Segunda parte
¿Hay en Argentina una situación revolucionaria?
Sobre el congreso del MAS
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En la primera parte de esta serie de artículos, se puso en evidencia que el Mas carece de una caracterización de la situación política. Es cierto que el documento para el congreso del Mas hace una referencia reiterada a la existencia en Argentina de una “situación revolucionaria”, pero vacía a este concepto de cualquier contenido. Es así que la “situación revolucionaria” no es para el Mas la premisa política de la revolución proletaria, o la situación concreta en la que se reúnen las condiciones políticas para la lucha revolucionaria por el poder. La define, por el contrario, como un período o paréntesis “entre dos crisis revolucionarias”: la primera habría estado constituida “por la guerra de Malvinas y la caída (sic) de la dictadura”, y la segunda sobrevendrá en el futuro cuando se produzca un “derrumbe de las instituciones”. Pero una situación revolucionaria que no plantea la revolución como tarea, sino que se limita a un pronóstico sobre una crisis futura, no es una situación revolucionaria.
Otra evidencia de que el Mas carece de una caracterización de la situación política, lo constituyen las reiteradas afirmaciones públicas de sus dirigentes de que el proletariado no tiene ni tendencia ni aspiración a la lucha por su propio poder. En el Propio documentó se dice que la clase obrera está poseída de una “conciencia peronista”, la cual significa, dice, “que la clase obrera, no ve la necesidad de ejercer el gobierno ni por vía electoral ni, mucho menos, por vía revolucionaria”.
¿Se puede sostener, en estas condiciones, que existe una “situación revolucionaria”? Las contradicciones del documento son tan violentas, que luego de afirmar que la situación sería revolucionaria, dice sin pestañear que la consigna del gobierno obrero es “ultra propagandística y abstracta”. Pero si no está planteada la cuestión del poder es una tontería hablar de situación revolucionaria.
La situación revolucionaria y la crisis revolucionaría no son dos categorías diferentes, como se esfuerza por presentarlas el Mas. Una situación revolucionaria significa al mismo tiempo una desintegración de la dominación política de los explotadores y una acción revolucionaria de las masas. Las instituciones no se derrumban solas, esto porque en la sociedad y en la política no puede existir el vacío; deben ser derrumbadas por la movilización de los explotados. Ello explica que ni la guerra de Malvinas, ni el desplazamiento de la dictadura hayan producido un “derrumbe de las instituciones”, ni una “crisis revolucionaria”, precisamente porque las masas siguieron dominadas por los partidos del orden capitalista, sea el justicialismo o el radicalismo. No hubo una “caída” de la dictadura sino un recambio indoloro y “pacífico” en los marcos del Estado, burgués.
¿Qué queda de la "situación revolucionaria” cuando, de un lado, se pone a la desintegración política del Estado burgués en el pasado (Malvinas) o en el futuro en tanto se insiste del otro, que la clase obrera sigue girando alrededor de la burguesía y del peronismo?
La ambigüedad en la caracterización de la situación política es un signo inconfundible de centrismo. La ambigüedad teórica es el reflejo de una posición ambigua entre las clases, y en especial entre la vanguardia de la clase obrera, de un lado, y los agentes pequeño burgueses, burocráticos o stalinistas de la burguesía dentro del proletariado, del otro. El centrismo se caracteriza por la inestabilidad de sus posiciones políticas y se diferencia del reformismo en el uso que hace de la fraseología revolucionaria.
¿Hay una situación revolucionaria?
Está absolutamente fuera de duda que Argentina integra el pelotón de países cuyas condiciones económicas y sociales han madurado para el surgimiento de una situación revolucionaria. La producción nacional se ha estancado o incluso reducido en las últimas dos décadas; el peso de la economía nacional en la economía mundial declina sistemáticamente, el ingreso nacional ha disminuido; y el empobrecimiento de las grandes masas tiene características estructurales.
Esta brutal decadencia económica y social se refleja en el veloz agotamiento del régimen democrático. A pesar del inédito agotamiento del régimen militar como consecuencia de la derrota en Malvinas, y a pesar de la crisis y división excepcionales en las fuerzas armadas, la democracia ha fracasado para transformar democráticamente al Estado o para realizar la unión nacional dirigida por la burguesía, para romper la enorme hipoteca que el imperialismo tiene sobre el país. El régimen democrático ha capitulado, a través de todas sus instituciones, ante el militarismo en crisis, y se ha transformado en un mero instrumento político del Fondo Monetario y de los bancos acreedores.
La lucha de clases, lejos de amortiguarse, se ha acentuado al extremo, lo cual es incompatible con el régimen democrático. La prematura descomposición del régimen democrático pone en evidencia los límites insalvables que le pone a éste el capitalismo en bancarrota, desnudando con ello su raíz clasista. Todos estos elementos demuestran el alto grado de desarrollo que han alcanzado los requisitos sociales y económicos de una situación revolucionaria.
Pero los requisitos no son todavía la situación revolucionarla. Para que el agravamiento agudo de las condiciones de existencia de la sociedad se transforme en un cuestionamiento de su sobrevivencia, es necesario que la conciencia de las diferentes clases sufra un cambio radical. Sin estas modificaciones subjetivas no podría surgir una situación revolucionaria, entendiendo al mismo tiempo que estas modificaciones subjetivas son enteramente objetivas, desde que se producen con independencia de la voluntad (previa) de los grupos aislados y de los partidos, así como de las clases” (Lenin). De esta manera, el cambio en la conciencia de las distintas clases no está sujeto a ninguna clase de arbitrariedad ni queda librada al azar, sino que se produce bajo el imperio de una necesidad histórica. De la profundidad que alcancen esas modificaciones subjetivas (en términos de programa y de organización) dependerá, a su vez, que la revolución sea derrotada o que triunfe, alterando con ello el curso objetivo subsiguiente del proceso histórico.
Contra esta ley histórica nada pueden hacer las conciencias “peronistas”, “laboristas”, si es que existen o que pudieran existir. En realidad, el proletariado existe “en sí” o "para sí”, es decir, o acepta el orden existente o busca una realidad fuera de él. No vemos la necesidad de enmendar esta tesis fundamental de Marx. No existe tal filosofía de vida 'como la “conciencia peronista”; ni tampoco es esta “conciencia” la que explica el seguidismo de clase obrera al peronismo. Para mantenerla en el cuadro político del peronismo, la clase obrera ha debido sufrir tremendas derrotas, en las cuales jugó un papel fundamental la izquierda no revolucionaria. La “teoría" de la "conciencia peronista’’ sólo apunta a encubrir esta responsabilidad. Para convertir a la clase obrera en clase revolucionaria, en clase* "para sí”, hay que luchar por un partido político independiente.
La teoría de la "conciencia peronista” se parece como dos gotas de agua a la teoría de la "Identidad peronista” que esgrime el PC. Ambas son un pretexto para capitular ante el nacionalismo burgués, como ocurrió con las candidaturas burocrático-peronistas del Frepu, y como volverá a ocurrí según se desprende del conjunto del texto.
Cómo surge una situación revolucionaria
Si arrancamos de la clase obrera, una situación revolucionaria sólo se puede desarrollar cuando el proletariado busca activamente una salida a su situación insoportable por la vía de la acción revolucionaria contra el Estado burgués. Esto es elemental. No cualquier lucha es una acción revolucionaria. Para que tenga este carácter debe oponer colectivamente a la clase obrera contra la burguesía organizada en el Estado, adquiriendo así un carácter político; los métodos de lucha deben ser los propios de la acción directa de las masas; y sobre esta base los trabajadores deben romper con los partidos burgueses tradicionales y la burocracia sindical, estructurando organizaciones adaptadas a su lucha y dando un viraje hacia los partidos revolucionarios, allí donde éstos existen.
Una parte de este camino se recorrió con el “cordobazo” y los “rosariazos” y "tucumanazos”, así como con la huelga de junio y julio de 1975.
La segunda característica de una situación revolucionaria es que la clase media no sólo luche cotidianamente por sus reivindicaciones, sino que también rompa con los partidos tradicionales y siga al proletariado en su giro revolucionario. Sin esta evolución de la mayoría de los estratos medios, el proletariado no podría luchar por la toma del poder —una señal de que la situación no es todavía revolucionaria.
Por último, es necesario un cambio subjetivo en la propia clase dominante, la cual comienza a desmoralizarse ante su propia incapacidad y la acción de los explotados.
Todos estos elementos de una situación revolucionaria se están desarrollando, pero de ningún han llegado han llegado a su madurez. La clase obrera ha librado importantes luchas, pero ellas han podido, ser contenidas por parte de la burocracia sindical. La clase media se ha despojado, en gran medida, de las ilusiones inspiradas por el alfonsinismo, pero aún está muy lejos de haber roto con la democracia burguesa y sus partidos. La confusión en los círculos superiores es cada vez mayor, pero de ningún modo existe todavía una desmoralización de conjunto. Aquí juega un rol fundamental el imperialismo, que sostiene por todos los medios al régimen, aunque lo haga como la soga que sostiene al ahorcado.
Las tendencias de descomposición de los dos partidos principales del centro político son muy agudas, pero todavía cuentan con las ilusiones de las grandes masas.
Existe una tendencia hacia la formación de una situación revolucionaria, pero ésta aún no existe. La política democratizante de la izquierda; la formación de frentes no revolucionarios, como el Frepu; la alianza con burócratas que paraliza a los sindicatos, como ha ocurrido en Sanidad; esto también ha jugado un papel de freno en la formación de una vanguardia obrera y por lo tanto en el desarrollo de una situación revolucionaria.
El documento del Mas se caracteriza por no hacer el balance de su política en los tres años que pasaron desde su congreso anterior. En estas condiciones da por constituida una situación revolucionaria sin poder explicar con qué política contribuyó a formarla. Pero es indudable que el partido revolucionario, si existe, es un factor de primer orden en el surgimiento de la situación revolucionarla, ya que tiene la función histórica de hacer consciente el proceso inconsciente de las masas.
SI el Mas proclama, junto al stalinismo, que la tarea que se desprende de la situación revolucionaria es conquistar “la democracia con justicia social”, es evidente que está enchalecando a los trabajadores dentro del orden existente.
Si dice que el gobierno obrero es abstracto, o que hay que apoyar una supuesta vanguardia peronista (Villaflor), ocurre lo mismo.
Si dice que hay que propugnar la “moratoria”, como Sarney, le hace el juego al cobarde nacionalismo burgués. Declarar que la moratoria a la Sarney sólo sirve si conduce a la “expropiación de los capitalistas”, es una monumental tontería. La moratoria, y aun a lo Sarney, significa, no la expropiación, sino el reconocimiento de la propiedad capitalista.
Una evidencia de que no ha madurado una situación revolucionaria es la ausencia de una polarización entre los extremos políticos, a pesar de la aguda “polarización social”. La polarización política significaría que las masas rompen con el justicialismo y con el radicalismo, cosa que no ha ocurrido.
El crecimiento de la Ucedé no llega al nivel electoral de un Aramburu, en 1963, o incluso de la “federación de centro”, de pocos años antes. Tomarlo como índice de polarización raya en el ridículo. Los mismo vale para UPAU, si se lo compara con el peso que el clericalismo humanista tuvo entre 1960 y 1966.
La Ucedé, por otra parte, es el partido de la reacción en una situación democratizante, pero no podría serlo en una situación revolucionaria, cuando el capital necesita al ejército, a las tres A o al fascismo. El Mas confunde primero la polarización política con la social, y en segundo lugar la describe, no en términos revolucionarios, sino electorales. Para el Mas, haber sacado el 1,6% de los votos en las elecciones del 87 es un síntoma de polarización; en 1973 había sacado el 2,2%.
La esencia de toda política democratizante, desde la derecha a la izquierda, consiste en combatir cotidianamente la posibilidad de una polarización política revolucionaria. Esto explica el esfuerzo que ponen los partidos, la Iglesia, la burocracia y las fuerzas armadas en darle vida al parlamento y en subordinar todo a las elecciones. Para oponerse a una polarización de los extremos políticos se ha formado la “mesa de consenso” y se ha suscripto el “pacto de gobernabilidad”. En las fuerzas armadas han aislado a Rico y puesto todo el apoyo en Caridi. El Imperialismo no avala ninguna aventura extremista. Esta estrategia política procura reprimir un estallido de la polarización revolucionaria.
La ausencia relativa de una situación revolucionaria no significa de ningún modo la inviabilidad de una política revolucionarla. Al revés, una política revolucionaria es esencial para arribar a aquélla. Lo que sí está completamente caduca es la política democratizante, pues las contradicciones del régimen actual conducen inevitablemente a una situación revolucionaria.