La cesasión de pagos y la crisis capitalista
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La solicitada de las cámaras patronales que se publicó el domingo pasado fue, junto a la declaración de la Iglesia, un llamado desesperado a evitar la caída del gobierno. En efecto, el eje de ambos pronunciamientos fueron “la defensa de la continuidad constitucional” y la “defensa de la convertibilidad”. Los sindicatos capitalistas y el clero son perfectamente concientes de que la devaluación del peso puede llevarse consigo primero a Cavallo, luego a De la Rúa, sin etapas intermedias. La certeza de que lo primero podría ser inminente vino acompañada con el regreso de Cavallo de Ottawa, Canadá, con muchas palmadas al hombro pero sin un dólar adicional.
El llamamiento patronal no contó, sin embargo, con algunos apoyos de peso. La Unión Industrial Argentina, la Cámara de la Construcción y Confederaciones Rurales no pusieron su firma. Es claro que están por la devaluación… En este bloque militan los Roggio y los Techint, que seguramente estarían dispuestos a sacrificar a Cavallo pero para salvar a De la Rúa. A la patria contratista se le acabaron los negocios, e incluso la joya del grupo Techint, Siderar, ha comenzado a registrar pérdidas. La devaluación viene siendo defendida desde el exterior a partir de la presentación que hizo un ex funcionario del Banco de Desarrollo, que propone devaluar el peso, desdolarizar la economía y reindexar los créditos y las deudas a la inflación interna. Una gran parte de la banca resiste esta solución, porque significaría una enorme desvalorización de los créditos que tiene a su favor y que hoy están nominados en dólares.
El meollo del derrumbe actual es el mismo de siempre: el “plan” no “cierra”. Con una recaudación que cae en picada, como consecuencia de una depresión económica que se ha convertido en debacle industrial, el gobierno no pue de garantizar el pago futuro de ninguna deuda, por más que se la “reestructure”, y mucho menos si esa reestructuración comporta el compromiso de abonar un 7% de interés anual, o sea varias veces superior a la tasa normal de crecimiento de cualquier economía e infinitamente mayor a la tasa de caída de la economía argentina.
La prueba de esta impasse es que los bancos aún no han aceptado los términos de la reestructuración de la deuda con las provincias, incluso después que la mayoría de ellas firmara el pacto fiscal. Es que entre la posibilidad de no cobrar los préstamos otorgados a tasas usurarias y tampoco cobrarlos a tasas un poco menos agobiantes, prefieren guardarse la primera variante. Algo similar ocurre con la deuda con bancos y fondos del exterior, q ue han sido desplazados en la prioridad de pago como consecuencia de las ventajas que se les ha dado a los financistas locales, al permitírseles convertir sus bonos desvalorizados en préstamos regulares por la totalidad de su valor original. A los bancos locales se les ha prometido, a su vez, que el Banco Central les daría liquidez (préstamos baratos) para compensar la menor circulación de la deuda una vez reestructurada. Pero, como los bancos van a usar esa liquidez para comprar dólares y sacarlos del país, la promesa del Central tiene patas cortas y no se la cree nadie.
El famoso “déficit cero” no ha sido cumplido, pero esto no ha impedido que para cumplir se haya dejado un montón de deudas sin pagar, en primer lugar las que se hacen con Lecop en lugar de pesos. Por eso un ex economista jefe del FMI, acaba de señalar que sumando todos los pagos postergados, el déficit fiscal, no del 2002 sino del corriente 2001, deberá llegar a los 25 mil millones de dólares, y la previsión para el año entrante no bajaría de los 15 mil millones (Financial Times, 12/11). El hombre en cuestión, Michael Mussa, agrega además una verdad de Perogrullo, a saber: que “los recursos necesarios para sostener una caja de conversión no están disponibles”. El financiamiento del monstruoso déficit fiscal, más el emergente del retiro de depósitos de los bancos, consumirían las reservas que respaldan al peso *a lo que hay que añadir el corte del ingreso de capital extranjero “en un futuro previsible”. El ex funcionario les dice a sus ex patrones que deben dejar de apoyar políticas “cuya esperanza de éxito es una fantasía”.
El capitalismo argentino se aferró a la convertibilidad luego de haber fracasado en el uso de políticas monetarias supuestamente propias y autónomas. El hundimiento de esta convertibilidad es por lo tanto mucho más que el fin de una paridad monetaria: expresa la disolución de una organización económico-social y por lo menos la incapacidad insuperable de la burguesía nacional. La salida teóricamente existe, en los propios términos capitalistas, pero exigiría una nacionalización muy fuerte del proceso económico, porque sólo desde un poder político-social cabe la posibilidad de reestructurar, a la larga, las relaciones capitalistas quebradas. Varios economistas de derecha han reconocido esta realidad al reclamar el desconocimiento de la mitad de la deuda externa como el único punto de partida para una salida. Pero esto llevaría a una quiebra masiva y a nacionalizaciones parciales, como muy mezquinamente ha comenzado a realizar el gobierno con la capitalización de las deudas por impuestos impagos. Pero un planteo nacionalizador que se haga cargo de la presente crisis enfrenta al Estado capitalista real, no el teórico, quebrado financieramente y sin autoridad política, con un capitalismo local e internacional real, no el teórico, dispuesto a resistir cualquier tentativa que pueda afectar, incluso parcialmente, sus derechos de propiedad.
La posibilidad de una situación revolucionaria puede ocurrir, por lo tanto, mucho antes de que el capitalismo haya agotado sus posibilidades abstractas de salida.