Políticas

6/5/2020

La ley del valor y las leyes científicas: un pequeño aporte

El artículo de Juan García recientemente publicado, Algunos debates del curso de El Capital: la ley del valor, cumple muy bien el objetivo de explicar la misma y como se realiza en las contradicciones del desarrollo capitalista.


Sin embargo hay una afirmación que, aunque cumple una función adecuada en el texto, podría llevar a un equívoco. Citamos el párrafo completo: “Solo se puede decir que esto desmiente la ley del valor si se la entiende en forma vulgar, como una determinación mecánica del precio por el trabajo socialmente necesario. En realidad, la ley del valor no es una ‘ley’ en el sentido estricto, sino una tendencia general que se impone a través de choques, auges y desvalorizaciones del capital”.


La pregunta que nos surge es: ¿no vale lo mismo para todas las leyes científicas? La respuesta a esta cuestión no es intrascendente, porque según como lo hagamos llegaríamos a dos conclusiones distintas. O bien la ley del valor es “menos ley” que las de las de las ciencias naturales y por lo tanto podríamos concluir que el marxismo es “menos ciencia”, o bien (y esto es lo que intentaré mostrar) lo que se presenta como una peculiaridad de la ley del valor en realidad es la regla en las teorías científicas. Veamos algunos ejemplos.


La teoría de la evolución


La teoría de la evolución, ¿no es acaso “una tendencia general que se impone a través de choques…”? Claro que aquí también es frecuente la interpretación vulgar, determinista, de la evolución donde a la jirafa se le estiró el cuello para alcanzar las hojas más altas. Pero en la concepción darwiniana no hay un “para”, sino que la selección natural opera a partir de una variación azarosa en las características de las especies. La tesis de que se imponen las especies que mejor se adaptan al medio no ignora este aspecto azaroso de la evolución, sino al contrario: es en esta especie de prueba y error permanente donde encuentra su sustento. Tampoco Marx ignora las oscilaciones de los precios producto de la oferta y la demanda, sino que muestra cómo a través de esas oscilaciones se abre paso la ley del valor.


(Digamos, de paso, que la idea de que Marx no contemplaba la relación entre oferta y demanda es una estupidez de liberales que jamás leyeron ninguno de sus escritos. En realidad, los liberales se detienen dónde empieza la indagación sobre la naturaleza del valor. Afirmar que el precio de equilibrio se alcanza cuando la oferta y la demanda se igualan, deja intacto el problema de determinar de qué depende ese precio de equilibrio).


Ya que estamos, esto debiera servir también para refutar a quienes piensan que no hay posibilidad de una ciencia de la sociedad porque las personas actúan cada una de forma impredecible.  Dejando de lado si esta premisa es cierta o no, la conclusión que se pretende sacar es enteramente falsa. El azar con que se dan las mutaciones en la naturaleza no ha sido ninguna traba para que se produzcan adaptaciones extraentemente precisas a un tipo de alimento o a un tipo de clima, o incluso fenómenos de co-evolución donde dos especies evolucionaron de forma tal que se sirven mutuamente. Lo mismo vale para la física moderna, que, al mismo tiempo que afirma la inviabilidad de conocer la velocidad y la posición de las partículas subatómicas, puede predecir con una precisión asombrosa cuándo tendremos un eclipse o a qué velocidad debe despegar un cohete. De forma similar, el que las decisiones individuales puedan ser arbitrarias no significa que el desenvolvimiento de la sociedad toda no esté sometida a ciertas leyes que merecen ser estudiadas.


Principio de inercia


Veamos otro ejemplo: la ley de inercia. Una de las leyes más leyes que hay. ¿Acaso no tenemos cada segundo de nuestras vidas ejemplos que parecen negar el principio de inercia? ¿Cuándo alguien vio que un cuerpo dejado a su libertad se mueva a velocidad constante? Mi bici se frena si dejo de pedalear, cuando el auto dobla siento que algo me tira para afuera y sabemos que la Luna gira todo el tiempo alrededor de la Tierra. ¿Entonces? El hecho de que la inercia no se nos presente de forma evidente en estos fenómenos no la hace menos ley; por el contrario, la potencia de la ley se ve justamente en que nos permite conciliar fenómenos diversos, incluso aquellos que a primera vista parecen contrariarla abiertamente (mi bici se frena). De manera similar, la ley del valor se confirma en que nos permite explicar, no solo cómo se intercambian mercancías diferentes, sino incuso lo que parece su negación: el plusvalor o la ganancia capitalista.


Si nos alejamos un poco de las significaciones particulares que tienen las palabras dentro de las ciencias exactas, podríamos decir que la inercia tampoco es una “ley” en el sentido estricto, sino una tendencia general que se expresa mediada por muchos otros fenómenos (fuerzas de atracción, de rozamiento, etc.). Me parece más sensato no enojarnos con la palabra “ley” y defender a la ley del valor como ley en el sentido que acabamos de desenvolver.


Las cosas no son como parecen


En definitiva, la ciencia consiste siempre en buscar las tendencias generales subyacentes a los fenómenos observables. Como decía Pablo Rieznik en su libro Las formas del trabajo y la historia, “la ciencia comienza con el asombro, porque las cosas parecen pero no son exactamente como parecen”. En este punto, digamos que la economía burguesa ha abandonado hace mucho la pretensión de una indagación científica de la realidad y desarrolla generalizaciones y modelos a partir de postular como premisas ahistóricas las apariencias de la sociedad burguesa. Así aparece por ejemplo el postulado de que el hombre es siempre maximizador o que la ganancia es una remuneración al capital.


Desde que Marx demostró que, desenvolviendo la ciencia de Smith y Ricardo, se llega a la conclusión inobjetable de que el capitalismo es un régimen de explotación social, solo adoptando el punto de vista de la clase obrera podemos aspirar a ver las cosas como son y no solo como parecen.