Políticas

5/4/1994|415

La fuga de capitales provocó la crisis

El Partido Obrero adelantó con dos años de anticipación, los términos exactos  del choque que se acabó produciendo entre Domingo Cavallo y Martín Redrado.  Mientras los diarios siguen “explicando” esta crisis por los supuestos “celos” de Cavallo con el “golden boy”, el Informe al Vº Congreso del PO (enero 1992) se movía más objetivamente al señalar que el plan de convertibilidad planteaba “un choque entre los Fondos financieros, los Bancos de Inversión y los pulpos extranjeros, de un lado, y los ‘capitanes de la industria’ vernáculos, del otro”.


Este choque tuvo, desde entonces, diversas manifestaciones. Las más notorias tuvieron por protagonistas a Pérez Companc, a Acindar y a Loma Negra; en los dos primeros casos, cuando Redrado objetó los balances presentados en razón de que disminuían con maniobras contables los beneficios, para pagar menores dividendos, y en el último caso cuando rechazó un planteo de Fortabat que inflaba el patrimonio de la empresa con la  finalidad de emitir títulos de deuda por un valor superior al capital.


En todos estos ejemplos Redrado actuó como vigilante de los intereses de los inversores en acciones y por exigencia de la Security Exchange Comission (Comisión de Valores de Estados Unidos), cuyo manto de protección a los capitales financieros norteamericanos se extiende a todas las Bolsas del mundo. Estos choques traducían la contradicción  entre la burguesía nacional, que “abre” el mercado dentro de los  límites de sus necesidades de financiamiento, y el capital financiero, que pretende apropiarse de la mayor proporción posible de beneficios de las empresas que financia, e incluso pasar a dominar sus capitales accionarios.


Redrado señaló en muchas oportunidades que la finalidad última de su gestión era obligar a los “grupos de control” de las empresas argentinas (Macri, Pérez Companc, Fortabat, Roggio, Rocca) a dispersar el capital accionario entre mayor cantidad de tenedores y a fijar un tope inferior al 20% para la tenencia de acciones de los grupos dominantes (que hoy es del 70%). Hace dos años, precisamente, Redrado logró anular una propuesta de Cavallo para establecer un Fondo de Inversiones gubernamental, que sirviera para evitar las caídas de precios de las acciones y garantizar, mediante subsidios, un valor estable y creciente de los capitales accionarios locales. Semejante operación apuntaba a que los capitales internacionales pudieran apropiarse de una mayor parte del capital nacional.


El boom de la  Bolsa, en 1991 y 1992, le permitió a la gran burguesía  argentina   realizar un jugoso beneficio, porque pudo cancelar sus deudas con el Estado vendiendo una ínfima parte de sus acciones al doble o triple de su valor previo y porque también pudo financiarse a bajo costo, vendiendo otra parte en la Bolsa. “Pero el límite para (la expansión de) esta clase de licuaciones de deudas es que los acreedores sólo podrían aceptarlas si les permite obtener alguna clase de control sobre las empresas (y por lo tanto sobre las ganancias que no se distribuyen a los accionistas)”, señalaba el Informe al V Congreso.  A partir de este análisis,  se decía dos años atrás, “es posible asegurar que Cavallo y Redrado producirán un cambio en la legislación de sociedades que fuerce a las compañías que cotizan sus acciones a abrir el capital. Quedará planteado, de este modo, un choque entre los Fondos financieros, los Bancos de Inversión y los pulpos extranjeros, de un lado, y los ‘capitanes de la industria’ vernáculos, del otro”.


Y el choque se produjo, precisamente cuando la Bolsa se va a pique. Según Página 12 (27/3/94), “al estallar la nueva guerra con Economía, Martín Redrado preparaba una resolución que lo volvería muy popular entre los castigados inversores bursátiles. Esa medida daría a los accionistas el derecho de elegir en qué cobrar los dividendos, sin verse obligados a aceptar el pago en acciones, del que suelen abusar las compañias locales”.  Según un informe preparado por el propio Redrado, “de los 1.700 millones de dólares que 76 compañías dijeron ganar, sólo se repartió 47% de esas ganancias (y la mayor parte se concentró en tres compañías: YPF, Telefónica y Telecom). Hay otras, consideradas de primer niviel, que no pagan dividendos desde 1986”. “Este informe —dice Ambito Financiero— también hubiera provocado una controversia con Cavallo”. El diario de Julio Ramos identifica bien los intereses en pugna, pero hay que hacer notar que el informe de Redrado tiene el mérito de poner de relieve que la llamada “desregulación” no tocó para nada a los grandes capitales nacionales, y que no fue, por lo tanto, la “desregulación”  la que atrajo a los capitales especulativos, sino que ha sido el ingreso de estos capitales lo que ha abierto un choque con la protegida y atrincherada burguesía nativa.


No por casualidad fue Roque Maccarone, presidente del Banco Río (de Pérez Companc) durante varios años, el encargado de hacerle saber que debía renunciar. Según Ambito Financiero (28/3), “Roque Maccarone tiene un enfrentamiento particular con la CNV y sus fiscalizaciones… Hace tiempo, antes de que ocurrieran estos sucesos, Roque Maccarone llamó al Banco Mundial y dijo que no debía concederse a la CNV de Argentina un crédito por 4 millones de dólares para saneamiento de las formas de control de transparencia del mercado pese a que había sido gestionado durante largos 18 meses”.


Si el detonante que desató la reciente crisis fue el rescate anticipado de las acciones de YPF en poder de los jubilados, ello se explica muy fácilmente: sin las usurarias comisiones ofrecidas por Cavallo al First Boston y a Merril Lynch, no había posibilidades de atraer capital especulativo al pinchado “mercado emergente” argentino. Cavallo le entregó a estos dos bancos la posibilidad de levantar estas suculentas comisiones, como ya lo había hecho con la “privatización” de YPF, en compensación por el “esfuerzo” que estos bancos debían realizar para colocar las acciones en el mercado internacional, cuando todas las Bolsas están cayendo. Digamos de paso que para viabilizar este negocio, el gobierno está obligado a mantener el precio de los combustibles al altísimo nivel actual, aun cuando cae en el mercado internacional. En esta cuestión, Redrado vino a defender los intereses de las bancos de inversiones extranjeras excluídos de la operación, como Salomon Brothers, Goldman Sachs, etc.


La defenestración de Redrado no ha resuelto la crisis, que en verdad recién comienza, porque en el plano mundial asistimos a una debacle financiera y bursátil que impactará de manera muy particular sobre Argentina. Por de pronto, ha comenzado un proceso persistente de fuga de capitales —venta récord de dólares por 700 millones—, de quebrantos bursátiles  (evidencia de que el boom fue especulativo y basado en operaciones en “el aire”, sin dinero, que ahora habrá que cancelar), en condiciones de un feroz endeudamiento en dólares del orden de los 100.000 millones de dólares.


Es esta perspectiva la que ha llevado a los “capitanes de la industria” a defenestrar al “golden boy”, un representante de los fondos extranjeros. Si Redrado subió a mediados de 1991 como nexo con los fondos del exterior, su caída es una consecuencia política de  la fuga de capitales que se ha iniciado.