Políticas

17/3/2011|1168

La economía K, un volcán

El ‘efecto licuadora', versión nac&pop

Un recorrido por la cuasi década de gobierno kirchnerista comprueba que su suerte no ha estado determinada por la liturgia nacional y popular, sino por algo más prosaico: la economía. Desde 2003 hasta mediados de 2007, la curva de la producción fue ascendente (y mucho más aún los beneficios empresarios) al compás de la recuperación de la economía mundial de la crisis asiática de 1997/99 y de su secuela de 2000/2, y de la entrada vigorosa de China, a partir de 2004, como demandante de materias primas agrícolas y mineras. La recuperación de Argentina de la bancarrota de 2001 fue un verdadero festival para la burguesía local, pues le permitió recontratar fuerza de trabajo a precios inferiores a los de la década del ’90 y en condiciones laborales considerablemente más precarias. Este ‘incentivo’ al capital fue acompañado, desde la ‘política económica’, por la licuación de deuda de los llamados ‘capitanes de la industria’, gracias la pesificación asimétrica, y por la declaración de default de la deuda pública, la cual posibilitó la entrega de enormes subsidios a los servicios de energía y de transporte. La contribución de la Corte Suprema, renovada por los K, a esta recuperación, fue la convalidación que dio, sin ninguna investigación de las responsabilidades de los bancos en la fuga de capitales que condujo al default de 2001, a la desvalorización de la moneda y a la ruptura de los contratos pactados en moneda convertible -en perjuicio de los ahorristas. Los cuatro años iniciáticos de los K se asentaron en una confiscación económica sin precedentes de los sectores populares. Cuando esta curva de la economía se dio vuelta, en la segunda mitad de 2007, el gobierno K se enfrentó a una nueva crisis de deuda pública, al choque con la burguesía sojera, a numerosos cierres de empresas o suspensiones, a un alza de los conflictos laborales, a una fuga espectacular de capitales y a la paliza electoral de junio de 2009. Es precisamente en el trimestre marzo-junio de 2009 que la crisis mundial causa su mayor impacto sobre Argentina, una caída de casi el 5% en el PBI, que provoca un pedido de ayuda, negado, por parte de los K a la Reserva Federal norteamericana, que es sustituido por un socorro monetario del Banco de China. La última década fue una soberana lección acerca de la determinación de fondo o, en última instancia, de la economía sobre la política. Néstor Kirchner había querido burlar esta ‘fatalidad’ cuando adelantó las elecciones de ese año, pues había calculado que el epicentro de la crisis ocurriría a finales de 2009.

Para la liturgia oficial, la mejora que empezó a experimentar la Presidenta en la evaluación que realizan los encuestadores es atribuida al impacto emocional que habría causado la muerte de Néstor Kirchner -una especie de revaloración política post mortem. Entrecasa la cosa es diferente, y como se vio en el discurso de inauguración de las sesiones del Congreso, el oficialismo deposita sus expectativas de reelección en un crecimiento excepcional de la economía. El Indec pronostica un crecimiento del PBI, para el año, del 9%, mientras las consultoras ‘destituyentes’ lo calculan entre un 5 y un 7%. Con este pronóstico el resultado electoral estaría cantado, en especial porque los economistas K tienen la seguridad de que podrán aguantar la inflación con aumentos de salarios en cuotas, en las paritarias, y con una relación fija dólar/peso que evitaría el encarecimiento de las importaciones.

La advertencia, la semana pasada, que hiciera un grupo de ex secretarios de Energía, acerca de la creciente importación de petróleo por parte de Argentina, es suficiente, sin embargo, para caracterizar que la economía transita por una fractura volcánica. Es cierto que los mencionados han sido tan responsables como la administración actual en la liquidación de YPF y en el vaciamiento energético. No es menos contundente, sin embargo, que con un precio de más de 100 dólares el barril de petróleo, un aumento de importaciones enfrenta a Argentina a un ‘gasolinazo’, como el que obligó a recular a Evo Morales, en un país, Bolivia, que exporta el combustible en lugar de importarlo; la nafta, a cinco pesos el litro, es un 40% inferior a la que se paga en Uruguay. Mientras ese precio no se ajuste, los pulpos acentuarán el vaciamiento petrolero y las importaciones respectivas. Estamos potencialmente ante un ‘rodrigazo’, como el que hizo estallar la economía nacional y popular de Isabel Perón y Antonio Cafiero, en 1975. Ese incremento de importaciones amenaza, además, con poner fin al superávit comercial, como consecuencia del aumento de las importaciones en el orden general. Uno de los resortes del financiamiento de la economía K, el superávit comercial y el aumento de reservas, va en camino de secarse. La crisis que las importaciones han abierto en el comercio exterior argentino, se manifiesta en el recurso creciente a las trabas que se ponen a la compra de productos extranjeros, en especial en la gran drenadora de divisas que es la industria automotriz. Los K descubren ahora que han seguido, con yapa, la política parasitaria de quienes los precedieron, de convertir a la automotriz en una industria de armado, sin casi componentes de producción nacional, no hablemos de capacidad de innovación tecnológica. A fuerza de defecar slogans nacionalistas, los K han convertido a la industria en una factoría extranjera. La demolición del superávit con el exterior tiene un plazo fijo de estallido. El balance comercial, es cierto, es superavitario en más de 10.000 millones de dólares, pero se transforma en déficit cuando se le resta el pago de los intereses y servicios. Como las amortizaciones de deuda pública se cancelan en divisas con reservas, este año podrían volver a caer como durante la fuga de capitales de hace dos años. En 2011 se paga una amortización de bonos por 1.500 millones de dólares y el pago del cupón PBI se lleva a fin de año otros 3.500 millones de dólares, que si no se “reinvierten” causarían un problema mayor.

Todo esto siempre y cuando la soja mantenga su precio alto, porque en las últimas semanas estuvo cayendo. Esto compromete divisas y también recaudación fiscal. La soja ha bajado más del 10% en un mes, desde que se desataron las revoluciones árabes, ahora agravadas por el desastre de Japón y el hundimiento de los mercados. Esto ‘explica’ los “controles” de cambio, el cierre de importaciones, el cierre al reaseguro en el exterior, la exigencia a las automotrices de exportar un dólar por cada dólar de importación (autos y autopartes tiene un déficit comercial de 6.000 millones de dólares) y la aparición de un mercado marginal del dólar a 4,20 pesos. La revalorización del peso frente al dólar abarata la importación y la fuga de divisas. El famoso ‘modelo productivo’ del dólar alto (¿por qué se considerará un ‘modelo’ a un tipo de cambio?) se ha convertido en su contrario.

El balance del intercambio internacional no se podrá tapar con restricciones comerciales. La otra cuestión es que el crecimiento del consumo del que se jacta el gobierno, no es la consecuencia de un salario de mayor poder adquisitivo sino de una expansión muy alta del crédito al consumo, lo cual alimenta la inflación y un mayor desfasaje del peso respecto del dólar, y el encarecimiento las mercaderías nacionales respecto de las extranjeras. Ese crédito al consumo, cuyo aumento anual sería del 40%, es el de peor calidad: por un lado, porque va dirigido a la adquisición de mercaderías que se desvalorizan con mayor rapidez (electrodomésticos, automóviles) y que significan, por lo tanto, un deterioro del patrimonio del consumidor (el valor de la deuda es mayor que el valor del stock de bienes comprados); por otro lado, porque se realiza mediante tarjetas de crédito o préstamos personales, que son los más caros y a menor plazo. La financiación de este crédito se realiza con otro crédito, con deuda externa privada, para aprovechar que las tasas de interés en el exterior son considerablemente inferiores a las nacionales. El ‘boom’ del consumo interno representa una carga relativamente superior a la contraída por los norteamericanos en las vísperas del derrumbe hipotecario. La hipocresía de la economía burguesa, sea neoliberal o nac& pop, se manifiesta en que considera inflacionario el aumento salarial, pero no el del consumo a crédito con tasas usurarias. Para consuelo de tontos, registremos que la situación en este plano es peor en Brasil, que precisamente está enfrentando un creciente déficit de comercio exterior.

En este inventario de bombas de tiempo, hay que anotar, por supuesto, la extinción del superávit fiscal. Más serio que el déficit es la modalidad del gasto y del financiamiento: según el Ministerio de Economía (Clarín Economía, 20/2), las reducciones de impuestos y las exenciones impositivas serán, en 2011, de 34 mil millones de pesos, un 7% de la recaudación (incluidas las contribuciones a la seguridad social). De acuerdo con Rodolfo Terragno (Clarín, 13/3), los subsidios previstos en el Presupuesto “son de 95 mil millones de pesos”, o sea casi un 20% de la recaudación señalada. Los cerca de 130 mil millones de pesos en subsidios y exenciones contrastan con los 7 mil millones que absorbe la asignación universal por hijo que, por otro lado, la paga la Anses, es decir los abuelos de esos hijos. La financiación de estas donaciones multimillonarias al capital, más los 50 mil millones de pesos por pagos de deuda pública, corre por cuenta de la Anses, el Banco Central, la Afip y hasta ¡el Fondo de Recuperación de Empresas! El costo de esta financiación es enorme, pues para absorber los dólares que emite, el Banco Central paga una tasa del 11% anual de interés. Se estima que, al final de 2011, la deuda que contrae de este modo el Banco Central con la banca local será de 100 mil millones de pesos (Ambito, 14/3), la mitad de las reservas en divisas. Como consecuencia del crecimiento de la inflación, se prevé que esa tasa aumentará aún más, incluso si el dólar sigue relativamente fijo. Se desarrolla, de este modo, una tendencia al déficit cuasi fiscal, que es el que registra ingresos menores a los egresos por parte del Banco Central -un caso puro de emisión monetaria sin respaldo.

¿En dónde queda entonces el juramento de CFK de que no va a devaluar? El juramento mismo revela una incomprensión del problema, porque la devaluación está determinada por tendencias de fondo; mucho más ‘duro’ que ella, Chávez ya tuvo que devaluar varias veces y todavía le queda resto. En el marco de la llamada ‘guerra monetaria’, las monedas de países como Argentina tendieron a revalorizarse por la entrada de capital especulativo, pero el viento ha empezado a cambiar de dirección por una fuga de capitales, en especial de las Bolsas. La presión hacia un alza de tasas de interés en Estados Unidos y Europa ha puesto un freno a la financiación de esa especulación. En definitiva, el movimiento sísmico ya está en los radares -la pregunta es si el evento ocurrirá antes o después de octubre. Definitivamente, la gloria en este mundo es transitoria.