.
La respaldamos incondicionalmente.