Políticas

16/7/2003|809

Kirchner, hacia el acuerdo ominoso con el FMI

Cuando la Argentina se declaró “en default” la deuda pública sumaba 144.500 millones de dólares. Ahora, según el Ministerio de Economía, una vez que el gobierno complete la entrega de los bonos de “compensación” a los bancos, la deuda pública totalizará 172.500 millones de dólares (Clarín, 30/6). De ese total, el gobierno está “honrando” el pago de 95.800 millones y sigue en default el resto, o sea 76.700 millones que van a ser renegociados con los acreedores. Si en una negociación “exitosa” el gobierno obtiene una quita del 30% de la deuda nominal, los 76.700 millones se reducirían a 53.690 millones que, sumados a los 95.800 millones que se están pagando y no se renegocian, darían una deuda total de 149.490 millones de dólares, la que aún así devengaría una tasa de interés superior a la que rige internacionalmente. Es decir, después del acuerdo con los acreedores, volveríamos al punto de partida, en vísperas del derrumbe.


Pero ahora la situación es más grave, porque en el medio el peso quedó devaluado y la economía se achicó de manera brutal medida en dólares. También en dólares, el Presupuesto Nacional, de donde deben salir los pesos para comprar los dólares para pagar la deuda, se redujo un 70%.


La “nueva” deuda de 149.490 millones de dólares -admitiendo una tasa de interés promedio del 4% anual- obligaría todos los años al pago de intereses del orden 6.000 millones de dólares, que equivalen a 16.800 millones de pesos. Como el Presupuesto Nacional es de 70.000 millones de pesos anuales, el gobierno debería apartar una cuarta parte de la recaudación para atender el pago de los intereses. Con esto, sueldos públicos, jubilaciones, salud, educación deberían seguir congelados por varias décadas.


Los 6.000 millones de dólares significan que el gobierno debería asegurarles a los acreedores que tendrá un superávit fiscal equivalente al 4,2% del PBI. Hoy el superávit está en el 2,5% del PBI, por lo que el gobierno está pagando con reservas y emisión monetaria. Por eso, a todos aquéllos con los que se reunió, desde Kirchner hasta Lavagna, gobernadores y legisladores, el mandamás del FMI les dijo que el Presupuesto de 2004 debería contener una meta de superávit fiscal superior, del 3,5 al 4%, y más alto en los años siguientes, porque el recurso de las reservas y la emisión no es infinito. Pero aún pagando el 4,2% del PBI quedaría pendiente el pago del capital de la deuda, la que debería entonces ser refinanciada.


Para que esa refinanciación del capital de la deuda no sea forzosa o de default, el gobierno argentino debería poder colocar nueva deuda en los mercados internacionales a tasas de interés normales, algo que está descartado por la crisis argentina.


En la mejor hipótesis, el cuadro de la crisis de la deuda seguiría en pie, con el agravante de que ni el FMI ni los acreedores ni la Argentina podrían garantizar el cumplimiento del acuerdo. Pero, además, si la Argentina obtuviera una reducción del 30% sobre la deuda “en default”, se abriría inmediatamente una crisis con Brasil, Perú, Bolivia y otros países endeudados, que reclamarían “igual tratamiento”. Es decir, precipitaría lo que Lula quiere evitar garantizando un superávit fiscal del 5% del PBI para el pago de intereses.


Pero la cosa no termina aquí, porque Brasil está en un tembladeral financiero, ya que el pago del 5% del PBI en intereses lo está llevando al quiebre económico: más desempleo, más recesión, crecimiento exponencial de la deuda por las elevadas tasas de interés. Ante esta situación, no faltan quienes sostienen que no tiene ningún sentido renegociar la deuda argentina “en default” ahora, y que conviene hacerlo “después y no antes de que Brasil se caiga”, según comentó el periodista Julio Nudler en Página/12 (25/6).


Todo esto ilustra el cuadro de crisis financiera continental que se agrava por la recesión económica mundial. Mientras aquí se quiere hacer creer que el escenario internacional es favorable para el capitalismo argentino, por la caída de la tasa de interés mundial, se soslaya que esa caída es la consecuencia de la tendencia del capitalismo internacional a la deflación, menor demanda y producción, y cierre de mercados.