La pobreza absoluta
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En Argentina, el 40% de la población está desocupada; de los que trabajan, el 25% cobra salarios por debajo del nivel oficial de “pobreza”. Veinte millones de trabajadores (el 55% de la población) tiene ingresos inferiores a una canasta básica; ocho millones (el 25% de la población) son “indigentes”, con ingresos inferiores a una cesta alimentaria de subsistencia.
Estas cifras aterradoras son, sin embargo, un promedio nacional. En Formosa, más del 80% de la población está por debajo del nivel de pobreza; más del 70% en Salta, Jujuy, Tucumán, Chaco y Misiones; más del 60% en el Gran Buenos Aires (aunque en el llamado “tercer cordón” los porcentajes emparejan los del norte); más del 70% de la población rural en todo el país está por debajo del nivel de pobreza. Siete millones y medio de menores de 14 años (el 74% de los pibes) viven en hogares pobres.
La masa de la población empujada a vivir en la “pobreza” y en la “indigencia” viene creciendo casi sin interrupciones desde 1975, como consecuencia de una política deliberada y conciente del gran capital cuyo objetivo es reducir el valor de la fuerza de trabajo (el “costo laboral”) mediante la desocupación, la flexibilización y la quiebra de las organizaciones obreras, en particular de las organizaciones internas de fábrica y empresa.
En la década del ’80, la masa de “pobres” alcanzaba al 20% de la población (era inferior al 10% una década antes) y pegó un salto espectacular con las hiperinflaciones de Alfonsín y Menem. Entre 1991 y 1994, se amplió de una manera enorme la brecha entre los que más y los que menos ganan.
Pero desde 1994, antes de la reelección de Menem, los niveles de “pobreza” vuelven a crecer en forma sistemática. Los niveles de miseria y la brecha de ingresos crecieron con independencia de las variaciones del ciclo económico. El nacimiento del movimiento piquetero –a fines del 1994 y principios del 1995– expresa la rebelión de la clase obrera contra la pauperización, ante la parálisis y la complicidad de la burocracia sindical.
Con la quiebra de la Argentina y la devaluación de Duhalde, los niveles de pobreza y sus consecuencias pegan un salto espectacular: el número de niños desnutridos, por ejemplo, se duplicó entre el 2001 y el 2002. El crecimiento de la miseria es tan espectacular como el de la “brecha de ingresos”: en 1999, el 10% más rico de la población tenía ingresos 30 veces superiores a los del 10% más pobre; en el 2002, son ¡47 veces mayores! (Clarín, 17/11).